Revista Planeo Nº 40 Ciudad Informal, Junio 2019
[Por Arturo Orellana, Director Revista Planeo]
Karina Leitão es profesora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo (FAUUSP). Licenciada en Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Pará, Maestra por el Programa de Integración Latinoamericana de la Universidad de São Paulo y Doctora en Planificación Urbana y Regional de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la misma casa de estudios. Actualmente es investigadora y coordinadora de Investigación y Extensión, y del Grupo de Capacitación en Estudios Urbanos en el Laboratorio de Vivienda y Asentamientos Humanos de la FAUUSP.
Im1. Karina Leitão /
De acuerdo con lo que uno puede observar, has trabajado o has estado cerca de estudiar el impacto de proyectos en áreas propias de la ciudad informal. En esa experiencia, y en el contexto brasileño, ¿cómo se entiende y cómo se expresa la ciudad informal?
En Brasil existen muchas denominaciones para designar la ciudad informal, personalmente no me agrada el término “informal”, y mucho menos el término “irregular”. Esos asentamientos que conforman “lo informal” no son lugares sin forma, no son lugares sin reglas, son asentamientos que en América Latina -un mundo periférico dentro del capitalismo- representan la única opción para que muchas poblaciones de bajos ingresos puedan asentarse en condiciones de dignidad, una dignidad que ellos construyen. Hay un debate muy importante en Brasil y en el mundo sobre cómo denominar a estos asentamientos y ninguno de estos nombres representa perfectamente la compleja dinámica de producción del espacio que resulta de una generación de pobreza y falta de atención por parte del Estado y del mercado. Son una dinámica estructurante del Brasil capitalista, en la que se perciben condiciones de habitabilidad precaria que, en alguna medida, son homogéneas en el capitalismo, aunque con particularidades en cada lugar del mundo.
En Brasil, que es una nación de dimensiones continentales, me he dedicado a estudiar las particularidades de estos tipos de asentamientos, de los cuales existe una complejidad y diversidad tan vasta que nuestro propio país desconoce. Desde inicios del siglo XX, el país cuenta con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística que ha contabilizado esta forma de asentamientos populares, y que ha caracterizado mínimamente al número de personas que viven en ellos; sabemos que es una cantidad importante, pero que ha sido contabilizada de forma subestimada, ya que nuestras características son muy diversas. Por ejemplo, en el norte del país hay una predominancia de asentamientos en zonas bajas y anegadas, en donde los palafitos representan una de las tipologías más preeminentes, aunque menos conocidas (yo me he dedicado a este tipo más específico). Y es así, como en Brasil y en el mundo, que el tipo de asentamiento más conocido sea la favela, ubicada en un cerro, en un morro: la favela de Río de Janeiro que pobló el imaginario brasileño. Sin embargo, este tipo de asentamiento no es capaz de traducir la diversidad de formas de asentarse en las que existen dificultades para reproducir la vida con dignidad.
Una colega tuya señala que esta definición de ciudad informal -que está en debate en Brasil- responde fundamentalmente a que estos asentamientos no responden a las normativas y condición jurídica de los suelos. En la medida que eso se resuelve, ¿estos asentamientos dejan de ser parte de la ciudad informal, o bien lo siguen siendo?
Siguen siéndolo. Aun cuando se regulariza un asentamiento, no cambia completamente el estatus del mismo, no lo transforma de facto en un espacio de habitabilidad segura, ni el régimen de propiedad se vuelve una garantía de derechos para sus moradores. En Brasil tenemos experiencias de regularización que se desarrollan de forma cada vez más integrada entre una regularización urbanística formal del espacio y una regularización jurídica de la propiedad. La lucha ha sido por la integración de estas dos dimensiones en la acción del Estado para que la regularización sea multidimensional, trabajando tanto en el campo de la seguridad como de la propia fijación del territorio con alguna condición de acceso y de infraestructura. Pero la verdad es que después de los proyectos de urbanización y regularización, las favelas -como les gusta designar de forma general a todos los “asentamientos informales” de Brasil- no dejan de ser favelas, continúan siendo territorios que al principio fueron autoconstruidos y en alguna medida pasaron por un régimen de construcción que tiene mucho de la dinámica general del capitalismo, pero que al mismo tiempo tiene sus especificidades. En estos asentamientos, las condiciones de vida van mejorando en función de las acciones que la propia población desarrolla en torno a la construcción de ese espacio, de sus casas, infraestructura y de la propia ciudad, que es denominada como informal.
