Planeo Digital

Número 44

Ciudades ante las enfermedades

Julio 2020

Entrevista a Elisa Pozo: «El entorno en donde vivimos tiene la capacidad de prevenir enfermedades y mejorar la salud, así como de empeorarla y de afectarnos de forma negativa»

Revista Planeo Nº 44  Ciudades ante las enfermedades, Julio 2020


[Por: Denisse Larracilla; Editora Revista Planeo, estudiante del Magíster en Desarrollo Urbano en la Pontificia Universidad Católica de Chile]

 

Elisa Pozo Menéndez es arquitecta-urbanista con especialización en Medio ambiente y Sostenibilidad por la Universidad Politécnica de Madrid. Ha realizado los estudios de master “Villes Durables” (Institut Français d’Urbanisme,2014) y “Arquitectura Bioclimática y Medio Ambiente” (UPM, 2019). Es investigadora de doctorado en salud urbana y envejecimiento saludable. Desde 2018 forma parte del grupo de investigación ABIO (UPM), coordinando los proyectos europeos UNI-Health (2019) y URB-HealthS (2020), que siguen su línea de trabajo dentro del marco EIT Health. Trabaja con distintos estudios de arquitectura y urbanismo en proyectos diversos aportando su visión interdisciplinar y experiencia internacional. Desde 2017 es profesora de herramientas digitales y fIujos de trabajo en el Instituto Europeo de Diseño de Madrid. Desde2006 participa y colabora con numerosas asociaciones y ONG’s en proyectos de inclusión social con distintos colectivos en situación de vulnerabilidad.

 Im 1. Eliza Pozo

  1. ¿Cómo es que llegaste a interesarte en la relación entre ciudades y salud?

Vengo de una familia que está vinculada al mundo de la medicina. Desde pequeña la salud ha estado presente de alguna forma. Al comenzar la carrera de Arquitectura, las ramas que más me interesaban estaban relacionadas con el urbanismo, la sostenibilidad, el diseño bioclimático y la reducción del impacto ambiental de las edificaciones. Con esto y a través de conferencias y congresos empecé poco a poco a escuchar hablar sobre la relación entre el diseño y la salud. Por otro lado, yo soy de Asturias y al llegar a vivir a Madrid surgió la intuición de que la vida en una gran ciudad puede estar carente de espacios verdes. Hace un par de años tuve la oportunidad de poder empezar a colaborar como investigadora en el Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid en el equipo del catedrático José Fariña, Emilia Román y Ester Higueras, mi directora de tesis, con quien empecé a trabajar en los temas de Urbanismo y Salud y Envejecimiento activo.

  1. En los últimos años, se ha identificado un incremento de enfermedades que comúnmente son asociadas al ámbito urbano, como es el caso de la obesidad, los problemas respiratorios o el estrés. Desde tu experiencia de investigación, ¿consideras que las ciudades inciden en la generación o prevención de enfermedades? ¿de qué forma?

Sin duda el entorno en donde vivimos tiene la capacidad de prevenir enfermedades y mejorar la salud, así como de empeorarla y de afectarnos de forma negativa. Es cierto que si vivimos en un barrio tranquilo, seguro, con tiendas de proximidad que ofrecen productos locales y saludables, si estamos en contacto con la naturaleza, tenemos espacios cercanos para hacer deporte o si podemos ir al trabajo caminando o en bicicleta, entonces contamos con más facilidades para llevar un estilo de vida saludable. De otra forma, si solo tenemos cerca puertas de garaje opacas y cerradas, establecimientos de comida rápida, calles de múltiples carriles con tráfico constante, aceras estrechas o un ambiente de inseguridad, se dificulta el poder llevar una vida sana. Si bien es cierto que hay una responsabilidad individual de elegir un estilo de vida saludable, también es cierto que el entorno facilita la posibilidad de acceder a estos recursos. Por mucho que queramos llevar una dieta variada, rica y equilibrada, si no tenemos acceso a comercios de proximidad, esto se vuelve muy difícil. Si queremos promover que la gente haga ejercicio y deporte, pero no hay un entorno agradable y cercano para realizarlo, entonces también existe otra limitante. De alguna forma, la ciudad tiene que proveer un entorno que facilite el tener un estilo de vida saludable. En este sentido, la obesidad, la diabetes, la salud mental, los problemas respiratorios, la calidad y esperanza de vida son distintas a nivel de barrio en función de estas condicionantes. Así, es que en una misma ciudad podemos encontrar hasta diez años de diferencia en la esperanza de vida, lo que no solo está dado por temas socioeconómicos, sino por el factor del diseño de la ciudad. Al respecto, la Organización Mundial de la Salud ya identifica al diseño del entorno donde vivimos como una de las causas de las enfermedades en la población. Entonces está claro que si tenemos ciudades que favorezcan el uso del auto, por ejemplo, habrá más contaminación y ruido, problemas respiratorios, estrés y ansiedad.

