Revista Planeo Nº 45 Agua y Territorios, Octubre 2020
[Por Denisse Larracilla; Editora Revista Planeo, estudiante del Magíster en Desarrollo Urbano en la Pontificia Universidad Católica de Chile]
Resumen:
Maria Fragkou es Profesora Asociada en el Departamento de Geografía de la Universidad de Chile. Estudió Química en la Universidad Aristotélica de Thessaloniki (Grecia), tiene un magister en Tecnología Ambiental del Imperial College London (Reino Unido), y un doctorado en Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona. Trabaja temas socioambientales con una mirada crítica y desde la ecología política, la economía ecológica y la geografía ambiental. Sus investigaciones se centran en los procesos físico-políticos que contribuyen en la construcción de escasez en los territorios rurales y urbanos de Chile. Mediante análisis multiescalares con énfasis en el nivel doméstico, la vida cotidiana de las personas y con un enfoque de género, sus estudios apuntan a la justicia ambiental y social.
Im. Maria Fragkou
- ¿Cómo es que desde tu formación inicial en Química te interesaste en abordar temas socio ambientales a escalas más amplias, como la urbana y la territorial?
Desde pequeña tuve una fascinación por las ciencias básicas que, en conjunto con ciertas motivaciones personales e inquietudes ideológicas, me llevaron a interesarme por el tema ambiental. A través de la Química pude comprender y describir un poco más sobre cómo está conformado el mundo. Luego, con el magíster y el doctorado, mis inquietudes ya iban más allá de lo descriptivo. Usando como ejemplo el caso de la contaminación de una laguna: la Química me permitía observar y describir la existencia de ciertos metales pesados o la presencia de menos oxígeno disuelto en ella. Pero con el posgrado, ya no sólo quería comprender cómo se generaba la contaminación a nivel de moléculas o compuestos químicos, sino también entender cuáles eran otros procesos más amplios -políticos, sociales o legales- que permitían o causaban esa contaminación. Creo que este interés de los estudios moleculares a los estudios territoriales se debe en gran medida a que he podido desarrollar una mayor sensibilidad a los procesos sociopolíticos, y también a una búsqueda constante de justicia socioambiental, la cual es el motor de cada investigación que hago. Quizás por esta razón es que también encontré en la Geografía un nicho para materializar estas preocupaciones en investigaciones o propuestas más concretas.
- Parte de tu investigación se ha desarrollado en torno a la escasez hídrica y a las diferentes dimensiones de este concepto, ¿podrías comentarnos un poco más de esto y si esta comprensión multidimensional está integrada en las políticas nacionales?
Me gustaría abstraer un poco la respuesta y salir un poco de la escasez. Nuestra visión de la escasez hídrica debería ser multiescalar, multidimensional e interdisciplinar en lo posible, pero esto aplica a todos los fenómenos que existen a nuestro alrededor. No es que la escasez hídrica tenga algo en particular que requiera verla de esta forma, sino que todos los problemas socioambientales son de alta complejidad. Los procesos naturales y sociales, los rasgos culturales de la población, los intereses políticos y económicos, así como el marco legal de un país configuran las dinámicas territoriales. En consecuencia, condicionan la escasez hídrica, la contaminación atmosférica, la pérdida de biodiversidad o la pobreza energética. Por lo tanto, y como lo plantea la postura epistemológica de la Ecología política, desde la cual trabajo, considero que es importante comprender que lo social es parte del entorno natural y lo natural también es parte de lo social.
Sin embargo, esta multidimensionalidad no está incorporada en las políticas nacionales. Por un lado, porque en Chile prevalece un modelo de desarrollo basado en el extractivismo y la explotación en donde la vida humana y de los ecosistemas tiene muy poco valor. Y, por otro lado, porque existe una negación de la multinacionalidad del territorio por parte de los gobiernos chilenos, que oscurece las distintas relaciones que tiene la población con el agua. Es decir, es muy diferente la relación que tenemos nosotras como ciudadanas urbanas y clientas de Aguas Andinas, a la relación que tienen las personas que están en un Comité de agua rural, o las personas de una comunidad aymara o mapuche. Nuestra cotidianidad con del agua es muy distinta según nuestra clase social, género, etnia y carga cultural. En este sentido, considero que las políticas son profundamente inadecuadas para gestionar el agua de manera efectiva y garantizar un acceso justo y continuo a la población. Y así como se homogeniza la población, también se homogeniza el territorio, pues existe el mismo Código de Aguas y políticas tanto para territorios secos, áridos, húmedos o mediterráneos a lo largo del país.
