Sin Estadio Nacional: a diez años de su demolición imaginada

[Por Gonzalo Cáceres]

Conferencia de prensa, marzo 2003.Fuente: http://www.nunoa.cl/noticias/detalle.tpl?id=26032003141814

Im 1. Conferencia de prensa, marzo 2003.
Fuente: http://www.nunoa.cl/noticias/detalle.tpl?id=26032003141814

Que un municipio anuncie una rueda de prensa para un día hábil de la última semana de marzo, puede ser un desafío al buen sentido. A menos que se busque informar un beneficio -la ampliación en el pago de los derechos de circulación, por ejemplo-, la convocatoria parece desaconsejable.

Hace casi una década, sin embargo, la acera sur de Avenida Grecia a la altura del #2100 alojó un acontecimiento. Como suele ocurrir con los sucesos, sus protagonistas no imaginaron todas las consecuencias que acarrearían sus dichos. Con Ñuñoa como marco, el Estadio Nacional como foco y el alcalde Pedro Sabat como protagonista, el episodio por analizar deflagró en todas direcciones aunque su importancia haya sido soslayada. El análisis que sigue, busca explorar tanto la forma como el contenido de una de las primeras propuestas para, previo derribo del Estadio Nacional, proceder a una transformación radical del conjunto.

A espaldas del Nacional

Hacia el mediodía del miércoles 26 de marzo del 2003 (26M), una sencilla mesa cubierta con un mantel, un micrófono provisto de amplificación, un lienzo y dos a tres pendones, anunciaban la inminencia de una actividad oficial. Pese a su sobriedad, el modesto despliegue sobresalía en medio de una acera especialmente amplia.

Aunque la ambientación era mínima, la modestia de la instalación distaba de ser ineficaz. Con criterio escenográfico, los organizadores dispusieron la mesa que oficiaba de testera, equidistante de la calzada y del Estadio Nacional, que en su principal cara exhibe una línea de isomorfismos verticales. Especialmente recordables, son las dos columnas que franquean el acceso al recinto deportivo y cuyas reminiscencias art deco evidencian la inspiración moderna del conjunto. Ingreso habitual a lo que algunos soñaron sería un complejo olímpico, el acceso sigue demostrando toda su funcionalidad cuando cientos de personas se forman en filas perpendiculares a la Avenida Grecia.

Más de alguno de los participantes de la actividad, debió haber recordado la emoción de muchos de los espectadores que acuden al Nacional. Aunque se trata de una sensación que parece estar asociada a las multitudes más que a los recintos, multiplica la ansiedad de los asistentes cuando enfrentan los anillos con que la policía regula a los espectadores rebajados a la condición de flujo. Nada de eso ocurría el 26M.

Visto a cierta distancia, el amarillo de los distintivos asociados a la conferencia de prensa, permitía suponer que se trataba de una actividad de la Municipalidad de Ñuñoa. El deambular de algunos de las autoridades participantes, ratificaba tal impresión. Flanqueado por dos diputados y cuatro concejales, Pedro Sabat había citado a los periodistas a la generosa superficie donde se cruzan Campos de Deportes con Grecia. Que a la cita acudieran la totalidad de los parlamentarios de la circunscripción, permitía adivinar la contundencia de lo que sobrevendría. Parte del mensaje que la conferencia buscaba transmitir, comenzó a quedar al descubierto cuando los convocantes tomaron asiento: las cuatro mujeres y los dos hombres que secundaban al alcalde, se ubicaron de espaldas al Estadio (Figura 1).

¿Todo lo sólido se desvanece en el aire?

Esa mañana de inicios de otoño, el rostro amostazado de los integrantes de la testera reflejaba más irritación que nerviosismo. De entrada, el edil ñuñoíno cortó el silencio con una frase punzante: el Nacional debía ser demolido. Convertido en una amenaza ineludible, el edificio que se recortaba por encima de sus hombros, era un peligro público y su desplome inminente. Pero, ¿quiénes podrían sufrir las consecuencias de un colapso tenido por perentorio? Por lo pronto, los asistentes que confiadamente concurrían a los espectáculos deportivos o musicales o que a cada tanto acudían a él para participar de una competencia atlética.

Quizás porque no pertenecía a su vocabulario habitual, el jefe comunal dulcificó su intervención con la expresión desarrollo. En su visión, el terreno merecía otro desarrollo. ¿Cuál? Uno proyectado por los artífices del más reciente y visible ciclo de verticalización de Ñuñoa: los gestores inmobiliarios. Que la operación substitutiva fuera digitada por agentes privados, no ruborizó al edil. Sintonizado con un modelo empresarialista de gestión urbana, el jefe municipal recomendó, primero la subasta y luego la concesión de las hectáreas fiscales liberadas.

Que Sabat estuviera acompañado para su pequeño 26M, no es irrelevante. En rigor, la comparecencia de los convocantes era una respuesta a una retahíla de episodios de violencia que tenían al Estadio como marco. Soñando con los ojos abiertos, el edil suponía que con la demolición del Estadio el lugar dejaría de ser un foco de molestias para sus vecinos y volvería a mejorar la focalización del gasto municipal. Efectivamente, la violencia extradeportiva que ejecutaban con regularidad dominical las barras de los principales equipos de fútbol, distraía personal y recursos municipales para sanitizar, ex post, un paisaje desarreglado.

Espoleado por las imágenes del último enfrentamiento callejero entre barristas de Colo-Colo y Universidad de Chile, Sabat todavía tenía más para decir. Fugado por completo hacia adelante, el edil respondió por el después de su destrucción creativa.

