[Por Margarita Troncoso]
Cualquiera podría pensar que moverse por Santiago como peatón es complicado; es una ciudad enorme, llena de tráfico y con grandes distancias por recorrer. Sin embargo cada día existen más facilidades para los que nos movemos a pie.
Hoy es posible llegar a casi todos los puntos neurálgicos de la ciudad a través del Metro, éste dejó de ser un medio de transporte de uso exclusivo para quienes vivían en las proximidades al centro histórico de la ciudad, se democratizó y hoy podemos viajar desde la Plaza de Puente Alto hacia la Plaza de Maipú en un lapso de tiempo muchísimo menor que hace un par de años.
A la gran cobertura del metro de Santiago, se suma el Transantiago, sistema mayoritariamente criticado, pero que a la hora de ser necesario para los peatones, funciona, y para mí ha funcionado bien en la mayoría de las ocasiones. Por primera vez un sistema de micros respeta velocidades máximas, informa de los recorridos a través de un sistema amigable por Internet y ofrece una gran cobertura de recorridos que permite llegar a todos los rincones de nuestra gran capital. Aunque en ocasiones este sistema tiene problema con la frecuencia de recorridos, lo que a su vez genera viajes más congestionados e incómodos. Falta perfeccionar estos temas, pero si decidimos no movernos tan acelerados, debemos reconocer que este sistema nos ha facilitado la movilidad hacia muchos sectores alejados.
Para mí fue fácil notar los atributos del sistema de transporte público de Santiago luego de vivir en Viña del Mar, donde los choferes superan en todas las ocasiones la máxima velocidad permitida, poniendo en riesgo la vida de los usuarios. No se respeta al estudiante, no hay paraderos definidos y se reconoce que el apuro de los micreros radica en que su sueldo depende de la cantidad de pasajeros que transporten al día. Además, el sistema de metro de la región de Valparaíso no es utilitario para viñamarinos ni porteños, por lo que no ha otorgado grandes mejoras a dichos usuarios. No obstante, sí ha significado acercar a las comunas del interior al puerto y ha otorgado a estas ciudades un sistema de transporte digno de países desarrollados, el cual debería potenciarse en las dos ciudades más grandes de la región.
Junto a los beneficios que conlleva el uso del transporte público en Santiago, es importante destacar los pro de ser peatón frente a los contra de ser automovilista. Pese a que los automóviles tienen acceso a las autopistas y pueden llegar con mayor rapidez a sus destinos en los horarios de bajo tráfico, siempre sufrirán en los horarios “pic”. Los “tacos” invaden estas carreteras de alta velocidad, a lo que se suma que a medida que los autos se acercan a su destino deben sumergirse en las congestiones habituales de las pequeñas calles que son alimentadas por las grandes carreteras. El peatón también debe sobrevivir a los horarios “punta”, pero al acercarse a su destino se libra del medio de transporte y puede valerse sólo de sus pies para llegar al destino deseado, el nivel de stress que debe vivir el automovilista sin duda es mayor que el del peatón.
Además de la relación de los peatones con vehículos motorizados, también debemos lidiar en las veredas con los ciclistas, grupo que cada día crece más, pero que debe enfrentarse a una ciudad bastante agresiva para ellos: hay pocas ciclovías, lo que genera que deban moverse por las veredas o por las calles. ¿Qué genera esto? Ciclistas que no respetan las señalizaciones que corresponden a peatones y automovilistas porque el sistema no está pensado para acogerlos. Frente a eso salta la duda de por qué el alcalde Labbé instauró un sistema de bicicletas públicas si no generó ciclovías para que dichos ciclistas se muevan tranquilos en la ciudad y puedan regirse bajo las reglas que correspondan netamente a ellos.
Santiago se ha adaptado crecientemente a los peatones y automóviles y ha hecho un intento teatral de adaptarse a los ciclistas, sin que esta integración sea hoy una realidad. Lo primero beneficia a un alto porcentaje de ciudadanos que no cuentan con vehículo y ha permitido acercar e integrar a los sectores más vulnerables a la ciudad.
Lo segundo ha generado un creciente aumento de automóviles en la ciudad, lo que ha llegado a un punto crítico de colapso, en que pareciera que lo mejor sería limitar el ingreso de automóviles al país por un tiempo o cambiar radicalmente los hábitos de movilización de los santiaguinos. De a poco, se han ido abriendo paso los ciclistas, que han decidido dejar el auto y moverse en bicicleta. Para aumentar el uso de la bicicleta y convertirlo en un hábito, es necesaria una política pública que apunte a planificar y ejecutar nuevas ciclovías seguras. Con esto se reduciría el uso de automóviles, se descongestionarían las calles y se reduciría la tasa de contaminación de nuestra capital. Así, peatones, automovilistas y ciclistas convivirían de mejor forma y ayudarían a hacer de Santiago una ciudad más amigable.