Asentamientos multiamenazas Vol. 3: Erupciones volcánicas y habitabilidad

SEPTIEMBRE 2024

Rocas Brújulas: polifonías bioculturales del habitar el paisaje volcánico Antuco y Sierra Velluda

Revista PLANEO N°60 | Asentamientos multiamenazas Vol. 3: Erupciones volcánicas y habitabilidad | Septiembre 2024


[Por: Carolina Opazo Riveros. Artista investigadora, Master of Arts in Public Spheres (HES-SO, Suiza). Profesora colaboradora del Magíster de Arte y Patrimonio de la Facultad de Humanidades y Arte, Universidad de Concepción]

 

Los volcanes migran y se reproducen en el tiempo.
Están todos conectados subterráneamente por los conductos del magma.
Al extinguirse un volcán, emerge otro.

(Segundo Naupa, miembro de la Agrupación Nehuentue-che, Antuco)

 

Presentación

Rocas Brújulas es un proyecto interdisciplinario de investigación y creación entre arte, geología, antropología y comunidades, orientado a explorar el paisaje volcánico Antuco y Sierra Velluda, en la cordillera del Biobío, como un sistema vivo de relaciones ecológicas y culturales. El proyecto se fundamenta en la investigación de campo, desarrollando una metodología colaborativa que prioriza el intercambio de saberes y experiencias en un contexto de exploración creativa abierta y horizontal.

Como responsable del proyecto, articulo una colaboración con Verónica Oliveros, geóloga y académica de la Universidad de Concepción (UdeC), y Germán Sepúlveda, antropólogo de Quilleco. Además, gracias al apoyo del Instituto Milenio Ckelar-Volcanes, Verónica facilitó la participación de Sebastián Guerrero y Miguel Ancamán, estudiantes de geología, quienes integraron conocimientos de las artes, la antropología y los saberes de la comunidad de Antuco en el desarrollo de sus memorias de grado.

Este tejido de colaboración lo sostienen, además, comunidades locales de Antuco, incluyendo arrieros, miembros de la agrupación pehuenche Nehuentue-che, estudiantes del Liceo Dr. Víctor Ríos Ruiz y vecinos del sector rural Rucue Alto, quienes desde sus diversas perspectivas, historias y prácticas nos han permitido acercarnos a una visión compartida y orgánica del territorio volcánico.

Orientación

El título y las bases teóricas del proyecto Rocas Brújulas se inspiran en el hallazgo de una roca que invirtió la orientación norte-sur de una brújula que llevaba Germán durante una exploración artística que realizamos a fines de 2018 en la cordillera del Biobío. Así como el “norte” y el “sur” son contingencias del magnetismo, también lo son de una colonialidad que clasifica y fija los puntos de referencia de nuestro conocimiento y nuestras pertenencias, delimitando territorios y saberes de manera jerárquica. Pero, ¿cómo podemos crear nuevas vías de conocimiento y construir nuevas narrativas que reflejen la complejidad de los territorios que habitamos?

Responder a ello exige una revisión profunda de los instrumentos teóricos que utilizamos, así como una gramática relacional diferente que nos permita un acercamiento sensible a la red de interrelaciones entre los fenómenos naturales y nuestras construcciones culturales, para así, conseguir proponer una relectura de las fuerzas que nos orientan y desorientan.

El proyecto Rocas Brújulas, busca, entonces, explorar las relaciones semióticas entre naturaleza y cultura que se manifiestan de manera particular en el paisaje volcánico Antuco y Sierra Velluda, desarrollando una metodología en la que el conocimiento artístico y científico dialogue en horizontalidad con los saberes locales. Reconocer la importancia de estos saberes comunitarios en la exploración implica entender que ni el conocimiento artístico ni el científico son suficientes por sí solos para abarcar la complejidad viva del territorio. En el caso del paisaje volcánico, los saberes de las comunidades representan una manera de leer el territorio desde lógicas y relaciones propias que se han desarrollado durante generaciones de convivencia con los volcanes, mediante prácticas, rituales, historias y cuidados que sostienen la vitalidad del lugar. Como nos relató Margarita Naupa, presidenta de la Agrupación Nehuentue-che:

La montaña es celosa. Debemos no elevar la voz y pedir permiso antes de adentrarnos en ella. Estar en contacto y hablar con la montaña trae paz y bienestar. La Sierra Velluda nutre los cultivos y en sus faldas crecen plantas medicinales como la parámela, que alivia el enfriamiento y los dolores estomacales, o el maqui, que baja la temperatura y cura heridas.