Entonces, la escasez hídrica tiene varias dimensiones que van más allá de la sequía, que es un fenómeno físico. Puede ser socialmente construida y ser atribuida a factores políticos o burocráticos, que además de estar vinculados con la forma en que se entiende nuestra relación con el agua, también tienen que ver con cómo se entiende la propiedad o incluso los usos de suelo. Particularmente cuando los cambios de usos suelo resultan en una menor disponibilidad del recurso hídrico.
Creo que la institucionalidad chilena no está lista para lograr una gestión hídrica integral. Primero, porque ni la gestión ni la burocracia chilena son muy visionarias. Segundo, porque hay muchas empresas e intereses económicos involucrados. Tercero, porque hay muy poca transparencia. Y mientras el tejido de la vida en Chile sea tan capitalista, creo que habrá muy poco margen de acción y de cambio.
- A partir de tus estudios en el norte de Chile ¿qué podrías comentarnos de los procesos de desalinización en las experiencias locales? ¿consideras que son una alternativa sostenible para el abastecimiento futuro de los territorios?
Creo que no es posible hacer un juicio cerrado para la desalinización ni para cualquier otra tecnología. No sé si se puede decir que la desalinización o la energía nuclear son malas y que la recolección de agua de lluvia o los parques eólicos son buenos. Porque puede haber casos en que existan más conflictos con los segundos que los primeros. El impacto o el uso de las tecnologías depende de su modo de gestión, gobernanza, escala de aplicación, grado de descentralización y también de sus beneficiarios.
Yo estudié el caso de Antofagasta, que es la región con la mayor extracción de cobre en el país. A partir de un plan que inició en los años 2000 para garantizar su abastecimiento hídrico, se ha ido construyendo una planta desalinizadora con el fin de abastecer a Antofagasta y Mejillones de agua potable para consumo humano. Lo que pasa ahí es que la producción y distribución de agua desalinizada para la población permite simultáneamente que el agua fresca de la cordillera quede libre para ser vendida a la minería, a través de los derechos de agua de la única empresa sanitaria de la región: Aguas Antofagasta. Entonces, en este caso, quien gana con la desalinización del agua es la industria minera. Y si bien esto ha sucedido durante los últimos veinte años de manera muy legal y transparente -incluso desde que esta empresa era pública- el problema es que a la población nunca se le consultó si quería sustituir su abastecimiento de agua fresca con agua desalinizada. Los estudios que estamos realizando demuestran que las personas no tienen confianza en el agua desalinizada, aunque tampoco en el agua fresca, dado que tiene un historial de alta concentración en arsénico. Sin embargo, en términos de todos los parámetros organolépticos, como el sabor, olor o pesadez en el estómago, prefieren el agua fresca.
Al contrario de Antofagasta, en donde se impuso a la comunidad este cambio de fuentes de agua, se encuentra el caso de La Ligua. En esta comuna, se construyó una desalinizadora de pequeña escala, por parte de la municipalidad, en donde la población puede llenar sus botellas con agua potable y de manera gratuita, en horarios prestablecidos. De esta manera, se les está liberando del gasto de comprar agua embotellada o de esperar a los camiones de aljibe. Y aunque en estos dos ejemplos no hubo procesos de participación, en Antofagasta fue una imposición, mientras que en La Ligua es algo opcional.
En Chile, parece inevitable que se popularice la desalinización, sobre todo en lugares que son áridos, costeros y no hay precipitaciones. Hasta ahora las únicas fuentes alternativas son la reutilización de aguas grises o el agua desalinizada, y esta última es más aceptada socialmente para ser bebida. Entonces para que la desalinización pueda ser algo sostenible, y sobre todo para consumo humano, pienso que es necesario considerar varios aspectos. Por un lado, la participación de las comunidades en la gestión y las decisiones de la infraestructura hidráulica; por otro lado, el conocimiento de las fuentes del agua que utilizamos; y finalmente, la generación de una normativa de calida de agua potable para el agua desalinizada de consumo humano, puesto que la normativa actual solo considera fuentes superficiales o subterráneas de agua fresca.
