Revista Planeo Nº 48 Cuidados, crisis, y ciudad; Julio 2021
[Por:Denisse Larracilla; Editora Revista Planeo, estudiante del Magíster en Desarrollo Urbano en la Pontificia Universidad Católica de Chile]
Resumen:
Paula Soto Villagrán (Chile) es Maestra y Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Unidad Iztapalapa. Realizó una estancia de investigación post-doctoral en Geografía Humana en el Depto. Sociología, donde se desempeña como Profesora investigadora en la Licenciatura en Geografía Humana. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores/as. Sus principales temas de investigación son: la relación entre la ciudad, la movilidad y el género, el hábitat urbano y la vivienda, la construcción espacial del miedo, las geografías feministas y los métodos cualitativos para el estudio del espacio urbano. Actualmente es investigadora responsable del proyecto “Una mirada de género-interseccional a las prácticas de movilidad cotidiana de mujeres de la Ciudad de México. Aportes para la construcción de ciudades cuidadoras e inclusivas” de la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECTEI) de la Ciudad de México.
- Nos enteramos que has sido reconocida por la Transformative Urban Mobility Initiative (TUMI) como una de las cincuenta mujeres más relevantes en el mundo del transporte. ¿Podrías contarnos cómo desde tu formación inicial en Trabajo Social empezaste a relacionarte con los estudios urbanos desde una perspectiva de género?
Considero que un aporte fundamental del Trabajo social en mi formación ha sido el poder reconocer la importancia de poner a las personas en el centro de los procesos de planificación. De hecho, en el poco tiempo que ejercí como trabajadora social, me desenvolví en el ámbito de las políticas de género de un municipio, y desde ahí pudimos construir proyectos colaborativos con organizaciones de mujeres para su incorporación en distintos ámbitos de ciudadanía dentro de los procesos urbanos.
Por otro lado, la maestría y el doctorado que hice en Antropología sin duda fueron un hito fundamental en mi formación. Desde esa visión encontré en las dimensiones espacio-temporales un argumento para pensar las ciudades y la vida cotidiana. A partir de ello, pude comprender que el espacio es una categoría que ha permitido separar, excluir y jerarquizar a grupos dentro de la sociedad; y que el tiempo es una representación recíproca del espacio. Por lo tanto, había que considerarlos como categorías analíticas para cualquier fenómeno social, pero sobre todo para las relaciones de género, particularmente, si se considera que el orden social del género se legitima en una estructura espacio-temporal que asigna un lugar a las mujeres dentro de la sociedad. Pensar a partir de estas categorías me ayudó a entender ámbitos como lo rutinario o el proceso de reproducción social de la vida cotidiana; pero también identificar algunos recursos de transgresión y de ruptura de la vida cotidiana, a partir de la agencia y el capital espacial de las mujeres.
Posteriormente, el postdoctorado en Geografía humana permitió ubicarme mucho más disciplinariamente en las reflexiones de la Geografía humanista y después en la Geografía feminista como un renovador proyecto epistemológico, teórico y metodológico. Y eso me ayudó a asentar un poco más las reflexiones en torno a las diferencias que implica el género en el análisis espacial y también a desarrollar una mirada mucho más situada.
- Sabemos que recientemente tu investigación ha puesto en valor el tema de los cuidados y su relación con la ciudad. ¿Podrías explicarnos cómo se expresa esta relación y porqué es importante estudiarla?
Yo diría que el recorrido investigativo me ha llevado de manera fluida al tema de los cuidados a partir de reconocer cómo el cuidado contribuye a la reproducción, la gestión y el mantenimiento de la vida cotidiana, y también como una parte fundamental de la existencia y bienestar de las personas a lo largo del ciclo de vida.
Las teóricas feministas han logrado revelar la contribución económica, social y política del trabajo no remunerado y su importancia dentro de la reproducción y la sostenibilidad de la vida. Además, las distintas disciplinas influenciadas por el pensamiento feminista, como la Economía feminista o la Antropología feminista, han ayudado a situar a los cuidados como objeto de investigación y también como un elemento central dentro de cualquier reflexión de las ciencias sociales. Sin embargo, considero que la dimensión territorial y espacial ha estado un poco desdibujada o se da por sentada dentro de la discusión de los cuidados.
Por lo tanto, desde mi perspectiva, es fundamental incorporar las aportaciones que realizan disciplinas que tematizan el espacio, como son el Urbanismo o la Geografía feminista, en esta mirada sobre los cuidados. Estas, por un lado, han permitido reconocer las infraestructuras, equipamientos y relaciones urbanas como aspectos materiales que son necesarios en la vida cotidiana; y por otro, han revelado cómo las prácticas del cuidado siempre están localizadas en algún lugar. Incluso, en la última década, estas discusiones se han ido complejizando, pues algunas geógrafas feministas han ampliado la atención más allá de la localización de los espacios del cuidado, buscando entender también cómo en estas prácticas se involucran espacios, poderes, temporalidades, redes y sujetos.
En este contexto, lo que he buscado aportar es profundizar una discusión teórica que fundamente la importancia de pensar los cuidados dentro de la geografía y del análisis espacial. Y recientemente, en un proyecto más específico, estamos buscando identificar lo que significa cuidar a diferentes personas en una ciudad tan grande y tan compleja como es la Ciudad de México (CDMX). Es decir, comprender las prácticas del cuidado móviles de diferentes sujetos dentro de la ciudad; personas mayores, niñez, personas con alguna discapacidad, conceptualizando las movilidades y sus espacialidades como parte fundamental de las relaciones sociales y materiales del cuidado que se dan en los espacios urbanos.
De la mano con esto, estamos en el proceso de edición de un libro sobre los cuidados en la CDMX. Es una publicación que reunirá algunas reflexiones teóricas de quienes consideramos las exponentes más importantes sobre la ciudad, los cuidados y la movilidad actualmente: Paola Jirón, Inés Sánchez de Madariaga, Elena Zucchini y Blanca Valdivia. Y a nivel de la CDMX, participaremos alrededor de nueve estudiantes e investigadoras que hemos realizado proyectos sobre las diferentes formas móviles y las espacialidades de los cuidados. Esperamos que el libro pueda estar publicado en diciembre.
- Con base en los estudios que has realizado sobre la movilidad en la Ciudad de México, ¿qué principales hallazgos y lecciones puedes destacar al abordarla desde la mirada de los cuidados?
Diría que uno de los primeros hallazgos importantes, en su momento, fue identificar que uno de los factores que afecta directamente la movilidad cotidiana de las mujeres es el miedo a la violencia. La construcción social y espacial del miedo desde una perspectiva feminista nos ha demostrado que esto tiene un efecto diferencial inmediato en los patrones de viaje de las mujeres, como en las características y los tiempos en que se realizan estos viajes, pero sobre todo en las formas performativas corporales de las movilidades de las mujeres.
En este sentido, en diferentes investigaciones hemos documentado que el miedo a la violencia sexual, en cualquiera de sus formas, restringe la movilidad de las mujeres configurando sus recorridos. Por un lado, modela la percepción y uso del espacio y el lugar; y por otro, el temor puede ampliar o constreñir los límites de nuestro cuerpo y nuestros paisajes cotidianos. En algunos textos he planteado que el miedo es una forma de violencia, porque las mujeres como parte de los mecanismos de autocuidado, dejan de ir a ciertos lugares, pagan más por el transporte, modifican su vestimenta o prefieren viajar acompañadas, con la pérdida de autonomía que esto significa. En cualquiera de estas formas, es imposible hablar de reacciones ante el miedo sin considerar las relaciones sociales y políticas que estructuran tanto los espacios físicos como la vida cotidiana de las mujeres. Por lo tanto, lo que hemos buscado demostrar es que el cuidado también se relaciona con las formas de autocuidado que las mujeres van desarrollando a lo largo de su cotidianidad y en el curso de la vida, fundamentalmente, a partir de esta construcción del miedo que afecta directamente a la movilidad.
Por otro lado, a través de varias investigaciones y de estudios que hemos realizado en los Centros de Transferencia Modal (CETRAM) de la Ciudad de México, también hemos encontrado otras entradas interesantes respecto a la relación entre movilidad, género y cuidados. La primera tiene que ver con la desventaja que tienen las mujeres en el acceso y uso del transporte en la CDMX. Por ejemplo, que el automóvil es utilizado en menor medida por las mujeres y que no es un recurso principal para la realización de labores del cuidado. O que las mujeres tienen prácticas de movilidad que las hacen más dependientes del transporte público y de sistemas informales de transporte que se producen en la movilidad interna de los barrios. Otro aspecto es que, si bien los viajes en bicicleta han aumentado significativamente en la CDMX de acuerdo a la última encuesta origen-destino, las mujeres hacen un menor uso de este medio en comparación con los hombres; lo que indica, entre otros aspectos, que no se ha logrado romper con las barreras estructurales y culturales que tienen las mujeres para el uso de estos medios no motorizados. Estas y otras características distintas en los viajes de mujeres y hombres hacen cuestionar la pertinencia de la universalidad y la neutralidad del sujeto que generalmente está detrás de las políticas de transporte.
Una segunda entrada que podemos destacar, es la asignación diferencial y extendida de las tareas del cuidado y reproducción social hacia las mujeres. Si bien la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo de 2019 indica que los hombres se involucran cada vez más en las tareas del cuidado, aún se aprecia una gran brecha en el tiempo que los hombres destinan a esas tareas. La división sexual del trabajo que se expresa en una distinción entre las labores remuneradas y no remuneradas, incide en que las mujeres usen la ciudad de una manera más diversificada. Por ejemplo, al tener que realizar distintos trayectos para moverse entre los servicios de salud, escuelas, compras de alimentos, entre otros. En el caso particular de los CETRAM —que concentran distintos modos de transporte— identificamos que estos tienen un papel fundamental en la realización de las tareas de cuidado por parte de las mujeres. Si bien el trabajo es el propósito principal del uso del transporte público, las labores de cuidado son la segunda prioridad para las mujeres, lo que implica poner atención en el uso diferencial que hacen las mujeres de los servicios de la ciudad y también en cómo acceden a estos.
Otra entrada que nos ha permitido comprender la relación entre movilidad, cuidados y ciudad tiene que ver con el diseño de los espacios de movilidad y del transporte. Particularmente cuando estos espacios son pensados para el flujo, el paso o la circulación, no se tiene en cuenta que existen muchas prácticas de estar en el espacio, para las cuales son importantes aspectos materiales. Por ejemplo, las características de las aceras para llevar carriolas, la disponibilidad de baños con cambiadores en los espacios de transporte o la existencia de áreas de descanso o de recreación que pueden facilitar o dificultar estas prácticas. Pero es necesario ir más allá, porque el cuidado también se realiza en movimiento. Por ejemplo, cuando una madre lleva a su hijo a la escuela va cuidando durante el viaje, no es solo un desplazamiento con un propósito de cuidado, sino que las prácticas de cuidado se hacen presentes desde antes del viaje y también a lo largo del mismo.
Una cuarta entrada sería considerar que un elemento importante en la movilidad de los cuidados es el viajar acompañando a personas dependientes, lo que es mucho más común en el caso de las mujeres. En este sentido, las mujeres generalmente no toman decisiones tan racionales en torno a sus viajes, sino que dependen constantemente de una red de sujetos que requieren de la compañía o del cuidado de una persona adulta, como son la niñez y personas con alguna discapacidad o personas mayores. Esto implica que las relaciones de interdependencia en los cuidados se hagan más presentes cuando se trata de moverse dentro de la ciudad y, por tanto, desencadenen en una serie de decisiones de movilidad: la elección de modos de transporte, la temporalidad para realizar las actividades o pensar en la comodidad y la seguridad de las personas a quienes se cuida, implicando ya no solo la seguridad de las propias mujeres, que a veces pasa al segundo plano.
- ¿Cuáles dirías que son los principales desafíos de la planificación urbana y del transporte en México y en otros países latinoamericanos, respecto a los cuidados y la perspectiva de género?
Yo diría que es considerar en serio el análisis feminista de la ciudad y el análisis de género en la movilidad y el transporte, que hasta ahora no han logrado instalarse en el centro de la planificación urbana. En este sentido, es importante comprender que el género es un elemento estructurador en todas las sociedades y que no solo define roles, sino muchas veces prácticas, comportamientos y formas diferenciales de movernos en la ciudad.
Incluso, mirar desde una perspectiva de género interseccional nos permite identificar que dentro del género están imbricadas otras formas de opresión que pueden ser múltiples —como la edad o la etnicidad— y que tienen una expresión en la movilidad. Es decir, para una mujer con alguna discapacidad, la movilidad puede representar uno de los temas más importantes de su vida cotidiana. O para las mujeres que vienen de comunidades indígenas a la Ciudad de México, la movilidad también puede implicar una dificultad mayor, por ejemplo, para acceder al transporte público de manera más equitativa.
En este sentido, creo que es importante deconstruir la universalidad en las políticas de transporte, y no solo la del sujeto masculino, sino también la del sujeto universal femenino. Por tal, considero fundamental retomar una de las aportaciones más importantes del análisis feminista dentro de la movilidad: reconocer que la forma en que las personas se mueven no solo es diferente y heterogénea, sino profundamente desigual. Tomarse en serio esta afirmación, nos permitirá desarrollar una planificación que realmente atienda las necesidades de las mujeres en su diversidad.
- Últimamente, se reconoce una tendencia en el diseño urbano de buscar soluciones tipo para integrar los cuidados y la perspectiva de género en los proyectos. ¿Cuál sería tu reflexión respecto a esto?
Yo diría que en el transporte, e incluso en el tema de seguridad, existe una cierta tendencia a pensar que las soluciones de diseño van a cambiar el entorno contruido y con ello las relaciones de género. No obstante, las ciencias sociales han enfatizado la naturaleza social y política de las relaciones de género; por ejemplo, en el caso del miedo es importante considerar que está inevitablemente incrustado en las relaciones de poder de género, y el cambio en el espacio no implica necesariamente que modificamos la estructura que sostiene las desigualdades. Por tanto, considero que se debe pensar en una comprensión más compleja de las relaciones de género.
Lo mismo pienso para el cuidado. Bajo este boom de las ciudades cuidadoras, yo diría que hay que mirar con sigilo las respuestas que tienden a dar soluciones tipo de infraestructura, equipamiento o de diseño para incorporar a los cuidados. Particularmente, cuando sabemos que lo que sostiene la distribución inequitativa de los cuidados es una estructura social, un orden social de género. Siguiendo a Nancy Fraser, sino logramos reconocer el trabajo de cuidados, reducirlo de manera más comunitaria y colectiva, y redistribuirlo entre los distintos géneros, podremos construir calles o transportes cuidadores, pero finalmente van a seguir cuidando las mujeres. Por tanto, es fundamental considerar también la estructura de poder de género en la que se sustenta esta inequitativa distribución de los cuidados que ha normalizado la carga de los cuidados, la inseguridad, las violencias, etc.