  1. Respecto a este último punto, la ONU y la OMS emitieron un documento en el que se insta a los diferentes gobiernos y actores sociales a integrar la salud y el bienestar -humano y planetario- en la planificación urbana. En este sentido, ¿cuáles crees que son algunos aspectos necesarios de considerar tanto en la planeación y gestión urbana para generar asentamientos más saludables?

Idealmente, tendría que ser un compromiso a distintas escalas -internacional, nacional, regional y local- y con una amplia coordinación. Además de este documento, existen otras publicaciones, guías y ordenanzas; sin embargo, el reto es lograr una coordinación eficiente y garantizar la continuidad en los planes.

Ahora, por ejemplo, en la Universidad Politécnica de Madrid estamos realizando un proyecto sobre cómo adaptar la promoción y prevención de la salud en los planes estratégicos urbanos. Esto, en colaboración con la Universidad de Newcastle, la Fundación para la Investigación e Innovación Biomédica de Atención Primaria de la Comunidad de Madrid (FIIBAP), la Universidad de Coimbra, el Instituto Politécnico de Coimbra y la consultora internacional ARUP. En esta investigación, hemos identificado a la multidisciplinariedad como uno de los elementos clave para implementar de manera efectiva los criterios de salud en la planeación. Para ello, tiene que haber equipos de varios profesionales y técnicos que puedan trabajar de forma transversal y complementaria: expertos en sanidad, epidemiología, cultura y promoción de la salud, diseño del paisaje, urbanismo, arquitectura o derecho. Es decir, abordar la salud desde perspectivas múltiples que permitan mejorar y establecer regulaciones para un desarrollo urbano saludable.

Además, también es importante el consenso y la negociación con vecinos, organizaciones no gubernamentales, instituciones y empresas, para que el diálogo se enriquezca y se genere un ambiente de transparencia, sensibilidad e involucramiento de las personas en la promoción de la salud. También es cierto que la complejidad de las ciudades requiere que estos espacios de participación sean lo suficientemente flexibles para acoger la diversidad y los distintos intereses de los actores. Entonces la participación permitirá plantear estrategias y líneas de acción consensuadas y con diferentes plazos, para tener una hoja de ruta común. De esta manera, después de diez o quince años se podrán ver los impactos más notables de estos planes y operaciones estratégicas, lo que será bueno no solo para la salud, sino para el medioambiente y la economía, al atraer talento e innovación.

En el trabajo en el que colaboré con los investigadores José Fariña, Emilia Román y Ester Higueras para el Ministerio de Sanidad y la Red Española de Ciudades Saludables, se definieron tres líneas estratégicas para la promoción y prevención de la salud en las ciudades. Primero, la calidad “paseable” de una ciudad, es decir, si la calle es atractiva, segura, y confortable para caminar. Segundo, la proximidad y calidad de los espacios verdes y la naturalización de la ciudad, porque necesitamos de alguna forma el contacto con la naturaleza dado los múltiples beneficios que tiene. Finalmente, los espacios de convivencia para que pueda combatirse, sobre todo, el problema de la soledad no deseada, que es característico de los entornos urbanos en Europa. A estas tres líneas, añadiría incluso a la cultura, porque es posible observar otras experiencias de ciudades en la que se tienen mediadores culturales que acompañan los procesos de regeneración o desarrollo urbano. De esta manera se puede contribuir a que la población se sienta más incluida, ya sea a través de talleres, charlas, conferencias e incluso aplicaciones (apps) si se buscara ser más “smart”. Lo que es cierto es que estos recursos ayudan, de alguna forma, a comunicar el mensaje de que se está apostando por un modelo, y cuando la gente percibe esa transparencia y entiende este tipo de proyectos, por lo general cambia bastante la manera en que las personas pueden concebir una calidad de vida distinta.

  1. La emergencia sanitaria que implica la Covid-19 ha visibilizado y agudizado las desigualdades sociales y territoriales que vive la población a nivel global. Al respecto, ¿qué cuestionamientos críticos consideras que detona la Covid-19 respecto a la forma en que se producen tanto el hábitat residencial como el urbano?

Creo que al estar en España la perspectiva que puedo compartir es de lo que hemos vivido aquí. Sin embargo, he platicado con unos amigos y compañeros de Latinoamérica y la situación es completamente distinta, el confinamiento en muchos casos no es una opción porque las personas tienen que salir día a día a asegurar los ingresos familiares. El teletrabajo, por otro lado, pareciera ideal, pero sólo es posible para un sector de la población, y sobre todo para las clases medias-altas. Incluso habría que pensar en los impactos que trabajar en casa tiene en la salud. Por ejemplo, considerar si la vivienda es luminosa, si está expuesta a ruidos, si hay una mesa y una silla que son cómodas o si tenemos a niños, personas mayores o dependientes a cargo. Las desigualdades se han evidenciado aún más con esta crisis sanitaria, y esta diferencia no se presenta solo entre países, sino entre zonas y barrios en una misma ciudad, y también visibiliza las desigualdades de género.

