Revista PLANEO N°60 | Asentamientos multiamenazas Vol. 3: Erupciones volcánicas y habitabilidad | Septiembre 2024
[Por: Daniela Fava Callejas. Psicóloga, egresada de Magíster en Psicología Comunitaria. Investigadora independiente]
Yo quiero al Volcán. Lo quiero
¿Y si me voy a bajarlo?
Cuentan, mamá, que es persona
y es brujo y manda de lo alto.
Quiero llegar donde está
y lo quiero de padrazo
(Volcán Villarrica, Gabriela Mistral)
Las comunidades que viven aledañas a un volcán son una de las formas de asentamiento más antiguas, aun cuando la historia ha demostrado, en algunos casos, la desaparición de poblados completos (como es el caso de Armero, Colombia). En la actualidad, hay grupos de personas –y comunidades– que deciden vivir en las faldas de un volcán y están habituadas a vivir con estos macizos. Ellos han decidido instalarse allí donde su forma de vida y sus prácticas se relacionan con el entorno, existe un vínculo, una convivencia con el riesgo, beneficiándose de las manifestaciones del macizo. Están en su hábitat. La reflexión a continuación proviene de observaciones realizadas a ciertas comunidades volcánicas e invita a poner en interrogación el riesgo volcánico cuando son los habitantes quienes han decidido habitar dichos territorios.
La convivencia es una forma de reciprocidad, según lo planteado por Rivera Cusicanqui (2010), una forma en que los habitantes se disponen en el encuentro con el macizo. La aceptabilidad implica haber tejido –ir tejiendo– un saber con el entorno, un saber en torno. Este es sostenido por una memoria colectiva, creencias, historias de los abuelos que transmiten el estado de latencia –el sueño–, posibilitando saber cuándo está dormido, cuándo podría despertarse, si se enoja y porqué. Es así como el volcán, un miembro de la comunidad, es un ser vivo –en algunos casos una deidad– que expresa emociones, formando parte del imaginario de los habitantes.
Buscar entender los movimientos del hábitat abre la posibilidad a estar habituados, a hacer su cotidianeidad adaptados a los ritmos, a acercarse a las formas de manifestación del volcán haciendo uso de ello, recolectar frutos, trabajar la leña, así como admitir que existen peligros. En este sentido, se entenderá el riesgo como la probabilidad de sufrir un daño producto de una amenaza (García Acosta, 1995). Aquí, la naturaleza no es la amenaza en sí, sino que son las condiciones de vida que nos exponen ante las manifestaciones naturales.
Entonces, considerar la percepción de riesgo de los habitantes, es referirse a las emociones que definen esa relación, al juicio emitido sobre la situación de riesgo, si este está influido por el miedo y el temor. Conviene revisar qué emociones guían este juicio previo a una erupción. Lo que se recoge de los habitantes de, por ejemplo, Ensenada, es que el miedo, la preocupación, está localizada en lo ocurrido posterior a la evacuación, en los albergues, en el imaginar sus vidas en otro territorio, en que los “saquen”, sean desplazados, de su territorio.
Similar situación crítica fue vivida por los habitantes de Chaitén posterior a la erupción del volcán. Una vez que fueron evacuados, la ciudad fue declarada inhabitable y los habitantes no pudieron retornar. Durante el tiempo que vivieron como desplazados, existió “una percepción de desorientación y abandono por parte de los habitantes, a la vez que de maltrato y violencia psicológica” (Arteaga et al., 2014). Sin embargo, con el paso del tiempo, fueron los habitantes quienes decidieron repoblar su territorio y volver a convivir con el riesgo.
Convivir en riesgo es considerar las (múltiples) amenazas que impactan en la subjetividad como forma de afectación, es decir, los afectos y la potencia que produce la situación crítica en la experiencia de los habitantes. Es allí donde se observa la fragilidad en salud mental. El padecimiento se aprecia en la sensación de destierro, basada en el estar en la incertidumbre al desconocer cómo continuar hacia el futuro respecto del territorio que habitan, la desesperanza ante el desconocimiento, la pérdida de sentido al no poder retomar sus prácticas, la frustración respecto de lo vivido y una situación de duelo por aquello que se dejó y se desconoce si volverá. Esta forma de estar conduce a alteraciones del estado de ánimo, del sueño, de adaptación, las cuales son vividas tanto a nivel individual como a nivel grupal. Un (mal) estar común se reconoce en los diferentes hogares. Se produce un malestar en la habitabilidad.
La manifestación del Calbuco depositó un manto gris sobre un entorno siempreverde. Las familias habitantes sabían que algún día despertaría. Esta seguridad arraigada en la naturaleza demostró que los habitantes, conocedores de su territorio, no se verían sorprendidos por su despertar. Lo esperaban. Y, cuando despertó, supieron cómo actuar: evacuación autoconvocada de los habitantes, quienes se subieron al vehículo más cercano a tomar la vía de escape logrando llegar a salvo, sin heridos ni fallecidos. Lo que no supieron era que el volcán traería un desastre consigo, uno que tuvo que desenterrarse y requerir más que palas, carretillas, máquinas, médicos y casas nuevas. Requiere pensar a los habitantes como sujetos agentes de su forma de vida y de su territorio.
Tomar la decisión de evacuar es una decisión política respecto de qué hacer con sus vidas cuando se ha elegido convivir con el riesgo, situación que es una elección personal y razonada. En cambio, al decidir dejar el territorio, bajo el supuesto de estar a salvo, es cuando se cuestiona la noción de seguridad. Esa sensación tienen los habitantes al buscar otro lugar, o es la evaluación que realizan quienes deciden por sobre los territorios, respondiendo a medidas administrativas de control y seguridad interior, generando las condiciones para convivir en riesgo.
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Referencias bibliográficas
Arteaga, C., Pérez, S., Castro, F., Fava, D., Molina, G., & Ramírez, C. (2014). Recursos, estructura de oportunidades y subjetividades en contextos de desastre. Análisis a partir del caso de Chaitén. En C. Arteaga & R. Tapia (Eds.), Vulnerabilidades y desastres socionaturales. Experiencias recientes en Chile (pp. 101-116). Editorial Universitaria.
García Acosta, V. (1995). La construcción social del riesgo. Desacatos.
Rivera Cusicanqui, S. (2010). Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis. Tinta Limón.