Previo a los procesos de regularización con una mirada integral, la pregunta que surge es si es legítimo o no que exista la ciudad informal. Es decir, desde el punto de vista jurídico no lo es, pero desde el punto de vista del derecho a la ciudad, ¿es legítimo que la respuesta ante la precariedad o la falta de vivienda sea la proliferación de asentamientos irregulares?
La ocupación en áreas irregulares, informales o precarias es legítima, porque es la única posibilidad en ciudades o países donde ese derecho no fue garantizado por el Estado. Por ejemplo, en el caso de Brasil y otros países latinoamericanos, los marcos constitucionales nacionales establecen como garantía el acceso a una vivienda adecuada, digna y salubre, pero en la medida en que el Estado no está cumpliendo con este derecho, a la población de bajos salarios y trabajos informales sólo le resta ocupar el territorio de una manera que no es considerada legal o formal ante los ojos de la ley, entonces es obvio que es legítimo. En este sentido, el Estado brasileño opera en una duplicidad: al mismo tiempo que considera como una amenaza la permanencia de estos lugares, se cuenta con un ejercicio histórico en el que se ha reconocido la legitimidad de estas ocupaciones. En el país aconteció un hecho histórico: llegó un momento en que el volumen de asentamientos irregulares precarios era tan grande, que el Estado -conservador o no- y las diversas instancias de gobierno, no pudieron asumir más la posibilidad de relocalizar a todas estas personas y reponer completamente el stock.
Aprovechando lo que señalas, es posible identificar que la ciudad informal es parte del tejido urbano de una gran porción de ciudades latinoamericanas y particularmente de Brasil, donde se expresa como fenómenos de gran escala que no se limitan a pequeños barrios, sino incluso a ciudades completas en términos de la población que concentran. Incluso podría decirse que -como se señala sobre el mercado informal- es resultado estructural de la economía de mercado, en la que no es posible que toda la gente acceda al mercado formal del trabajo porque hay procesos de tecnologización del empleo, bajos salarios, etc. Desde este punto de vista, ¿para quién crees que es una amenaza permanente la coexistencia entre la ciudad formal y la ciudad informal?
En primer lugar, quiero hacer un posicionamiento: yo no veo a la ciudad informal como una parte de la ciudad, la ciudad informal es la ciudad. Destacar a la ciudad informal del resto de la ciudad es entrar en un análisis de diferenciación de estos espacios que, en alguna medida, el pensamiento crítico brasileño ya ha contestado. Se ha intentado mirar a estos asentamientos como regímenes diferentes de producción del espacio, pero eso no significa que no sean una ciudad. Obviamente en la forma más corriente de referirse a ellas hay una visión dual sobre la ciudad. En Río de Janeiro, por ejemplo, es muy común hablar de la favela y el asfalto, pero la favela ya tiene asfalto; o distinguir entre barrio y favela, como forma de destacar estas diferencias que existen de facto. Pero mirar hacia estos asentamientos como diametralmente opuestos a la ciudad no es la realidad. Los regímenes de informalidad, irregularidad y no cumplimiento de la ley también se dan en la ciudad formal. Ahora, respondiendo con mayor especificidad a la pregunta, estos asentamientos amenazan a grupos de la sociedad que forman parte de la élite y que tienen intereses sobre la valorización de sus inmuebles; por ejemplo, cuando existen favelas cerca de barrios ricos o de clase media y que supuestamente los desvalorizan.
Uno podría responsabilizar al mercado, pero también al Estado por esta condición. Desde tu punto de vista, ¿cómo se reparten estas responsabilidades?
La verdad es que no se reparte la responsabilidad, considero que la responsabilidad -en términos de la prerrogativa de planeamiento- es totalmente del Estado. Corresponde al Estado reglamentar, proveer derechos e infraestructura y también regular al mercado; pienso que ese es su papel dentro del sistema capitalista. Creo que la coordinación de las políticas es un poder del Estado en todas sus esferas, que en el caso de Brasil están organizadas en un sistema federalista con entes que deben aplicar una política urbana de manera coordinada. A esto se suma que son estados donde gran parte de la riqueza que se produce internamente es expatriada, no permanece en el país para generar condiciones de acceso a una vida urbana más digna, por lo que son responsabilidad del Estado las condiciones de vida que se van produciendo. Es obvio que el mercado contribuye a la reproducción de desigualdades, pero para quien comprende que cabe al Estado condenar aquello, no es suficiente plantear que el mercado es el único culpable.