Por otro lado, antes de la crisis sanitaria ya se contaba con bastante evidencia sobre los problemas de salud asociados a las ciudades, como es el caso de las enfermedades cardiovasculares, respiratorias, obesidad, golpes de frío y calor por el cambio climático o salud mental. Entonces, si las personas con afecciones respiratorias son más vulnerables a los efectos de la Covid-19, y se puede mejorar la calidad del aire para prevenir esta vulnerabilidad, parece entonces que hay alguna relación. Si nos enfocamos a que nuestros espacios sean más saludables en general, sin necesidad de que haya pandemia, entonces podremos hacer que las sociedades sean más resilientes y sanas en general.

  1. Desde una perspectiva histórica, se sabe que la organización de las ciudades y sus infraestructuras ha buscado prevenir o controlar ciertas enfermedades (p.ej. cólera). ¿Consideras que la Covid-19 tendrá incidencia en los modelos de planificación urbana de ahora en adelante? ¿De qué manera?

Creo que deberíamos aprender de esta crisis, y sino aprendiésemos de ella, algo estaría fallando. Igual que se han intentando remediar las crisis anteriores, en ésta deberíamos plantearnos qué no ha funcionado, aprender de ello y transformarlo. De cierta forma, considero que las crisis sirven para eso. Históricamente, en los entornos urbanos ya se ha implementado normativa para mejorar la calidad de vida de las personas. Por ejemplo, las fábricas contaminantes se han llevado fuera de las ciudades, están asentadas en donde la dirección del viento no puede afectar a la población que está cerca. También se han integrado árboles en las calles o las viviendas intentan tener luz, ventilación y algunos estándares que se han mejorado con crisis producidas por otras epidemias y problemas de salud. Desde luego que esto no es una situación generalizada, porque hay otros muchos factores como el mercado y la especulación.

Si se hace una comparación entre ciudades y barrios, e incluso entre manzanas y bloques en algunos lugares del mundo, es posible encontrarse con muchas diferencias en materia de salud, sostenibilidad y calidad de vida. Creo que esta crisis puede incidir en una mayor la sensibilidad en torno a la influencia de la vivienda y los barrios en la salud, y probablemente ponga mayor presión sobre los gobiernos para mejorar la calidad de vida.

También será necesario plantearse cómo los distintos sistemas sanitarios están organizados a nivel de regiones y de países. No es lo mismo el sistema sanitario de España, que el de Inglaterra, China o Latinoamérica. En este sentido, puede que se haga más evidente la necesidad de trabajar de forma coordinada y complementaria con los sectores sanitarios; y que se entienda también que la prevención – a través del entorno urbano- puede reducir los costes sanitarios y contribuir a que la gestión de la salud sea más efectiva y optimizada.

Finalmente, considero que, así como se han desarrollado normativas y penalizaciones para alejar las industrias de las ciudades o se les han impuesto protocolos de emisiones, también es necesario penalizar otras situaciones. Por ejemplo, el que haya un local de comida rápida a las afueras de un colegio o que existan residencias de personas mayores aisladas y en un contexto marginado. Porque si bien es cierto que hay un componente de responsabilidad individual, los hábitos de vida están muy influenciados por el diseño y el entorno en el que nos movemos día a día, tanto en el caso de espacios interiores como exteriores. Y esto hay que pensarlo siempre según el contexto local y cultural, dada la complejidad de cada ciudad.

  1. La población mundial se enfrenta a un proceso creciente de envejecimiento que supone una serie de desafíos en dimensiones como la salud y los cuidados. En este sentido, ¿cómo deberíamos estar preparando a nuestras ciudades y sociedades para esta transición demográfica, considerando, además, la integración de la Covid-19 en nuestra vida cotidiana?

Es necesario pensar que habrá un gran porcentaje de población que será mayor de 65 años en algún tiempo, pero también es interesante considerar que no todos serán jubilados, ni todos tendrán problemas auditivos o andarán con bastón. Creo que esto es lo principal que debemos tener en cuenta, reconocer que no existe un único patrón de personas mayores. Por otro lado, si estamos valorando que los entornos sean más saludables, entonces hay que garantizar que lo sean para todas las personas y todas las edades. También considero que es importante replantear la visión que como sociedad tenemos del envejecimiento, pues el hecho de que podamos disfrutar más tiempo de la gente que queremos, de sus enseñanzas y de su experiencia, es realmente un logro.

En Europa, la mayoría de las muertes por Covid-19 han sido en residencias de adultos mayores, lo que se explica al ser sector de la población más vulnerable a esta enfermedad y al vivir de manera conjunta. Sin embargo, no podemos pensar que la Covid-19 es el único factor de riesgo, también están las gripes, las olas de calor o incluso las muertes por soledad. En este sentido, uno de los aprendizajes que podrían surgir de esta situación son las relaciones de generosidad y de apoyo en los barrios, es decir, la manera en que las propias comunidades son capaces de estar pendientes de otros y de integrar los cuidados en el día a día. Al respecto, hay investigadores que han indagado sobre la forma en que el cuidado está incluido o no en la organización las ciudades y esto abre un camino de trabajo muy interesante para plantear