Movilidad Activa

Septiembre 2019

«¿Rampa o escalera? Apuntes sobre política de la discapacidad»

Revista Planeo Nº 41  Movilidad Activa, Septiembre 2019


[Por Luis Campos Medina, Doctor en Sociología. Académico del Instituto de la Vivienda de la Universidad de Chile.
Rebeca Silva Roquefort, Doctora en Arquitectura y Urbanismo. Académica del Instituto de la Vivienda de la Universidad de Chile.
Macarena Espina Díaz, Licenciada en Diseño. Universidad de Chile]

 

Resumen

En el gesto habitual de instalar una rampa al costado de una escalera se expresan, materialmente, concepciones de la discapacidad y de las relaciones que se establecen entre las distintas personas que pueblan los espacios públicos. En este texto se alude a los efectos representacionales que este tipo de intervención genera y se reflexiona en torno a los aspectos políticos involucrados en ellos, mostrando la alta densidad de significados que se materializa en estas intervenciones y dando cuenta de las consecuencias en la relaciones con la alteridad que van de la mano.

Palabras clave: Accesibilidad; discapacidad; política.

 

Imagen nº1: Conjunto de rampa accesible y escalera. Parque Quinta Normal, Santiago de Chile
Fuente: Macarena Espina.

 

¿Rampa o escalera? La pregunta es sencilla. Sin embargo, su respuesta tiene consecuencias importantes. Decidir situar una rampa al costado de una escalera, como es la solución más usual que podemos observar en Santiago -cuando la hay-, tiene efectos relevantes y en cierta medida insospechados que nos gustaría dilucidar en este breve texto.

La rampa es probablemente la solución más clara y evidente del paradigma que entiende que el problema de la discapacidad es un problema de accesibilidad. A este paradigma le podríamos llamar “accesibilista”. De acuerdo a este paradigma, el problema de la accesibilidad remite a las dificultades y barreras que privan -o dificultan- que las personas con discapacidad motriz se desplacen de manera autónoma, o al menos con cierta facilidad, por la ciudad, particularmente por sus espacios públicos.

Desde la perspectiva del paradigma accesibilista, entonces, enfrentar el problema de la discapacidad remite a un asunto de infraestructuras físicas y soportes materiales. Unos soportes e infraestructuras a ser utilizados por un tipo particular de población que se ha vuelto visible (Butler 2017) a través de un proceso de categorización (Desrosières 2004) que enfatiza su condición deficitaria.

En este punto es preciso reconocer que el paradigma accesibilista implica un avance en el tratamiento de la discapacidad. En efecto, podríamos plantear que el paradigma accesibilista constituye la expresión, a nivel urbano-arquitectónico, del modelo social de la discapacidad que se opone y, en cierta forma, sucede al modelo médico que prácticamente iguala discapacidad y enfermedad, y que entiende a la primera como un problema exclusivamente centrado en el individuo. En el caso chileno el modelo médico de la discapacidad dio espacio para el uso, abundante y generalizado, de la noción de “minusválido”, que implica una subvaloración de los individuos afectados por la discapacidad y una restricción del problema a sus variables médicas, adoptando un tono asistencialista. En efecto, lo que aquí hemos llamado paradigma accesibilista tiene a su haber ciertos logros, puesto que consigue mostrar que el problema no es del individuo, sino que, de su relación con un entorno, vale decir, un problema “relacional”.

Evidencias del paradigma accesibilista en el ámbito urbano, son las modificaciones introducidas a la OGUC a través del DS n° 50, para hacerse cargo y estar en concordancia con la actual Ley 20.422. Producto de esto es que en lugares céntricos y/o concurridos, en algunas avenidas y el metro de Santiago, por ejemplo, se han incluido elementos como huellas podotáctiles, cambios de textura en el pavimento al inicio de rampas o rebaje de veredas (art. 2.2.8, incisos 1, 2 y 5 DS N° 50), así como rampas de acceso y rutas accesibles en calles y parques cuyas características están definidas en detalle en la legislación (art. 1.1.2, inciso 1.1 DS N°50) (Minvu, 2016). Cambios que, bien o mal ejecutados, dan cuenta de la intensión incipiente por recoger necesidades espaciales diversas y mejorar la autonomía de las personas en situación de discapacidad (Silva et al. 2019).

Sin embargo, este avance se ha ido fijando en ciertas ilusiones ópticas que tienen efectos en la manera en que nos representamos el problema de la discapacidad. Entre esas ilusiones ópticas destacamos el que se considere que los problemas de accesibilidad remiten a las personas con discapacidad motriz, y no a las personas afectadas por otras formas de discapacidad, por ejemplo, sensorial. Derivado de esto, se genera la ilusión de que la solución al problema tiene que ver con la construcción y presencia de infraestructuras, como rampas, vados, pasamanos, entre otros.

Sin salir del ámbito urbano y a modo de ejemplo, ¿cómo entiende un semáforo una persona que no diferencia rojo y verde? ¿Cómo transita una persona con epilepsia fotosensitiva por una ciudad saturada de estímulos lumínicos? ¿Cómo, por dónde y a qué hora se trasladan las personas sensibles al contacto físico o la proximidad? En definitiva, ¿cómo se enfrenta una persona con diversidad o discapacidad no motriz a la ciudad y cómo recibimos a esa persona y nos hacemos partícipes de su condición?

