Ciudad Animal

Marzo 2019

¿Es la relación humano-naturaleza una de dependencia o únicamente de ocio?

Revista Planeo Nº 39  Ciudad Animal, Marzo 2019


[Por: Felipe Gutiérrez-Antinopai: Constructor Civil y MSc. Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, asociado al Núcleo de Investigación y Docencia en Ambiente y Sociedad (NIDAS) y Fundación Newenko. Ingeniero de sustentabilidad en FIC – 2017 “Plataforma tecnológica de apoyo a la gestión de residuos y puntos limpios”]

Resumen:

Las transformaciones que se han desarrollado a lo largo de los siglos XX y XXI han ido constantemente absorbiendo elementos naturales en la forma de planificación y en las diámicas citadinas. Últimamente esto ha ido impregnando una sensación de dependencia del ser humano con la naturaleza que puede, efectivamente, tomar variadas aproximaciones e intereses.

Palabras claves: Dependencia, relación humano-naturaleza, ayuda mutua.

Im1. Ebenezer Howard 1902 Evan Sharp vía Pinterest 2011.

“Observa al caballo, noble animal que convive con el hombre; o al buey, que lo alimenta y trabaja para él, encorvado, pensativo. Mira su cara; ¡qué dulzura hay en ella, qué fidelidad a su dueño, a pesar de que éste le pega sin piedad; qué mansedumbre, qué confianza, qué belleza!” (Dostoyevsky, 2009:372)[1].

¿Cuántas imágenes podrían levantarse para validar una relación de dependencia hombre-naturaleza? Evidentemente una de ellas es la recientemente mencionada, donde el contacto físico con la naturaleza puede evidenciar una dependencia mutua. Esto lo entendió muy bien Kropotkin (2009) [2] con su concepto de “ayuda -o apoyo- mutua” que fundamentalmente explicaba la supervivencia entre los grupos y especies de la naturaleza

Esta visión puede atenderse como una relación intrínseca sin apelativos que naveguen en la incertidumbre ni enarbolen visiones subjetivas, muy por el contrario. Su visión se constituye una pieza fundamental en los quehaceres comunitarios, una pieza histórica en la construcción de sociedades y por supuesto en el asentamiento de ciudades. Así es que según Kropotkin (2009), los seres humanos estamos guiados por instinto de solidaridad que es capaz de obviar el concepto de amor y velar simplemente por una ayuda mutua: “No es mi amor por el vecino —a quien a menudo ni siquiera conozco— lo que me induce a tomar un balde de agua y correr a su casa cuando veo que ésta se quema; es un sentimiento o instinto de solidaridad y sociabilidad humana mucho más amplio, aunque también mucho más vago, lo que me mueve” (2009:11).

Claramente este marco releva dos puntos. El primero de ellos es la dependencia y la otra es que esa dependencia es intrínseca a las actividades con las cuales lidiamos día a día ¿Cómo se ha extendido el concepto de apoyo mutuo entre las especies y más aún en las visiones citadinas del siglo XX? ¿Alguna lección que sacar?

El sentido de dependencia, aunque pueda parecer obvio y a veces trillado sobre todo cuando gobiernos introducen lineamientos para un desarrollo más equitativo y respetuoso con el medio ambiente, es muchas veces gris. La verdad es que las nuevas generaciones tienen en cuenta de que el mundo es finito, pero concentran su atención en imaginarios e intereses que no suelen percibir la importancia de insectos, de animales y paisajes ajenos a lo urbano y por supuesto, tecnología. Los sentidos de dependencia parecen ser relacionales entre humanos, o bien entre humano y sistemas económicos que sirven para un uso efímero de acallar un deseo que intenta conectar con lo “natural”.  Bien lo supo Lefebvre que con su agudeza ya a mediados del siglo XX refería a que ciertos tipos de planeación urbana consideraban la naturaleza como un valor de cambio: “Los ocios, comercializados, industrializados, institucionalmente organizados, destruyen esta «naturalidad» de la que se hace cuestión para traficarla y para traficar. La «naturaleza» o lo que se pretende como tal, lo que de ella sobrevive, se convierte en ghetto de los ocios…” (Lefebvre, 1978:137-138)

Este punto, de relegar a la naturaleza como espacio de ocio -ergo, mercantil- también puede ser amenazada por un singular hedonismo. En este caso la naturaleza sirve a los intereses propios del ser humano olvidando el impacto que puede desprenderse de ello produciendo fundamentalmente una especie de enajenación y desplazando esa concepción de “apoyo mutuo” por una, por ejemplo, de “sueño americano”. Algunas estadísticas obtenidas por investigadores de Rand Corporation y UCLA sitúan a los propietarios de hogares, persona de altos ingresos económicos y personas blancas como un grupo más proclive a tener mascotas (Herzog, 2017). Incentivados por justificaciones que van en la línea argumentativa de “mejorar la calidad de vida” (que ciertamente son útiles), las recomendaciones de expertos rozan una cierta relación unilateral entre dueño y mascota que, podría situarse perfectamente en el tope de la pirámide de aspiraciones en términos personales, cuestión que puede ser contraproducente por el hecho de crear una absoluta dependencia a sólo un animal o un par de ellos.