- En los últimos años han surgido iniciativas sociales y académicas que buscan visibilizar el rol histórico de las mujeres en la gestión de los recursos hídricos, tanto a nivel doméstico como comunitario. ¿Por qué es importante pensar al agua desde una perspectiva de género?
Creo que es importante pensar la vida y nuestros roles en la sociedad desde el género, la etnia, la edad y clase social. Es inevitable llevar estas consideraciones en temas ambientales, porque nuestra relación con la naturaleza, así como la propiedad de sus recursos u oportunidad de su explotación, dependen en gran medida de estas características interseccionales. Por años, las mujeres y las minorías han sido marginalizadas en el reparto de los recursos naturales, en la gestión de la naturaleza y también en la oportunidad de estar en los lugares de toma de decisión en el ámbito ambiental.
Mirar el agua desde el género permite comprender el rol de las mujeres en la sociedad y sobre todo en la reproducción de la vida. La provisión de suficiente cantidad y calidad de agua ha sido parte del cuidado integral y cotidiano del cual han estado a cargo las mujeres, tanto en áreas urbanas como rurales. Desde acarrear agua, juntarla, hervirla o comprarla, el aseguramiento de este recurso ha sido cargado mayoritariamente a las mujeres. Entonces, pensar al agua desde el género permite revelar injusticias, violencias y desigualdades cotidianas que son invisibles o a las que nos hemos acostumbrado.
- Finalmente, desde la planificación urbana la dimensión hídrica pareciera centrarse en gran medida en la disposición de infraestructura y de servicios. ¿Crees que esta aproximación es suficiente para lograr una gestión del agua más sostenible, como lo sugiere la agenda internacional, o es preciso considerar otros aspectos?
Considero que para pensar el agua urbana debemos mantener una mirada multiescalar e integrada. Es decir, tener presente los diferentes niveles: el hogar, el edificio, la ciudad y las urbes en relación con su entorno. A nivel doméstico creo que es necesario incentivar el ahorro y buen uso del agua, a través de mecanismos que reduzcan el despilfarro y que proporcionen oportunidades de reutilización. Por otro lado, más allá de la conectividad de la gente al servicio de agua potable, también es importante evaluar la provisión de agua. Existen numerosas investigaciones que están abordando temas como el acceso profundo, la seguridad y justicia hídrica, los que no sólo tienen que ver con la conexión de los hogares a la red, sino también con el hecho de recibir agua en suficiente cantidad y calidad. Por ejemplo, en el norte rural de Chile, la mayoría de los hogares no tiene un abasto continuo de agua en el día o no cuenta con la suficiente presión para poner a funcionar la lavadora o el calefont. Entonces, también es importante considerar otros aspectos, además de la expansión de la infraestructura hídrica y su conexión a ésta.
A nivel de edificio, se pueden encontrar oportunidades de reciclaje o aprovechamiento de agua de lluvia según el clima de la ciudad. A escala ciudad, el diseño urbano sensible al agua es primordial para controlar los flujos de agua pluvial: ya sea para aprovechar este recurso o para evitar inundaciones; por ejemplo, a través de la conducción de aguas pluviales a parques diseñados como recipientes. En esta escala, también es fundamental la reutilización de aguas grises. Incluso hay esfuerzos a nivel nacional para generar una nueva normativa al respecto, lo que es muy importante dado que en algunos años podría ser una fuente alternativa al agua fresca, sobre todo en áreas desérticas.
Finalmente, hay que pensar la ciudad no sólo en su interior, en su infraestructura o conectividad, sino también como parte de un ecosistema más amplio. La ciudad es un organismo que forma parte inherente del territorio y la naturaleza, y para sobrevivir debe estar alineado con su entorno. Por ello, es importante considerar los recursos naturales disponibles, así como el cuidado y gestión integrada de las cuencas y de todas las fuentes de agua que existen desde la cordillera hasta la costa. Asimismo, deben tomarse en cuenta todos los usos de agua que se hacen alrededor de las ciudades, como lo es la actividad agrícola y que es fundamental para alimentar a la población. Es decir, pensar el territorio a través de los nexos urbano-rurales puede garantizar una mayor sustentabilidad del agua y de las mismas ciudades en el tiempo.