El efecto representacional, de conjunto, es que se llega a pensar que el problema de la discapacidad es un problema que se resuelve localmente. Dicho de otra forma, el paradigma accesibilista y su conceptualización de la situación instala la imagen de que existe una persona que se encuentra de manera aislada con un entorno construido, el que a su vez ofrece o no las condiciones para una correcta accesibilidad y movilidad. El problema se queda ahí. No hay referencias al Estado, a las políticas públicas o a la acción ciudadana. No se alcanza a dar cuenta de los discursos y estructuras de poder que sostienen el problema en el tiempo y que evitan mostrar su recurrencia y sistematicidad a nivel de la sociedad en su conjunto, vale decir, no muestran su expresión simultánea y permanente en muchos y muy variados lugares, así como la inacción social y estatal por resolverlos. Hay aquí una cuestión política de primer orden, en la medida que hay una obliteración de los mecanismos causales que están detrás de: i) la ausencia -o presencia desigual- de infraestructuras y equipamientos para personas con discapacidad en los territorios; ii) de la azarosa disponibilidad presupuestaria para invertir en dichos equipamientos e infraestructuras; y iii) de la aleatoria voluntad de las autoridades políticas y administrativas para dar solución a estos problemas.

Pero hay otra consecuencia política menos evidente. Al incentivar soluciones específicas para personas con discapacidad, que escinden las modalidades de acceso y uso de los espacios públicos entre dichas personas y las no-discapacitadas, se separa también las experiencias de uso del espacio, así como las representaciones sociales que se construyen a partir de esas experiencias: representaciones del espacio y de los otros. En esto la decisión por escalera y rampa es ejemplar. En efecto, instalar una rampa, al costado de una escalera, en una superficie circunscrita y generalmente menor a la de la escalera, constituye un poderoso dispositivo de gestión de las prácticas cotidianas, puesto que materializa la señal de que hay dos tipos de usuarios: los de la escalera y los de la rampa. Esto implica que los usuarios de ese espacio escindido entre rampa y escalera, particularmente los usuarios de la segunda, no requieren poner en cuestión sus propias prácticas: concretamente, no tienen que preguntarse por la eficacia, eficiencia, rendimiento o adecuación de subir una escalera por sobre avanzar por una rampa. No tienen que interrogarse respecto de las representaciones que poseen de los otros, vale decir, preguntarse quiénes son los que usan la rampa, por qué lo hacen y qué los diferencia de quienes utilizan la escalera. Todo lo contrario de lo que ocurre con una intervención como la de la rampa para todos.

Pero la realidad es que esa rampa se diseña al lado de la escalera visibilizando el hecho de que no todos pueden acceder de la misma manera a los distintos niveles del espacio urbano. Es en este sentido que esa rampa -al lado de la escalera- pone en evidencia la desigualdad en la ciudad. Si bien el diseño de la rampa aporta a resolver las diferencias de nivel, corrigiendo una situación de acceso que no resuelve el diseño de la escalera, es una medida paliativa que se transforma en un “parche” al proyecto de origen de ese espacio urbano y arquitectónico. Estas intervenciones en nuestros territorios son un reflejo de cómo entendemos el mundo, cómo lo representamos y cómo influimos en él (Beveridge y Koch 2017).

En este sentido, resulta fundamental para nuestro argumento subrayar que la intervención de la escalera más la rampa a su costado, instituye realidad, vale decir, esta intervención hace pensable y gestionable la realidad (Augé 1999) y hace que los efectos representacionales se vuelvan también efectos pragmáticos. La intervención de la escalera más la rampa a su costado lleva a pensar y reforzar la existencia de dos modalidades de uso, la existencia de individuos que deben ser asistidos por sus maneras diferentes de hacer las cosas.

Desde la gubernamentalidad foucaultiana (1994, 2006) podemos entender lo anterior como una intervención destinada a guiar y controlar a la población, con el objetivo de que discapacitados y no-discapacitados hagan lo que les corresponde, de la forma que les corresponde, en el lugar y mediante las infraestructuras que les corresponden.

Aquí la idea de la “ciudad con rampa”, en tanto ciudad que borra las escaleras, constituye una metáfora para aludir a un modo concreto de enfrentamiento y reducción de las desigualdades. Una ciudad que considera la rampa como una solución igualitaria para permitir que todas y todos puedan acceder a los distintos niveles de la ciudad y que, de esta forma, instale la referencia a la comunalidad de usos de los espacios urbanos.

 

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Referencias

AUGÉ, M. (1999) Los no-lugares. Barcelona: Gedisa.

BEVERIDGE, R. & KOCH, P. (2017). What is (still) political about the city? Urban Studies Vol. 54 (1) 62-66.

BUTLER, J. (2017). Cuerpos aliados y lucha política. Barcelona: Paidós.

DESROSIERES, A. (2004). La política de los grandes números. Barcelona: Melusina.

FOUCAULT, M. (1994). Hermenéutica del Sujeto. Madrid: La Piqueta.

FOUCAULT, M. (2006). Seguridad, territorio y población. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

MINVU (2016). DTO-50 04-MAR-2016 MINISTERIO DE VIVIENDA Y URBANISMO – Ley Chile – Biblioteca del Congreso Nacional. [online] Ley Chile – Biblioteca del Congreso Nacional. Disponible en: https://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=1088117&idParte=9680536&idVersion=2016-03-04 [Accessed 28 Aug. 2019].

SILVA, R., GAETE, M., & CAMPOS, L. (2019). Inclusividad y arquitectura. Perspectivas actuales sobre una relación incipiente.. AUS [Arquitectura / Urbanismo / Sustentabilidad], (25), 62-67. doi:10.4206/aus.2019.n25-10