Ahora que señalas el papel del Estado en esta coordinación, ¿en qué medida consideras, para el caso brasileño, que las visiones ideológicas que sostienen las autoridades determinan las posibilidades de abordar el problema de una manera más integral?
Esa es la gran cuestión: la forma en cómo el Estado se posiciona frente a la reproducción de las condiciones de vida es un asunto de fondo ideológico, pero sobre todo económico. Esto ya ha sido muy explorado en la literatura académica científica y por la propia lucha popular en Latinoamérica. La reproducción de vida contra las condiciones de precariedad representa una periferia del capitalismo y este último va cediendo porque también le es funcional. Personas que viven con bajos salarios tienen una función dentro del sistema. En el mundo capitalista periférico se van rebajando las condiciones laborales, el trabajo es mal remunerado y no incorpora el valor de la vivienda. Los empleos cada vez más informales e intermitentes no posibilitan vivir en condiciones adecuadas.
Es este sentido, es importante que desde una perspectiva ideológica los gobiernos desarrollen acciones para mejorar de las condiciones de vida propiamente, pero lo es también, que actúen en torno a una redistribución de la renta, a la generación de empleo y a una política macroeconómica que permita condiciones de vida completamente diferentes. Es insuficiente pensar, apenas de una manera ideológica o progresista, que los programas en los territorios van a resolver los problemas. Resolver los problemas significa detener la máquina de generación de pobreza en países como Brasil y así, parar la generación de favelas.
Puede decirse que este fenómeno no es reciente, se funda en dinámicas de migración campo-ciudad en las que el progresivo aumento migratorio significó una proliferación de asentamientos periféricos precarios. Respecto a esto se ha escrito mucho, pero al parecer la acción específica y el trabajo con las comunidades es más reciente, ¿existe una deuda de la academia en esto?
Pienso que en términos sociológicos, geográficos y arquitectónicos no hay una deuda de la academia. Nos hemos dedicado a estudiar, hablar, problematizar, cambiar metodologías; tenemos una profusión y riqueza de estudios muy importante en Brasil y América Latina. Contamos con teorías y metodologías de abordajes muy diversos, cuya variedad es importante para el debate académico. Tal vez la deuda podría relacionarse con qué tanto la academia ha contribuido a su aplicación. En el contexto latinoamericano nos hemos conformado con una actuación del Estado que se ha focalizado casi de forma exclusiva en la producción de nuevas formas de vivienda que no han sido la solución a la pobreza.
Tal vez si nos hubiésemos dedicado a definir una agenda de urbanización de los asentamientos que ya se venían construyendo, veríamos realidades sociales diferentes. Entonces, puede que la deuda recaiga en la medida en que hemos contribuido a la elaboración políticas públicas en el campo de urbanización de las favelas, así como en el mejoramiento de barrios. Siendo muy honesta, la academia en países latinos -y en el caso brasileño- tiene muy poco poder en sus manos; a veces, llegamos a ser una élite que sólo discute dentro de los muros universitarios, aunque también es necesario reconocer que existen intelectuales e investigadores que se disponen a realizar esta apertura de forma más enfática e interdisciplinaria.
En un mundo cada vez más individual, ajeno a las ideologías, más populista y nacionalista, ¿qué te hace a ti esperanzarte de que podemos mejorar y abordar el desafío que significa mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la ciudad informal?
Pienso que hay esperanza en lo referente a la riqueza de la construcción social de la vida en estos lugares. No quiero de ninguna manera romantizar lo que es la vida en un ambiente precario, lo menciono en tanto que la formación del sujeto periférico que vive en estos asentamientos habla de una vida que viene aconteciendo en formas en las que se perciben articulaciones importantes: en asociaciones de barrios, movimientos culturales, colectivos periféricos que se van territorializando y que construyen posibilidades de una vida colectiva. De la misma forma en que uno percibe un proceso de individualización, existen muchas señales de esperanza en las formas de urbanización comunitaria. Además, el problema cobra una magnitud tan grande en el escenario urbano mundial que ya no es posible fingir que no existe y, en ese sentido, la esperanza también es posible en la medida en que un problema pasa a ser elucidado, visibilizado y la gente comienza a mirar a la sociedad como un todo. No creo que estemos en un momento histórico-político en que los gobiernos nacionales, departamentales y municipales estén destinando recursos para atender estos lugares, pero seguramente la academia, los movimientos sociales y culturales estén atentos a que estas fronteras se vayan borrando, ante una construcción política cada vez más clara sobre las condiciones de vida en estos lugares. Tal vez ahí está la semilla de esperanza.