La fuerza de este mensaje, junto con otros relatos que surgieron a lo largo de la investigación, nos ayudaron a comprender capas más profundas de la convergencia entre el universo de la montaña y las comunidades que la habitan. Buscamos estas experiencias de vida y estos relatos porque nos guían hacia una relación distinta con el mundo y porque nos permiten ahondar en los significados del territorio desde sus propias particularidades, ya no como un objeto externo de estudio, sino como un espacio vivido y compartido.

Contexto

Ubicados en la cordillera de la región del Biobío, el volcán Antuco y el volcán Sierra Velluda son puntos de referencia cultural significativos para las comunidades locales. Los fenómenos geológicos y climáticos alrededor de ellos se explican desde una dimensión espiritual, especialmente para la comunidad pehuenche, quienes ven en los volcanes a sus antepasados, los ngen pillan, encargados de resguardar los equilibrios entre naturaleza volcánica y cultura. Como narra Eduard Poeppig en sus crónicas sobre su viaje a Antuco, cada pehuenche se encomienda al dios que habita en el interior del volcán antes de morir. Esta cosmovisión se hereda incluso entre los habitantes no pehuenches, manifestándose, por ejemplo, en la orientación de las tumbas en el cementerio de Antuco, donde todas las cruces están alineadas hacia los volcanes, mientras que las camas de los vivos están en dirección opuesta.

Por otro lado, los volcanes han modelado un intrincado sistema de rutas y desplazamientos en el interior de la cordillera, utilizado por pueblos trashumantes y arrieros que, hasta el día de hoy, no reconocen las fronteras geopolíticas impuestas entre Chile y Argentina. En las conversaciones que hemos mantenido, resuena con fuerza la noción de un territorio transcordillerano, un espacio compartido y de intercambio de experiencias, saberes y prácticas.

En particular, la Sierra Velluda es reconocida, en un radio bastante amplio del territorio, como la regenta de las aguas. En su cumbre se encuentra un glaciar que alimenta las subcuencas del río Laja y del río Duqueco, y que, a pesar de la alta intervención hidroeléctrica, sigue facilitando el riego de cultivos en las zonas rurales y la preservación de los ecosistemas naturales. También, hacia las faldas de la Sierra, hay familias que sólo tienen acceso al agua gracias a las vertientes que emergen de ella. La lava volcánica, por su parte, fertiliza el suelo, lo que permite sostener prácticas medicinales ancestrales, como nos contaba Margarita Naupa.

En este sentido, los volcanes Antuco y Sierra Velluda, por más que se encuentren al interior del área protegida del Parque Laguna del Laja –que excluye a las comunidades locales en la gobernanza y habitabilidad de dichos espacios–, siguen siendo actores socioecológicos relevantes en la construcción de las identidades y modos del habitar. Al estudiar estas interrelaciones, es fundamental reconocer que los saberes locales son el resultado de una larga historia de interacciones con el entorno, que incluyen prácticas agrícolas, sistemas de riego, medicina tradicional y formas de organización social. Son conocimientos que también representan formas de resistencia cultural frente a las presiones del capitalismo y la globalización, especialmente en la Cordillera de los Andes, tan intervenida por la industria hidroeléctrica y forestal.

Investigación de campo

El contexto señalado se fue revelando a lo largo de un año de investigación de campo, en el que de manera gradual fuimos profundizando en las áreas de dominio de los volcanes sin muchas ideas preconcebidas o guiones rígidos, más bien preparados para una exploración abierta que también pudiera acoger lo inasible, lo que escapa a la lógica o se siente desde el cuerpo y las afectividades. Desde esta disposición inicial, antes de acercarnos a las comunidades locales, entendimos como esencial enfrentarnos a la magnitud del paisaje volcánico en relación a nuestros propios cuerpos y sentidos, en un ejercicio de humildad y orientación sensible.

Para ello, buscamos formas colectivas de orientarnos, a menudo dejándonos guiar por rutas que surgían espontáneamente o deteniéndonos a contemplar formaciones geológicas de miles o incluso millones de años que nos asombraban. Nos permitimos escuchar el viento, los sonidos de nuestros pasos sobre las rocas, y dejarnos desbordar por la inmensidad temporal y espacial del paisaje. Estos primeros pasos fueron esenciales para situarnos e interiorizarnos en el lugar con mayor proximidad y respeto.

