“Así, históricamente la ciudad ha sido un crisol de razas, gentes y culturas y la base más favorable para nuevos híbridos biológicos y culturales” (Wirth, 1962)
Revista Planeo Nº 22 La Ciudad como escenario cultural, Junio 2015.
[Por Jaime Solorzano Pescador. Cientista Político de la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Candidato a Magíster en Desarrollo Urbano de la Pontificia Universidad Católica de Chile]
“Así, históricamente la ciudad ha sido un crisol de razas, gentes y culturas y la base más favorable para nuevos híbridos biológicos y culturales” (Wirth, 1962)
El imaginario construido a escala global sobre las ciudades colombianas puede sintetizarse en una palabra: violencia. No es algo fortuito. Por cuenta de las acciones terroristas de los carteles del narcotráfico y los grupos guerrilleros durante las últimas dos décadas del siglo XX, los centros urbanos colombianos eran asociados al temor, al terror, a la muerte. Esta situación, sin duda, afectó la experiencia urbana, y en especial la percepción que los ciudadanos construyeron sobre aquellos lugares donde debían interactuar con otros. No obstante, y a la par de la intensificación de la violencia, las manifestaciones culturales se mantuvieron vigentes en las ciudades como momentos de encuentro de los ciudadanos en los espacios de mayor significado colectivo; aun cuando las amenazas a su integridad eran latentes. Sin reparar en el tamaño de la ciudad, los habitantes abandonan parcialmente sus temores a los lugares de encuentro de masas, para reivindicar algunas de sus tradiciones y acercarse a nuevas manifestaciones en el cine, la danza, la música y el teatro.
Im1. “Batucada” / Fuente: El Tiempo (2014). Imagen tomada durante XIV Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, con la Plaza de Bolívar como escenario.
Quisiera detenerme a plantear algunas reflexiones al respecto sobre Bogotá. A diferencia del mundialmente reconocido Carnaval de Barranquilla, y de las ferias de Medellín y Cali, hasta la década de los 90 era prácticamente desconocido algún evento cultural de gran impacto en Bogotá. En la línea de la descripción que hiciera Gabriel García Márquez sobre la gente del “interior” en Cien Años de Soledad, los eventos culturales en Bogotá transcurrían, generalmente, en espacios cerrados como teatros, museos y galerías, a los que acudían grupos muy pequeños de la élite o la intelectualidad de la ciudad. Igualmente, y propio de una sociedad altamente fragmentada y segregada, tendía a ponderar el valor cultural de una manifestación (teatral, musical o intelectual) según su cercanía a la élite o a la tradición popular. Así las cosas, mientras las ferias y carnavales brindaban un momento para el encuentro con los otros, Bogotá no contaba con un evento cultural de gran escala que ayudara a cambiar los patrones de relacionamiento social en el espacio urbano, ni el imaginario negativo de propios y extraños sobre la ciudad [1]. Al respecto, “Hay ciudades que llevan a cuestas el sino de no ser más que eso, rotundas y llanas ciudades, siempre por terminar, por toda la eternidad en trance de completarse, de recomponerse o de deformarse, Podría ser este el caso de la capital colombiana, que ha pasado a la posteridad llena de poetas, pero sin poesía” (Serrano, 2007: 114).
Im2. Fanny Mickey (1930 – 2008) / Fuente: Festival Iberoamericano de Teatro (2015)
Paradójicamente, en un país reconocido por sus compañías teatrales, eran contados los festivales a gran escala, que permitieran apreciar su trabajo artístico. De ahí el valor que tuvo para Bogotá y el teatro la labor de la actriz colombo-argentina Fanny Mikey y Ramiro Osorio en 1988, a partir de la puesta en marcha de “(…) una corta muestra teatral que invadiera la cotidianidad de los bogotanos para llenarla de teatro en las salas y las calles de la capital de Colombia, en medio de una de las épocas de mayor violencia en el país.” (FITB, 2015). Una “corta muestra” llamada Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que llegó a su 14ª versión en 2014, sobreviviendo tanto a la muerte de su gestora en 2oo8, a los diferentes gobiernos de la ciudad e incluso, al poco recordado atentado que tuvo lugar en su inauguración: 2 artefactos explosivos que, a pesar del miedo generado, no impidieron que los ciudadanos disfrutaran de un evento que, a la fecha, se ha convertido en un ícono de la ciudad.
El Festival logra, durante sus semanas de duración, convertir a gran parte de la ciudad en un inmenso escenario para el teatro y manifestaciones culturales afines. Teatros, centros culturales, salones, parques, plazoletas, calles y centros de exposiciones reciben a las compañías y a los espectadores; en una dinámica que reivindica el valor de este evento sobre la vida cultural de la ciudad, como también en la posibilidad de apropiarse de los espacios. Es la posibilidad de conocer nuevos lugares, de acercarse a lo desconocido por medio de la cultura, de la posibilidad de expandir el conocimiento, de valorar e imprimir un nuevo significado a lugares que, por la rutina de las prácticas cotidianas, consideramos inocuos. El impacto del Festival también se puede ver en cifras: de los 10 espacios y 900.000 espectadores en 1988, a los 70 espacios y más de 2.500.000 espectadores en 2012[2]. Bogotá, esa ciudad de contrastes y paradojas, que poca admiración generaba a propios y extraños, contaba ahora con un evento de gran impacto cultural, que brindaba la “(…) posibilidad de congregar y festejar, de reunir multitudes para sentirnos parte de algo común” (Dávila, 2001). Como lo sugiere Glaeser a partir de las experiencias de New York y Londres, el festival se ha consolidado como un factor de entretenimiento que brinda a Bogotá la posibilidad de fortalecer la industria cultural como activo estratégico, gracias los estímulos a su economía y la ampliación de los vínculos culturales.
Im2. Festival al Aire Libre / Fuente: El Tiempo (2014)
Cada 2 años, bogotanos y visitantes tienen acceso a una importante constelación de obras teatrales, bien sea por medio del pago de un abono para ingresar a los teatros de la ciudad; o bien por la búsqueda de las obras gratuitas que se toman calles, plazoletas y parques. Cada 2 años, Bogotá se convierte en un inmenso complejo teatral. Cada 2 años, esas fronteras – visibles o invisibles – que definen parte de la ciudad, parecen desaparecer. El Festival le ganó a la violencia desde su origen, y también logra ganarle al miedo que tienen los ciudadanos entre sí, y a su ciudad.
“Varias ciudades reunidas, que bordean los cerros orientales, que van desde la amplitud y tranquilidad de los barrios del norte al aglutinamiento infrahumano del sur y, para unirse, encuentran un centro sórdido. Las tres, una. Siempre gris; de un lenguaje impersonal escoltado por el clima frío y seco que provoca en la gente una actitud hermética” (Pérez, 1988)
[1] Al respecto, puede verse el documental “Bogotá Change” (2009), en especial la primera parte del mismo, sobre el conjunto de factores que deterioraban las condiciones de vida en la ciudad y su incidencia en el imaginario negativo sobre Bogotá.
[2] Último dato oficial disponible.
Referencias: