Revista Planeo Nº 44 Ciudades ante las enfermedades, Julio 2020
[Por: Pablo González. Licenciado en Historia, Universidad de Chile. Magíster en Desarrollo Urbano, Universidad Católica de Chile.
Pamela Espinoza. Cirujano Dentista, Universidad de Chile. Estudiante Magíster en Salud Pública, Universidad de Chile]
Resumen
La actual pandemia por Covid-19 ha traído al debate la estrecha relación entre las desigualdades sanitarias y la configuración del espacio urbano neoliberal. Si bien la importancia del pensamiento salubrista en el desarrollo de las ciudades es de larga data, se sostiene que la coyuntura actual ha vuelto a posicionar a la salud pública como un factor trascendental al momento de planificar las ciudades, a fin de propiciar una distribución más equitativa de las condiciones sanitarias y ambientales. Esta columna busca visibilizar la perspectiva de la salud colectiva en su doble propósito de comprender los procesos de salud-enfermedad como fenómenos socioespacialmente construidos, así como también vincular a diversos actores locales en la gobernanza de la salud.
Palabras claves: ciudad neoliberal – desigualdad sanitaria- salud colectiva
Desde comienzos del siglo XX, las condiciones sanitarias de la población urbana, fueron de vital relevancia para establecer relaciones entre la naciente salud pública y la distribución del medio ambiente urbano (Ibarra, 2016). El acceso al agua potable, habitaciones higiénicas, atención primaria y medicina preventiva, marcaron la agenda de la salud pública, lo cual permitió sedimentar la relación entre planificación urbana y condiciones sanitarias. Por ejemplo, mientras Salvador Allende era ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, la provisión de vivienda se entendía como un asunto estratégico para mejorar las condiciones sanitarias de la población (Amar, 2008).
Con todo, el modelo económico chileno configurado en la Dictadura de Pinochet y profundizado en los gobiernos de transición, ha entendido a la salud como un bien de consumo por sobre su acceso universal, lo que ha generado fragmentación del modelo sanitario (Goyenechea & Sinclaire, 2013). Por tanto, los procesos de salud-enfermedad no se distribuyen de forma ecuánime entre la población; siendo una dimensión relevante de las desigualdades sociales. De esta manera, el panorama actual de pandemia por SARS-CoV-2 (Covid-19) evidencia que las dinámicas infecto-contagiosas, lejos de entenderse como procesos estrictamente biológicos, están directamente relacionados con estructuras institucionales y condiciones socioeconómicas, lo que se ve reflejado en factores sanitarios distribuidos de forma inequitativa en la ciudad neoliberal.
El 18 de octubre pasado en Chile, emergió espontáneamente un movimiento social, que articula una serie de demandas colectivas, entre ellas exigencias de derechos sociales e igualdad de oportunidades en cuanto a educación, vivienda, salud, entre otros. En medio de esta coyuntura de revuelta social, la desigualdad sanitaria se ha relevado a partir de perspectivas socioterritoriales emanadas desde la salud colectiva, la cual considera nuevas formas de comprender y actuar ante las consecuencias provocadas por la distribución desigual del espacio urbano. Ejemplos de esto son mapas de contagio que develan desiguales índices de prevalencia en la Región Metropolitana (INTERFERENCIA, 2020). También se ha destacado la reconversión de las brigadas de primeros auxilios que atendían a manifestantes heridos de la revuelta social, en comités de salud territoriales que responden comunitariamente a la pandemia (LAB, 2020). De esta forma, el conocimiento que emana desde la salud colectiva pone en relieve la determinación social en salud para considerar nuevas dimensiones socio-biológicas de la desigualdad. Es por ello que se ha puesto el foco en entender la ‘enfermedad’ no solo como un desequilibrio biofísico, sino que también como expresión de trayectorias históricas y procesos socioespaciales.
