Planeo Digital

Número 5

Costanera Center

Jul 2012

Costanera Center y los Mallestares urbanos: La urgencia de un Urbanismo Comercial en la planificación de las estructuras de consumo en la ciudad

[Por Liliana de Simone]

La inauguración del bullado proyecto del Holding Cencosud en los terrenos que alguna vez pertenecieran a la CCU ha puesto de manifiesto una serie de conflictos que, hasta hace pocos años, no eran de menester público fuera de la academia y los organismos técnicos especializados.

Alimentado por la prensa, el proyecto se edificó tanto en su altura imponente, como en su discurso articulado por postales y símbolos. Con más de 30 metros de un zócalo grisáceo, desde donde se yergue el rascacielos más alto de la región, el proyecto del Costanera Center tramita entre la imagen del progreso económico nacional –o dicho de otro modo, el necesario monumento al Jaguar de Latinoamérica— y la exaltación al emprendimiento empresarial individual, en lo que vendría a ser un proyecto personal de más de 25 años de gestación, y que Horst Paulmann habría concebido como una obra cúlmine, como un mausoleo de su inquisidora labor.

En cuanto a su carácter alegórico, la instalación de un mega centro comercial al borde del rio Mapocho viene a confirmar las representaciones tradicionales del cono de alta renta. Como un reloj solar, la torre parece indicar el lugar exacto, el cero geométrico, desde donde se cimienta, a la sombra del capital, la organización socio-espacial de los más acomodados. Y es que la localización de Costanera funge de manera estratégica con los discursos neoliberales sobre la ciudad. A modo de ícono, representa tanto en planta como en fachada, los ideales de la ciudad construida para el capital, pensada para el goce y la multiplicación de ‘lo privado’ por sobre lo público. Como centro de intercambio comercial y social, el mall cumple con las expectativas en su interior, otorgando pasillos y food courts que satisfarán las necesidades de los usuarios, y la eventual resignificación de sus pasillos en espacios pseudo-públicos.

Sin embargo, el proyecto parece haber olvidado que su implantación ocurre en una de las zonas tradicionalmente peatonales de la ciudad de Santiago. Olvidó que su localización estratégica se constituye como el remate oriente de uno de los proyectos urbanos más emblemáticos de la historia urbana reciente (Línea 1 del Metro y la peatonalización para-comercial de las “Dos Providencias”); y donde el paseo fluvial al norte, adornado por uno de los parques lineales más extensos de la capital (hacia el Oriente: Parque Los Reyes, Parque Forestal, Parque Balmaceda, Parque de la Aviación, Parque Uruguay, y más allá Parque Bicentenario), y que se constituye en la red de espacios públicos intercomunales más extensa de la región.

Enfrentándose al Cerro San Cristóbal y su nuevo rol en la conectividad capitalina desde su reciente horadación transversal (Túnel San Cristóbal), al Costanera Center parece habérsele olvidado que los lugares más atractivos para la inversión en comercio, cuando estos están adentro de la ciudad, coinciden y no paradojalmente, con los núcleos de mayor intensidad peatonal, y por lo tanto de acumulación creciente de significados culturales y sus contradicciones . La comprobación de la existencia de este error conceptual es simple: el proyecto del mall Costanera es un proyecto de mall introvertido, suburbanita, ajeno de veredas y despojado de espacios de transición. Cual bunker de los cincuentas, alude a una etapa en la construcción de malls que rememora la Guerra Fría y su terror por la lluvia nuclear, en la que se veía a los shopping centers, frutos de la expansión suburbana y la motorización, como los necesarios centros de reunión entre WASP’s (White Anglo-Saxon Protestant). Protegidos del clima exterior (climatización mecánica y ausencia de ventanas),  la llegada en auto eludía la confrontación directa con cualquier otra realidad que no fuera el recreado interior urbano del mall. Ubicados en el cruce de autopistas, los malls suburbanos de altos muros, sin ventanas ni vistas al exterior, se olvidaban de un contexto territorial donde no habían mas que carreteras y casas prefabricadas.

Ese modelo, atemporal a la realidad santiaguina, es aquel rememorado en Costanera Center, donde las grandes fachadas cerradas por vidrios polarizados promueven como acceso principal a una pasarela levantada 6 metros del nivel de la ciudad. O donde las rampas de acceso automovilístico generan un foso que separa la vereda –mínima por lo demás—peatonal de lo que sería un acceso directo y a nivel al mall.

