Planeo Digital

Número 43

Territorios Gastronómicos

Abril 2020

ENTREVISTA A JAVIER VERGARA: «CUANDO UNO HACE USO DE LA COMIDA, NO SOLAMENTE COMO UN INSUMO PARA ALIMENTARSE [..] PUEDE ENTREGARTE MUCHAS OPORTUNIDADES, AL MENOS EN EL TEMA DE PLANIFICACIÓN DE LA CIUDAD»

Revista Planeo Nº 43  Territorios Gastronómicos, Abril 2020


[Por Denisse Larracilla; Editora Revista Planeo, estudiante del Magíster en Desarrollo Urbano en la Pontificia Universidad Católica de Chile]

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Javier Vergara Petrescu es Co-fundador y Director Ejecutivo de Ciudad Emergente. Se ha especializado en combinar proyectos de innovación social, emprendimiento, participación ciudadana y tecnologías aplicadas a la ciudad. Ha trabajado en diversos proyectos de urbanismo táctico y ordenamiento territorial en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Es también Co-fundador de Plataforma Urbana y Plataforma Arquitectura y CitiSent. En 2006 fue elegido uno de los 100 Jóvenes Líderes de Chile por Revista El Sábado y el Centro de Liderazgo Estratégico de la UAI. Actualmente, es un docente activo impartiendo cursos en la UDP, UDD y el Magíster en Proyecto Urbano de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha expuesto ponencias sobre Urbanismo Táctico en la Universidad Autónoma de México, Columbia University y el Latin GSD de Harvard.

Im1_ Javier Vergara / javier@ciudademergente.org
@vergarapetrescu

 

  1. Hemos escuchado que en Chile, los malones eran fiestas realizadas tradicionalmente en espacios privados y Ciudad Emergente ha impulsado en los últimos años el desarrollo de estos eventos en el espacio público, ¿por qué proponer a la calle como nuevo escenario de esta actividad?

Cuando comenzamos con el Malón Urbano en 2012, fue uno de los primeros proyectos de Ciudad Emergente, la cual fundamos en 2011, ya hace nueve años. En ese entonces, estábamos en un centro de emprendimiento en Nueva York, pero nuestros proyectos empezaron a desplegar en Chile porque gran parte de nuestras redes estaban acá. Algunos de los cofundadores son chilenos, algunas personas de Estados Unidos y otros han viajado por distintos lugares. Por lo tanto, siempre ha habido una visión más bien “glocal”, es decir, con una mirada más global, pero con un actuar bien local.

Una de las primeras iniciativas que empezamos a desplegar en Chile fue el Malón Urbano y lo titulamos así pensando en una forma de recuperar una práctica que existía en Chile y que se había ido perdiendo. De hecho, el tema de los malones es algo que viene de cientos de años atrás. En la conquista española y el periodo de colonia, los malones eran estrategias mapuches que se utilizaban para poder desmantelar los campamentos españoles como tácticas de guerra, como una intervención rápida y sorpresiva que lograba transformar o destruir, básicamente, dichos asentamientos. En el siglo XX, el concepto de malón se empezó a utilizar de otra forma: eran fiestas de media tarde, de fines de semana, donde la gente se reunía a compartir las nuevas tendencias musicales o convivir con sus vecinos. Esta actividad se hizo un hábito a mediados del siglo XX, sin embargo, se perdió durante la dictadura porque durante este periodo -de 1973 a finales de los años 80- a las personas se les prohibía reunirse. Había toques de queda y la gente no se podía encontrar, por lo tanto, el hábito de realizar los malones se fue perdiendo.

En 2012, se nos acercó una organización chilena llamada Ciudad Viva, que es una corporación de participación con mucha experiencia en el barrio de Bellavista. Esta nos invitó a idear una forma de hacer participación con los vecinos que fuera innovadora y creativa, tras identificar el desafío de involucrar a las personas. Nosotros, que estábamos con muchas ideas en la cabeza en ese momento, les propusimos hacer algo que recuperara la tendencia antigua del malón, pero de una forma más pública. De esta manera, las reuniones de participación ciudadana podrían realizarse en un lugar diferente a una sede vecinal entre cuatro paredes, donde muchas de las veces la asistencia es muy baja. Fue así que les propusimos hacer algo público, en la calle: sacar mesas y sillas para que la participación también lograra dar cabida a más personas y no solo a los mismos de siempre.

  1. De alguna forma, el Malón Urbano nos recuerda que la comida tiene un importante componente de integración social, no sólo en una escala doméstica sino también en una escala pública. En este sentido, ¿cuál consideras es el papel de la comida en la sociabilidad urbana? ¿crees que ha cambiado en los últimos años?

No sé si ha cambiado durante la última época, pues la comida ha estado ahí por siglos, pero sí tiene un componente muy empático. Cuando uno hace uso de la comida, no solamente como un insumo para alimentarse sino cuando le empiezas a dar otras miradas, puede entregarte muchas oportunidades, al menos en el tema de planificación de la ciudad. Cuando trabajas con otras disciplinas que no son necesariamente la planificación urbana o la arquitectura y empiezas a mezclarlas con otras áreas, comienza a enriquecerse el proceso de planificación. La gastronomía es una entrada muy atractiva para las personas: todos de alguna forma se sienten a gusto con ella, lo que resulta en un muy buen rompehielos. De hecho, en Ciudad Emergente hemos estado trabajando con el concepto de la comida para otros proyectos, y a veces es un muy buen acceso para problemas muy complejos que uno no sabe desde dónde abordar. Cuando entras desde ahí, se abre una puerta de conversación, distención y generación de empatía e interés. Por lo tanto, vemos que la comida no solo tiene el atributo de nutrirnos o de mantenernos en pie, sino que tiene que ver con otras miradas también.

