Revista Planeo Nº 47 Transiciones Energéticas; Abril 2021
[Por: Denisse Larracilla; Editora Revista Planeo, estudiante del Magíster en Desarrollo Urbano en la Pontificia Universidad Católica de Chile]
Ricardo Moreno se desempeña como profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Occidente en Cali (UAO), Colombia. Ha desempeñado actividades de consultoría en empresas del sector energético en Colombia. Actualmente lleva a cabo actividades enfocadas en comunidades energéticas a través de recursos energéticos distribuidos a nivel regulatorio, financiero y de operación. Obtuvo su título de doctor en ingeniería de la Universidad de los Andes, en Bogotá, Colombia. Ha realizado pasantías académicas en la Universidad Técnica de Munich, Universidad Libre de Berlín, Instituto de Ciencia y Tecnología Skoltech en Moscú, Universidad de Illinois en Urbana-Champaign y en el Instituto de Protección del Clima, Energía y Movilidad (IKEM).
Renata Moreno se desempeña como profesora e investigadora en la Universidad Autónoma de Occidente en Cali, Colombia. Es socióloga y obtuvo su título de doctorado en Política Ambiental en la Universidad del Estado de Nueva York SUNY-ESF. Su trabajo de investigación se enfoca en temas de sostenibilidad urbana, gobernanza del agua y comunidades energéticas.
- Colombia ha sido reconocido internacionalmente por su compromiso con la transición energética. Desde su experiencia en la materia, ¿cuáles dirían que son los principales aciertos y pendientes en este proceso?
Ricardo Moreno: Consideramos que algunos de los pendientes de la transición energética en Colombia consisten en reconocer que existe una multiplicidad de ejes que deben ser tomados en cuenta para llevar a cabo este proceso, y dentro de los cuales explícitamente es fundamental tomar en cuenta las relaciones de la energía con los territorios. Por ejemplo, las comunidades que habitan los territorios y la diversidad de ecosistemas que tenemos en el país, que usualmente no son contemplados en la toma de decisiones del planeamiento energético.
Asimismo, creemos que otro de los pendientes es poder reconocer a la energía como un bien común, lo que supondría una base para elaborar un proceso de transición energética mucho más democrático, equitativo y justo. Actualmente, el discurso dominante en Colombia está basado en la descarbonización como parte de las metas de reducción de CO2 al 2030. Sin embargo, se concibe desde un punto de vista puramente técnico-económico, el cual consideramos que nos llevará a repetir los mismos errores que se cometieron en materia energética en el siglo XX.
Por ejemplo, en Colombia, como en varios países en Sudamérica que comparten la Cordillera de los Andes, contamos con un potencial hídrico importante; sin embargo, ha existido una sobreexplotación de este recurso. Al día de hoy contamos con treinta centrales hidroeléctricas con represa —y en Colombia se siguen construyendo a gran escala—con una serie de impactos sociales y ambientales sobre las comunidades y la diversidad de los ecosistemas terrestres y acuáticos. Por tanto, uno de los ejes necesarios para la transición energética es reconocer que la participación ciudadana es crucial en este camino, de forma que los colombianos podamos participar activamente en el proceso.
Como un acierto reciente en la transición, podríamos decir que en el país se ha impulsado un marco regulatorio para la autogeneración de energía eléctrica. Sin embargo, ese marco regulatorio aún tiene posibilidades de mejora en cuanto a la cantidad de energía que se puede autogenerar o los límites en la capacidad de conexión, que consideramos son limitantes para la participación colectiva, como el caso de las comunidades energéticas.
Renata Moreno: Nuestra crítica de la transición energética en Colombia es que hasta ahora parece estar muy centrada en fortalecer proyectos de energías renovables a gran escala. Entonces, es posible ver cómo van apareciendo granjas solares, con una gran cantidad de paneles que se disponen en una extensión amplia de territorio, y donde ya no es posible generar otra actividad. Lo mismo sucede con el apoyo acentuado a las centrales hidroeléctricas, dado que se consideran una forma de energía limpia. Estos proyectos se basan en una utilización extensiva del territorio, pero la tierra en Colombia ha sido un punto central del conflicto social y político que hemos vivido. Entonces las soluciones se siguen centrando en una apropiación de los territorios, los cuales nunca están vacíos, pero que desde el planeamiento y los mapas pareciera que no son habitados por nadie, considerándolos como zonas factibles para implementar estos proyectos.
Sin embargo, lo que hemos encontrado en la historia de Colombia es que existen muchas comunidades y ecosistemas muy frágiles en esos territorios, lo que ha llevado a una conflictividad social muy grande asociada, por ejemplo, a la instalación de megaproyectos de extracción petrolera o de hidroeléctricas; los cuales han tenido un impacto devastador para las comunidades indígenas, campesinas y negras.
Por tanto, creemos que la transición no puede ser solo un asunto de cambiar de tecnología, porque seguiremos repitiendo lo mismo que hemos hecho en el pasado, aunque con otras tecnologías. La transición energética significa pensar en cómo la energía puede ser apropiada por las comunidades en sus territorios, para apoyar o impulsar procesos de autonomía territorial y sus propias iniciativas productivas. Es una forma distinta de pensar la energía que no está siendo contemplada en la planeación energética que se hace en Colombia.