Si bien con el enfoque de los determinantes sociales elaborados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se ha producido un avance al vincular condiciones económicas y políticas en los procesos de salud-enfermedad, este concepto deja de lado las dinámicas territoriales y las relaciones de poder que se conjugan en los espacios urbanos. Por otro lado, tampoco cuestiona el modelo de acumulación capitalista que es la base de las inequidades en salud en Latinoamérica. En ese sentido, es necesario considerar la dimensión territorial y profundizar en las desigualdades espaciales en salud desde el modelo de determinación social que propone la corriente de salud colectiva (Morales-Borrero et al., 2013).
La salud colectiva pone en valor el agenciamiento de los actores locales y de la apropiación de los espacios habitados mediante la territorialización de los problemas urbanos (imagen 1). Esto queda de manifiesto en las experiencias de autoorganización territorial que han emergido como respuesta a las necesidades en salud de la población frente a las deficiencias de la política pública (Borde y Torres-Tovar, 2017).
Im 1. Organización de salud colectiva / Fuente: gentileza de comité de emergencia Asamblea Popular Metro La Granja.
La violencia que ejerce la ciudad neoliberal (Hidalgo & Janoschka, 2014) sobre las personas y sus hábitats, configura espacios urbanos sin derecho a la salud. Las ciudades son escindidas y fragmentadas, y su consecuencia es la generación de zonas de sacrificio social, expresada en marginalización, guetificación, hacinamiento, dificultad para desplazarse y desarticulación de la organización comunitaria; todos factores que inciden directamente en la salud de las poblaciones (Firpo-Porto, 2013).
Barrios, villas y poblaciones divididas por la construcción de autopistas concesionadas (Stamm, 2016), son también los territorios donde existe mayor exposición y vulnerabilidad debido a la crisis sanitaria por Covid-19; esto permite dar cuenta de los factores sanitarios presentes en la injusticia ambiental-urbana, lo cual hace patente las contradicciones del modelo urbano neoliberal. Entre los determinantes sociales que influyen en este fenómeno se identifican condiciones de vivienda, hacinamiento y alta densidad poblacional; esto sumado a la precariedad laboral, la cesantía y el trabajo informal, características que cruzan también a estos territorios y que les impide llevar adelante una cuarentena efectiva (Escuela de Salud Pública UCH, 2020).
Por tanto, la pandemia está afectando en mayor medida a los espacios marginados de la ciudad, desde una perspectiva epidemiológica al presentar las mayores tasas de incidencia, pero también desde la perspectiva de los derechos sociales al verse vulnerados los derechos en salud pública. Esto quedó de manifiesto en las protestas ocurridas en un sector de la comuna de El Bosque, en que la comunidad levantó demandas en relación al derecho básico de alimentación.
Sin embargo, estos espacios también albergan un componente de autoorganización popular. Tal como lo fue en la dictadura de Pinochet, reemergen memorias de resistencia y de autoorganización social (Gatica, 2017). Así es como en poblaciones de las comunas del Gran Santiago, Valparaíso, Iquique, Antofagasta, entre otras, se instala la olla común, que en algún momento fue una respuesta frente a un problema de salud pública como la desnutrición infantil, y que hoy resurgen como experiencias de autogobernanza local frente al hambre. En este sentido, la respuesta organizativa a nivel territorial ha sido fundamental en responder a las necesidades alimentarias y paliar las desigualdades socioeconómicas (imagen 2).
Im 2. Organización vecinal en comuna de La Granja. Fuente: gentileza de Comité de emergencia Asamblea Popular Metro La Granja.
Conclusiones
Se requiere de un entendimiento profundo entre territorios, actores sociales y procesos de salud-enfermedad. El modelo de determinantes sociales de la OMS no lo considera así, ya que entiende a la población como un conjunto de entes sin historias, geografías y culturas. Desde la salud colectiva se encuentran valiosas experiencias de gobernanza territorial, pero aún sigue siendo necesario considerar a los actores locales en su capacidad de agenciar transformaciones urbano-sanitarias. En conclusión, las desigualdades sanitarias y su correlato urbano, deben exhortar a la planificación de las ciudades con el propósito de abordar procesos de salud-enfermedad entre los problemas territoriales, considerando por tanto la historicidad y espacialidad de las comunidades involucradas.