[Por Rossana Cuellar]
En el siglo XX, los Estados Unidos de América fue el gran precursor en la construcción de los edificios más altos, “rascacielos o skyscraper”, reflejando el poder que van adquiriendo los países, las ciudades, sus habitantes y quienes los diseñan, teniendo como meta el reconocimiento de las diversas culturas a nivel global y local. Así, hoy día lo han continuado Asia y Europa, compitiendo entre ellos, y Latinoamérica no es la excepción.
En Latinoamérica esta competencia entre países y ciudades crece día a día, queriendo alcanzar la calidad de vida para sus habitantes, como lo han logrado Bogotá, Medellín, Panamá, el Distrito Federal entre otros.
Santiago de Chile se suma a esta tendencia expresando a nivel global y local su crecimiento y desarrollo con la Gran Torre Santiago [Proyecto Costanera Center], con 64 plantas y una altura de 300 m., desarrollado por ABWB Arquitectos. Éste será el edificio más alto de Latinoamérica, desbancando hoy por día al Trump Ocean Club Internacional Hotel & Tower, con 70 plantas y 284 metros de altura (Panamá, Panamá. 2011).
México también se encaminó en este fenómeno el año 2003 con “La Torre Mayor”, que fuera el edificio más alto de Latinoamérica por ocho años. Con un diseño contemporáneo de calidad internacional, fue proyectado por el Canadiense Paul Reichmann con una altura de 225 m de altura y 59 plantas. Este proyecto inmobiliario de gran escala también tuvo sus inconvenientes y problemas urbanos, como hoy los presenta la Gran Torre de Santiago, ya que su construcción fue interrumpida por cuatro años debido a la crisis económica de los noventas que presentó México. Del mismo modo, en el proceso de construcción existieron problemas ambientales urbanos, como violaciones en el cambio del uso del suelo, ruido y vibraciones, daño en las áreas verdes, falta de calidad en el transporte urbano, ya que la Ciudad de México es la más poblada de México.
A pesar de los diversos problemas urbanos que atrajo La Torre Mayor, hoy día representa el desarrollo y crecimiento que tiene la Ciudad de México en el país y ante el mundo, lo que permite prever que México no tardará en volver a entrar a la competencia del edificio más alto de Latinoamérica, como lo ha hecho hoy Santiago de Chile.
Por su parte, el megaproyecto Costanera Center refleja la evolución de la ciudad de Santiago en diferentes aspectos, como son los cambios sociales, económicos, tecnológicos y culturales. Pero ¿a qué precio se conseguirá el logro de liderar con el edificio más alto de Latinoamérica? ¿Qué consecuencias traerá al territorio y para quienes lo habitamos?
El tiempo lo dirá y la sociedad chilena se adaptará a convivir con él. Tal vez consiga que Santiago logre ser por mucho más tiempo una ciudad con alternativas, siempre de la mano con pequeñas vulnerabilidades, como toda ciudad. Pero ayudará principalmente a ciudadanos, gestores urbanos y al gobierno a comprender que, trabajando juntos en una participación tripartita, se puede trabajar de manera cordial y comprometida en el crecimiento y desarrollo local y global de Santiago de Chile ante Latinoamérica y el mundo, y no dejar que la especulación inmobiliaria gane en la batalla de lograr ciudades con calidad de vida para la sociedad chilena.