  1. ¿Identificas otras posibilidades de encuentro social en las ciudades que estén relacionadas con la comida?

Existen varias iniciativas vinculadas a la comida más allá del Malón Urbano. Hay festivales gastronómicos que buscan cambiar el mundo a través de la gastronomía, como el Festival Ñam que ya va a cumplir diez años. En esta iniciativa han trabajado, por mucho tiempo, con chefs y cocineros de distintas partes de Latinoamérica para recuperar ciertas raíces que se perdieron en las culturas locales y reconocer la diversidad de las sociedades a partir de la cocina. De hecho, es muy interesante eso, trabajar problemas de integración social desde la comida porque es desde ahí donde también se manifiesta culturalmente la diversidad de migración y de los países que acogen esa migración.

Uno de los proyectos que hemos realizado últimamente es una versión del malón más enfocada a la migración que se llama Mesa Latina. Lo que hace es generar un encuentro de convivencia pacífica entre migrantes y personas de los países de acogida para tratar de atacar los brotes de xenofobia que se han producido con las olas de desplazamientos en el mismo continente. Actualmente, hay una cantidad nunca antes vista de venezolanos que han tenido que emigrar en muy poco tiempo a otros territorios por problemas políticos, buscando refugio y acogida en países como Colombia, Perú, Chile, México y en Centroamérica. Y claro, esa xenofobia y esos prejuicios a veces es muy difícil atacarlos.

Por otro lado, existen iniciativas de trabajo con refugiados a partir de la comida. Como un proyecto alemán bien interesante que se llama Más allá de tu plato y que tiene que ver con relatar las historias que hay detrás de la gastronomía. En el fondo, alguien que trae una arepa viene con una historia o alguien que trae un kebab viene de algún lugar. Por lo que esta iniciativa ha trabajado para sensibilizar a las personas sobre la migración y los refugiados.

  1. Sabemos que, en algunas ciudades, estos procesos migratorios y de integración cultural también favorecen una transformación respecto al uso del espacio público en relación al acto de comer. ¿Consideras que en las ciudades chilenas el uso de la calle ha cambiado a través de estos procesos?

Sí, de hecho uno lo puede confirmar cuando habla con vecinos de comunas donde hay mayores índices de migración. Puedes escuchar, ver y evidenciar que la calle se usa más, o de una forma distinta que como lo hacen los chilenos. Los venezolanos vienen con otros hábitos: de una vida más pública, de generar encuentros en lugares donde los chilenos no solían hacerlo. No podría dar un porcentaje de cuánto más se utiliza el espacio público, pero sí hemos identificado una percepción de cambio en el uso del mismo.

  1. Al respecto de los Malones y Mesas Latinas, ¿cuál dirías que ha sido la participación de las mujeres en las dinámicas de ocupación del espacio público y de convivencia que implican estas actividades?

Es interesante esa mirada, porque desde una perspectiva de género lo que hemos identificado, en el caso de los malones, es que las personas que los lideran son más mujeres que hombres. De hecho, no estoy seguro si fue en 2018 o 2019, el 60% de quienes los organizaron fueron mujeres y sólo el 40% hombres. Esto puede hablar de un interés más cercano de la mujer a este tipo de actividades. En general, desde nuestras perspectivas, en el tema de participación ciudadana siempre están liderando más las mujeres que los hombres.

  1. ¿Han indagado más sobre este aspecto?

Hemos tenido conversaciones internas del porqué se puede dar eso. En general, en las comunidades donde hemos trabajado, los hombres son quienes laboran fuera del hogar. En el barrio y en la vecindad donde hay que impulsar un proceso, tu contraparte es quien está en la casa y, por lo común, es la jefa de hogar. El hombre sale en la mañana y llega en la noche, y cuando regresa lo hace cansado, no quiere ir a una reunión o no le interesa. Por lo que en varias ocasiones nos ha pasado que hay muchas más mujeres que hombres en la organización de tácticas o reuniones vecinales. Los hombres quizás participan más de otro tipo de actividades que tienen que ver más con la liga del futbol, o lisa y llanamente no quieren participar. De hecho, en los malones ha sucedido que quienes llevan adelante la actividad son las mujeres, mientras sus maridos están dentro de la casa viendo televisión. Les cuesta más salir.

  1. Finalmente, dentro de los malones y mesas en las que has estado presente ¿cuál podrías decir que es tu recuerdo más destacado, incluyendo la dimensión culinaria?

Una de las cosas que me llamó mucho la atención en Perú -donde estuvimos trabajando con un piloto de la Mesa Latina- era el sentimiento de orgullo que le producía a las personas participar de la organización de una actividad de la mesa: la Cocina colectiva. Esta la lideraba un vecino que no era necesariamente un tomador de decisión, un alcalde o concejal. Era una persona que había tenido que emigrar y a quien se le invitaba a organizar una actividad en la que enseñara a otras personas sus recetas de cocina. Me llamaba la atención, y me emocionaba personalmente, el sentimiento de orgullo que esto le generaba, así como el protagonismo que tomaba en el desarrollo de la actividad. La invitación era a que ellos generaran el cambio ahí: como sacar los prejuicios sobre la comida, las personas y su historia de migración.