Luego, para iniciar un diálogo con los miembros de la comunidad local, fue fundamental reflexionar sobre cómo podíamos hacerlo sin caer en prácticas extractivistas. Pese a los tiempos acotados de investigación que permite un proyecto Fondart, fue una toma de posición comprometernos a respetar el tiempo y los ritmos que requería la construcción de un espacio de confianza, accediendo a las narrativas locales sólo en la medida en que se nos abriera este espacio de manera mutua y genuina.

En base a ello, las actividades de intercambio con miembros de la comunidad local, incluyendo arrieros, miembros de la agrupación pehuenche Nehuentue-che, vecinos del sector rural Rucue Alto y estudiantes de enseñanza media, se enfocaron en la escucha activa y la interrelación entre distintas experiencias e historias, dando prioridad a lo que la comunidad tenía que decir sobre su paisaje volcánico antes de proponer nuestras propias perspectivas. En los talleres y encuentros, planteamos nuestras preguntas como invitaciones para explorar colectivamente la memoria y las transformaciones del paisaje volcánico, permitiendo que fueran los propios habitantes quienes fueran orientando, a través de sus propios ritmos y temas, aquellas zonas de dominio socioecológico de los volcanes.

También, la participación de los estudiantes de geología, Miguel y Sebastián, fue un aporte significativo, ya que establecieron interrelaciones entre lo que la comunidad compartía y los conocimientos geológicos que ellos poseían. Esto nos permitió comprender que, por generaciones, en el territorio se desarrolla una ciencia geológica “otra”, una multidimensional que no hace distinciones entre el mundo espiritual, las prácticas de subsistencia y el territorio que se habita.

Co-creación

Considerando la relación afectiva de la comunidad con su paisaje volcánico, hacia el final de nuestro proceso de investigación de campo, organizamos un encuentro en las faldas del volcán Antuco y Sierra Velluda, en el cual nos conectamos con las aguas que brotan del interior de los cuerpos rocosos del paisaje de los ríos de lava volcánica mediante una acción sonora colectiva. A través de tentáculos en forma de tubos equipados con hidrófonos, contamos nuestras historias a las aguas del volcán, estableciendo un diálogo en el que también pudimos escuchar el sonido que el agua nos devolvía.

Finalmente, las visualidades y relatos recogidos fueron traducidos en una exposición artística instalativa, en la Sala Federico Ramírez del Punto de Cultura de Concepción, para abrir estos hallazgos a nuevos públicos. La instalación integró dispositivos sonoros, objetuales, gráficos y editoriales, dentro de los cuales incluimos una topografía volcánica que recoge la diversidad de percepciones que los estudiantes del Liceo Dr. Víctor Ríos Ruiz tienen del paisaje Antuco y Sierra Velluda. También creamos un afiche plegable, pensado como un dispositivo geomediador que pone en circulación los relatos de las propias comunidades, y propone modos alternativos de representar el paisaje volcánico.

Así, el proyecto se erige como un esfuerzo por escuchar y co-crear con el paisaje volcánico Antuco y Sierra Velluda, rescatando las memorias y narrativas locales. En este contexto, la “(des)orientación” nos permitió descubrir nuevas maneras de desplazarnos, habitar y contar este paisaje, donde el “norte” y el “sur” se redefinen según las historias y experiencias resonantes del propio territorio. En efecto, las coordenadas en Antuco van de “este” a “oeste” y viceversa.

Rocas Brújulas es un proyecto financiado por el Fondart Nacional en la línea de Creación Artística Interdisciplinaria. Además, cuenta con el apoyo del Instituto Milenio de Investigación en Riesgo Volcánico, Ckelar-Volcanes, y de la carrera de Geología de la Universidad de Concepción.

 

Imagen 1: Vista de la exposición Rocas Brújulas (2024).
Fuente: Foto de Óscar Concha.

 

Imagen 2: Acción sonora colaborativa con comunidades de Antuco de Rocas Brújulas (2023).
Fuente: Foto de David Romero.

 

Imagen 3: Investigación de campo de Rocas Brújulas (2023).
Fuente: Foto de Felipe Oliver.

 

Imagen 4: Investigación de campo de Rocas Brújulas.
Fuente: Foto de Carolina Opazo.

 

Imagen 5: Volcán Antuco en Rocas Brújulas (2024).
Fuente: Foto de Felipe Oliver.