Sin embargo, este retrato de relación humano-naturaleza que bien podría caricaturizarse con las mascotas de celebridades de grandes ciudades globales como Los Ángeles o Nueva York cuenta con otras representaciones que consiguen trazar una línea de respeto y justamente, de dependencia. La diversidad de las ciudades provee de elementos que logran almacenar algunos espacios de entendimiento hacia la naturaleza. Las confluencias citadinas vuelven constantemente a un retrato de árboles, paisajes varios, insectos y animales que cobran vida, donde las visiones tradicionales puramente urbanísticas se olvidan para dar paso a un ecosistema mixto, cuya importancia es ofrecer oportunidades sociales y al mismo tiempo no olvidarse de la “belleza de la naturaleza”.

Esto bien lo predijo Ebenezer Howard a fines del siglo XIX con las ciudades jardín basadas en una planificación ultra estructurada y sistemática que, no obstante, la naturaleza era sólo un elemento complementario y útil y probablemente, no de sustento. Otras visiones como la del Bioregionalismo de Aberley (2005:35) -como uno de los principios- sería “redescubrir conexiones entre el mundo natural y la mente humana” añadiendo una “relación de soberanía dependiente”. Para ello las visiones estructuralistas o del top-bottom pasarían a tomar una relevancia menor que indudablemente serían sustituidas en mayor proporción por relaciones de dependencia entre humano-naturaleza. Los humanos pasaríamos directamente a relacionarnos con las funciones de la naturaleza, y así, las funciones naturales pasarían a ser pivote en las relaciones humanas. Concretamente, diversas expresiones de desarrollo local se empoderarían para pasar a modelos de transitions town, ecovillages, cohusing model y eco-municipalities (Salazar, 2013).

Huertos comunitarios, principios ecológicos desde gobiernos locales, comunidades ecológicas son convenciones con las cuáles un sometimiento mutuo entre humano-naturaleza pasa a ser centro en la vida del ciudadano. Las especies en este caso tomarían su lugar como un rol definitivo dado por la “naturaleza” de sus capacidades. Abejas, larvas, semillas, orugas, mariposas, caracoles estarían dentro de un sistema en el cual el ser humano es parte de él. O bien, conocimientos y prácticas sustentables recordarían la dependencia indisoluble entre humano y naturaleza.

Sea cuál sea la forma de aprehender la dependencia, existe al menos un consenso que podría resumirse en “la necesidad de conocer para amar”. Hoy en día la naturaleza necesita de un respiro y para ello necesitaríamos empezar por conocer sus funciones y apreciarlas no sólo a horas determinadas o relaciones unilaterales. Así el sentido de asombro no se perdería y será el motor que nos mantenga atento a nuestra relación de dependencia con la naturaleza. Tal como nos recuerda Rachel Carson (2012): “Cualquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de sus vidas…Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine” (2012:44). ¿Por dónde empezar? “Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea…Hay algo infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la garantía de el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno” (2012:45).

Bibliografía

Aberley, D. (2005). Interpreting bioregionalism: A story from many voices. En M. V. McGinnis (Ed.), Bioregionalism (págs. 13-42). Routledge. Recuperado Febrero de 2019, de http://library.uniteddiversity.coop/More_Books_and_Reports/Bioregionalism.pdf

Carson, R. (2012). El Sentido del Asobro (Castellano ed.). (M. Martín R-Ovelleiro, Trad.) Madrid: Ediciones Encuentro.

Dostoyevsky, F. (2009). The Brothers Karamazov. The Project Gutenberg EBook. Recuperado Marzo de 20129, de http://eremita.di.uminho.pt/gutenberg/2/8/0/5/28054/28054-pdf.pdf

Herzog , H. (3 de Julio de 2017). Large Study Finds Pet Owners Are Different. Obtenido de Psychology Today : https://www.psychologytoday.com/us/blog/animals-and-us/201707/large-study-finds-pet-owners-are-different

Kropotkin, P. (2009). La Ayuda Mutua. (E. Gasca, Trad.) Caracas: Editores Latinamericana. Recuperado Febrero de 2019, de https://abenzaide.files.wordpress.com/2014/08/la-ayuda-mutua.pdf

Lefebvre, H. (1978). El Derecho a la Ciudad (Cuarta (Castellano) ed.). (J. González-Pueyo, Trad.) Barcelona: Ediciones Península.

Salazar, G. (2013). Diseño ecológico comunitario: del consumo del usuario al producir del artesano. DISEÑA(6), 60-69.


[1] Fecha publicación original: 1879-1980.

[2] Fecha publicación original: 1902.