Frente a la pregunta, dónde construir el nuevo Estadio, justificó la conveniencia de una localización excéntrica. La experiencia internacional, contestó con voz experta, confirmaba la conveniencia de levantar equipamientos deportivos en la post-periferia. Además, derrochando ingenio, no podía haber mejor proyecto para festejar el Bicentenario.

El edil se cuidó de blandir la palabra desaparición. Sin ser una persona prudente, prefirió subrayar la conveniencia de un reemplazo total. Presos de un silencio aprobatorio, ninguno de los convocantes aludieron a la anterior condición de Centro de Detención, Tortura y Exterminio que El Nacional conoció por casi 60 días durante 1973. El escaqueo de los representantes frente a una memoria reactualizada por el multipremiado documental Estadio Nacional (Parot, 2002), fue evidente.

Una versión local del teorema de Thomas

Fiel a su guion, el edil exageró lo suficiente como para convertir un complejo sin plan ni gestión integrada en un recinto amenazante. Vocero de vecinos fastidiados, el jefe municipal había manifestado en otras oportunidades su crítica respecto a la violencia que el Estadio parecía imantar. Ofuscado por la pasividad del Estado central, su rechazo a las consecuencias residenciales de los partidos de alta convocatoria, incluía una indisposición a los recitales de sonido industrial que a veces tomaban el Velódromo o el Estadio Atlético como epicentro. En cualquier caso, sería muy equivocado tildar a Sabat de tradicionalista como la caricatura suele representarlo. No hay que olvidar su interés –como Alcalde designado por Pinochet- por alojar música rock en el gimnasio Manuel Plaza.

Tampoco sería correcto suponer que Sabat pensó la conferencia de prensa como parte de un diseño metodológico mayor. Al respecto, es poco probable que su sentido del servicio público lo orientara a inventar una conflictividad artificial con los directivos de la repartición estatal responsable del predio (primero Digeder, luego Chile deportes y, más tarde, el Instituto Nacional del Deporte). La evidencia indica lo contrario. Revisado el historial, el Estadio Nacional hacia fines de la década de los noventa, figura como un recinto habitual para la realización de muchas actividades municipales de toda índole. La intensidad de la relación Municipio-Chiledeportes, con seguridad pavimentó la concesión para usos deportivos de una porción desatendida del predio (una fracción del costado sur-occidente).

La cesión de parte del recinto para realizar la celebración anual y comunal de las fiestas patrias, es otro signo de la colaboración existente. El que se haya convertido en uno de los proyectos estrella del Alcalde, testimonia el interés por utilizar de otra manera un activo desactivado. Como se sabe, la celebración dieciochera incluyó la construcción de una medialuna muy cerca del Estadio Olímpico. Cerró el cuadro seudo-ruralizante, el funcionamiento de una granja emplazada al costado Oeste de la medialuna. Ambas instalaciones, como era presumible esperar, siguen bajo responsabilidad municipal.

El llamado a demoler provocó múltiples reacciones entre los responsables del complejo deportivo, pero también entre los funcionarios públicos del nivel central. En cualquier caso, la tesis del desplome no era tan peregrina. Preocupado por algunas señales, el propio Chiledeportes había encargado un estudio técnico cuyas conclusiones no se habían dado a conocer y que descartaba la posibilidad de un derrumbe no sin señalar problemas en la mantención del edificio. Con el informe en ristre, el director de Chiledeportes, Ernesto Velasco, fue el encargado de responderle al alcalde Sabat.

En paralelo al contrapunto de declaraciones, una corriente de indignación despertó a un variopinto elenco de ciudadanos. Mientras los deportistas rechazaron la propuesta por irrespetar tradiciones consagradas -demoler el edificio donde se había jugado el mundial de fútbol de 1962 parecía una exageración-, otros pusieron el foco en la condición del edificio como testigo, pero también escenario de gravísimas violaciones a los Derechos Humanos.

Creíble por vehemente, la destrucción creativa que Sabat impulsaba, animó a los emprendedores de memoria que articularon una línea de defensa hacia un recinto cuya vejez no caducaba su significación. Un dato adicional coronaba la urgencia: Sabat, Cubillos y Burgos habían propuesto la demolición el mismo año en que se cumplirían 30 del Golpe de Estado[1]. La respuesta institucional frente a un riesgo inminente, permutó rápidamente en un acto solemne: el Estadio obtuvo el mismo año del Estado el reconocimiento de Monumento Histórico. La idea de una demolición perentoria recibía una clausura definitiva.

& & &

Representado al modo de un uso indeseado del suelo, el Nacional padeció un proceso de estigmatización durante la primera década del nuevo siglo, pese a la evidente contribución de sus instalaciones a toda la metrópolis. En una coyuntura que ahora entenderíamos disonante, el menoscabo se constituyó en una amenaza real para deportistas y emprendedores de memoria. Las consecuencias asociadas a la difusión de la idea, despertaron a la sociedad civil, pero también al gobierno

A tan solo un lustro de distancia del 23M de Sabat, el Estadio se aprestaba a vivir una remodelación de su coliseo. Diez años más tarde, una intervención en todo el predio, pero de nuevo en el edificio principal, promete renovar mucho más que el aspecto de conjunto clave para el desarrollo de una Ñuñoa, pero también de una ciudad más democrática.

[1] La conmemoración de un evento singular puede llegar a convertirse en una recordación fundamental. Carolina Aguilera me hizo ver la importancia asociada a los “trigésimos aniversarios”.