¿Pero de que se esconde Costanera Center? ¿No hay acaso allí afuera una ciudad latente a la que asomarse, con la que conversar, a la que honrar? ¿No hay una vista a la geografía que vender como experiencia, un peatón que convertir en cliente, una terraza externa que colonizar por cafés y tiendas? Incluso a la luz de las nuevas tendencias en la construcción de espacios de retail abiertos, Costanera parece haber obviado todas las oportunidades de mercado que su situación urbana le ofrecía. Y por que no, haber generado un boulevard o una terraza, recursos tan trillados por su competencia, y que, sean del gusto arquitectónico o no del lector, ofrecen una experiencia urbana remozada en aquellos malls donde se construyen. Una negociación era necesaria, un diálogo, aunque mínimo, es requerido aun, una propuesta de apertura, será esperada.

Sin embargo, hay un aspecto que debemos agradecer a Costanera Center. Su mediatizada construcción, fruto de los espaldarazos políticos (Ricardo Lagos puso la primera piedra, Michelle Bachelet lo convirtió en el ícono de la reactivación) y la psicosis colectiva fomentada por la prensa amarillista ante un eventual colapso metropolitano, puso en la mesa de discusión la manera como se toman las decisiones urbanas en la ciudad. La masa crítica generada en torno a la expectación del Costanera provocó discusiones tan relevantes como la pertinencia de una nueva figura administrativa metropolitana, que pueda velar por un proyecto de ciudad coherente entre las  diversas unidades comunales.

No obstante el foco mediático, la conflictiva instalación del mall en Providencia, cargada de irregularidades, mitigaciones no realizadas, concesiones poco claras, puede volver a repetirse en muchos casos venideros. La ausencia de una planificación urbana que no solo regule la instalación de inversiones inmobiliarias de estas magnitudes, sino que por lo demás, pueda orientar los modos más favorables bajo los cuales tanto empresarios como ciudadanos puedan beneficiarse mutuamente, es aun un pendiente preocupante.

Dejemos algo claro: no es productivo demonizar al inversionista Paulmann, pues eso no impide que en el futuro, las decisiones privadas de otros empresarios puedan conllevar a un resultado igualmente insatisfactorio desde el punto de vista de la ciudad, pero muy rentable desde el negocio mismo. Es menester de los organismos públicos y académicos generar la necesaria densidad de conocimientos técnicos y teóricos que puedan alimentar las inversiones privadas de maneras concretas, de modo de no solo  evitar los conflictos, sino incluso mejorar las ventas futuras. Las cooperaciones público privadas, orientadas bajo un eventual plan metropolitano de urbanismo comercial, podrían aprovechar las inmensas inversiones privadas, en oportunidades cuyos externalidades positivas también sean vertidas en los espacios públicos colindantes. Una política económica de ese tipo podría medir –como ya se hace en muchas ciudades españolas—las cuotas de participación de los negocios locales por tipo de producto, y como éstas se verían afectadas por la llegada de un mall. Así, los organismos administrativos podrían orientar el tenant mix más adecuado para la estructura mayor, o fomentar la especialización de las estructuras menores. Un plan de ordenamiento comercial podría, por otro lado, orientar la instalación de las mega estructuras en la ciudad, sus conexiones con el contexto, los formatos de sus fachadas y accesos más adecuados, buscando así favorecer tanto el negocio del retail, como su relación con la ciudad. Incluso, un urbanismo comercial puede usar proyectos de financiamiento privado como detonantes de reactivaciones urbanas en zonas obsoletas, pensando integralmente la planificación, la gestión y la construcción de la ciudad.

Hay esperanza. Si revisamos la genealogía del mall en Chile, notaremos de inmediato que en nada se parecen los primeros malls a lo que devinieron 20 o 30 años después. Parque Arauco, con su hermética caja de ladrillo, se convirtió en treinta años en un proyecto de formas irregulares y horadaciones continuas, incluso colonizó su vasta área de estacionamientos que lo alejaba de la vereda norte, donde hoy construye un amplio paseo peatonal. Y plaza Vespucio, cuya impenetrable estética metálica de principios de los noventas evolucionó, a punta de pruebas y errores, en un animal polimórfico que propone e incentiva usos diversos en un radio de influencia difícil de delimitar.

Costanera Center tendrá que hacer lo mismo, sus clientes, acostumbrados a los cappuccinos al sol del boulevard de moda, le exigirán usos más abiertos. Pasarán años, pero desde hoy debemos considerar al Costanera como una oportunidad antes que una derrota. Ayer no lo hicimos, hoy es necesario; y pensar en como planificar los casos venideros, inexcusable.

 

* Fotografía emol.com