2. Sabemos que recientemente recibieron una distinción de la Rural Sociological Society por un proyecto de investigación en torno a la participación ciudadana y la transición energética en el país. ¿Podrían contarnos de qué trata y por qué abordarlo desde un enfoque interdisciplinario?
Renata Moreno: El proyecto empieza por una iniciativa de la comunidad rural de Jamundí en el Valle del Cauca. A partir de un encuentro afortunado entre esta organización social y nosotros, empezamos a platicar sobre energía y nos plantearon el interés de fortalecer su sistema de finca tradicional, con energías renovables, aprovechando los recursos que hay en el territorio.
Al respecto, hay que mencionar que en dicha zona existe un monocultivo de caña que se traduce en un paisaje muy homogéneo. Sin embargo, esta organización viene de una comunidad negra que todavía mantiene el sistema tradicional de fincas, y que permite tener una mayor agrobiodiversidad a través de policultivos. Pero, además, ha permitido la permanencia de humedales y parches de bosques seco-tropicales que casi en todo el territorio del valle hemos acabado. De manera que su trabajo y forma de vida han generado una suerte de oasis en esos territorios. De hecho, esto también nos beneficia a todos, ya que los sistemas agroforestales son reconocidos internacionalmente como una de las principales formas de mitigar el cambio climático, debido a sus beneficios para la conservación de los suelos, la biodiversidad, el agua y la retención de carbono.
En este marco, la comunidad se encuentra en el proceso de persistir en el territorio con sus formas tradicionales de vida. En esta lucha, están tratando de ser autónomos para que su desarrollo no dependa de otros, pero también buscan fortalecer esas formas propias y hacerlas un poco más atractivas para las nuevas generaciones. Dentro de este proyecto conjunto, consideran que las energías alternativas son una oportunidad para fortalecer sus procesos productivos, así como hacerlos más viables y rentables para no tener que vender sus fincas, y que eventualmente sean transformadas en monocultivos de caña de azúcar.
El proyecto, por ejemplo, está evaluando el potencial de las macrófitas como residuos orgánicos que ellos necesariamente tienen que sacar de los humedales —y que no se están aprovechando del todo— para la producción de biogás. Aunque sin proponérselo, ellos ya cuentan con prácticas muy relacionadas con la transición energética. Hemos encontrado que, por su forma tradicional de producción, ellos aprovechan todos los residuos que producen en las fincas para hacer compost o realizar adiciones al suelo, desarrollando una economía circular de la cual en la academia apenas estamos hablando. Por lo cual, también estamos aprendiendo mucho de ellos.
Ricardo Moreno: Como mencionó Renata, parte de este proyecto surge por un acercamiento con la comunidad, y también desde la reflexión de las experiencias que han existido en Colombia en cuanto a opciones energéticas en territorios rurales. Estas se han basado en la lógica de llevar tecnologías a un territorio, ya sea un sistema fotovoltaico, una pequeña central hidroeléctrica o biodigestores, entre otros. No obstante, la participación comunitaria es escasa y de allí que los proyectos a mediano plazo queden abandonados. Es por ello, que en este proyecto estamos trabajando el tema de participación ciudadana, lo que implica que todo el proceso —desde el diseño o la elección de las tecnologías, por ejemplo—, se construya de forma conjunta y colectiva con la comunidad.
Este camino ha sido muy interesante porque a través de la comunidad hemos logrado conocer la variedad de recursos que hay en el territorio, la diversidad de prácticas socioambientales, así como oportunidades que desde la lógica convencional no se ven. Entonces, si bien comenzamos el proyecto con unos objetivos iniciales, el mismo proceso con la comunidad nos está mostrando otras perspectivas y un trabajo que realmente podríamos llamar de participación colectiva.
Fuente: Proyecto Energías Renovables para el fortalecimiento de la resiliencia de comunidades afrodescendientes en Jamundí, Colombia, UAO.
3. Hasta ahora, ¿cuáles son las principales lecciones y resultados que podrían destacar de este trabajo con la comunidad rural en Jamundí?
Ricardo Moreno: Primero, el proceso en sí mismo ha sido muy enriquecedor por todo lo que ha sucedido a partir de la interacción con la comunidad. Tanto para mí, como profesor de ingeniería, como para los estudiantes de ingeniería que están en pregrado, maestría y doctorado.
En este sentido, hace poco discutíamos que quizás la principal lección para todos ha sido darnos cuenta de la diferencia de los paradigmas académicos y gubernamentales sobre lo que significa la ruralidad, la energía y la participación de la energía en los territorios, respecto a las realidades de las comunidades y en particular de la comunidad del Valle del Cauca con la cual colaboramos. Usualmente, desde el punto de vista gubernamental y académico en Colombia, llevar energía al territorio significa transportarla, instalarla y brindar algo de capacitación. Sin embargo, hemos visto que existen más opciones sobre la forma en que la energía puede participar en los territorios, y que no necesariamente es energía eléctrica. Por ejemplo, puede ser el uso de biogás como una oportunidad para el uso doméstico, u otros usos de la energía para el riego de cultivos, entre otros.
Adicionalmente, este tipo de paradigmas desconocen la realidad cultural de las comunidades. En este caso de Jamundí, existe una comunidad rural afrodescendiente que ha vivido en la región por años, con un imaginario particular de lo que significan el territorio, los humedales o las montañas que están alrededor de ellos. Lo cual es diferente al imaginario que podría tener otra comunidad en Colombia, como en la zona desértica de la Guajira, en el Pacífico o en la región andina. Pero el paradigma energético desconoce la diversidad social y ecosistémica, por tanto, los proyectos no toman en cuenta ese tipo de diferencias.
Renata Moreno: Cuando en la literatura se habla de las comunidades energéticas siempre se parte de la idea de que primero debe haber una organización fuerte y, que tanto los roles como los liderazgos, deben estar bien definidos para que se puedan implementar proyectos de energías comunitarias. Pero cuando analizas las comunidades en Colombia, es muy común encontrar que estas han enfrentado procesos muy desintegradores de violencia, desplazamientos, conflicto armado o presiones sobre sus territorios. Por tanto, es muy difícil encontrar esa “comunidad ideal” tan organizada y fuerte para que implemente estos proyectos de energía. Lo que se encuentra más bien, son comunidades débiles con procesos organizativos muy difíciles, con mucha desconfianza hacia el Estado e incluso hacia las organizaciones externas, porque les plantean proyectos, pero difícilmente han regresado a implementarlos. Son comunidades en muchos casos con procesos más bien individuales, y no tanto con una fortaleza colectiva.
Sin embargo, no podemos partir de que “como no hay una organización fuerte no vamos a hacer nada”. Es necesario entender que este tipo de proyectos alrededor de la energía pueden servir también para fortalecer los procesos colectivos y empezar a restablecer los lazos que se han perdido. En este sentido también es muy importante el trabajo en red. Nosotros hemos encontrado que para promover este tipo de energías y comunidades energéticas es fundamental apoyarnos en otras organizaciones y crear redes. Así, la transición también implica restaurar esos vínculos que se han perdido entre el campo, la ciudad, universidades, comunidad y las organizaciones sociales.
Im3. Fuente: Proyecto Energías Renovables para el fortalecimiento de la resiliencia de comunidades afrodescendientes en Jamundí, Colombia, UAO.
4. Con base en lo anterior, ¿qué recomendaciones de política pública podrían hacer para Colombia? ¿qué consideraciones podrían sugerir a otros países de la región en sus procesos de transición energética?
Ricardo Moreno: Consideramos que la recomendación principal a la política pública relacionada con el tema energético está relacionada con la participación ciudadana. Pues la política de transición energética en Colombia desconoce aún la participación tanto en la gestión, uso y autogeneración de energía eléctrica. De hecho, uno de los objetivos de proyecto del cual hemos hablado, es formular recomendaciones de políticas al respecto.
Por otro lado, creemos que es fundamental pensar en la energía como un bien común, a partir de ese reconocimiento puede ser que la forma en que consumimos, usamos y gestionamos la energía eléctrica realmente contribuya a un uso más eficiente de los recursos, y también a enfrentar algunos de los desafíos del cambio climático. Por esto, pensamos que los marcos regulatorios deben impulsar de manera definitiva todo lo que se conoce como recursos energéticos distribuidos. Tradicionalmente, a nivel mundial, el sector energético está basado en grandes centrales de producción de energía, como hidroeléctricas, nucleares, térmicas, entre otras. No obstante, los recursos energéticos distribuidos nos dan una oportunidad a todos de participar activamente en la transición energética. Y el impulso de opciones como la autogeneración de energía, pueden ser alternativas importantes para Colombia y otros países de la región.
Renata Moreno: Otra de las recomendaciones que agregaría, es que es necesario reconocer lo que está sucediendo en los países desde las bases. A partir del trabajo con la red de organizaciones que promueven estos temas como la red Biocol y Censat Agua Viva, nos hemos dado cuenta de la gran cantidad de experiencias que existen en el país. Si bien en Colombia aún no hay comunidades energéticas, hay muchas iniciativas impulsadas por pequeños productores de comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas, que están desarrollando inventos e innovaciones para producir su energía con recursos locales. Su trabajo es un aporte importante en la transición energética, en el sentido de que están planteando un cambio en la forma en que vivimos, producimos y consumimos cotidianamente, que es donde realmente está la transformación profunda y significativa de una transición energética. Sin embargo, desde las políticas, no se le está prestando atención a lo que se hace en estos lugares.
Finalmente, otro punto importante es vincular las políticas energéticas con el territorio y, en particular, con la tenencia de la tierra. Porque las comunidades que están haciendo este aporte tan grande a la transición energética están peligrando debido a que no tienen la garantía de un territorio estable. Es decir, sus zonas de vida están siendo continuamente amenazadas. Por ejemplo, las comunidades con las que trabajamos no tienen territorios colectivos, y sus fincas se reducen cada día más por la expansión agrícola y el desarrollo urbano. Por lo que estamos en riesgo de perder