Territorios y Paisajes

Septiembre 2018

Territorio y Paisaje: dos palabras en busca de lugar

Revista Planeo Nº 37  Territorios y Paisajes, Septiembre 2018


[Por Pedro Bannen Lanata, Instituto de Estudios Urbanos – Pontificia Universidad Católica de Chile]

Valle de Santiago desde el norte, 2014, foto Guy Wenborne
Valle de Santiago desde el norte, 2014, foto Guy Wenborne fuente: http://www.santiagocerrosisla.cl/

Resumen

Desde una sucinta revisión del proceso de configuración de un lugar como país –Chile- y otro como ciudad capital –Santiago- se intenta explorar la diversidad contenida en conceptos como territorio y paisaje, donde se entrecruzan las aproximaciones disciplinares con lo esencial de cada término. Territorio asumido como la voluntad de poder ejercida sobre una determinada porción de espacio, y paisaje como la modelación permanente de un lugar ejercida por la ocupación del ser humano en todas sus expresiones.

Palabras Clave: Territorio, Paisaje, Lugar

En una cultura dominante del fraccionamiento compulsivo del conocimiento en campos disciplinares y subdisciplinares que se multiplican de forma acelerada, cualquier palabra que aspira a la condición de concepto multiplica con igual velocidad los significados y las acepciones que se hacen cargo de la definición del mismo. Los términos de territorio y paisaje no son la excepción. Una aproximación muy general nos dirá que territorio apunta a la condición del poder sobre el espacio, es decir, un territorio aparece, se concibe o se configura como tal cuando existe una voluntad o una comprensión de dominio sobre el mismo. No basta la existencia previa del espacio en sí mismo, necesariamente debe existir esa expresión de voluntad sobre su existencia previa. Una aproximación equivalente al término de paisaje nos remite a la relación asumida entre la naturaleza de un lugar y cualquier expresión de asentamiento humano instalada en ella. La alteración humanizada de un cierto espacio natural, sea cual fuere su escala o grado de intervención, se ha constituido en un paisaje determinado. Las tantas veces que ese lugar sea modificado o alterado por la misma u otra expresión de instalación humanizada lo hará y rehará como paisaje.

La comprensión de un país como Chile, ya sea como territorio o como paisaje requiere de la lectura atenta de aquellos procesos de instalación de asentamientos humanos en su extensión. La etapa de sus pueblos originarios se hunde en un pasado de muchos siglos que acumulan y sobreponen comprensiones locales que van dando forma a modos de ocupación fragmentada que despliega grupos culturales que asumen secuencialmente las culturas de la caza, la pesca y la recolección, para abrir otros de precario diseño de cultivos o ganadería. Todos condicionados a una temporalidad dominada por la presencia/ausencia de factores claves para cada uno (agua, animales, especies vegetales, ciclos de las estaciones,…) Paisajes pixelados sobre micro territorios coincidentes, con excepción de la cultura mapuche que desde la precariedad de una estructura de clanes y subsistencia por recolección de piñones, configuran un territorio mayor al tener conciencia de la fuerza de una voluntad de asociatividad en caso de sentirse bajo cualquier amenaza. La llegada del inca con otra magnitud de comprensión del territorio elaborado en su cultura, podrá expandir su dominio incorporando a las configuraciones preexistentes en la medida que les traspasan el manejo de la autosustentación que garantiza la técnica de riego y las mejores semillas como alimento. Pero topando como frontera hacia el sur contra el territorio asumido por el poder de la cultura mapuche. Todos ellos construyen paisajes sucesivos sobre un mismo espacio que se asume y se comprende en escalas de distinta magnitud y complejidad, acorde a la envergadura de los imperios concebidos y las metrópolis que sirve cada uno. La caída del imperio inca en manos de la corona española es otra sustitución de poder donde la magnitud es intercontinental y donde el día que se conquista Cuzco, ha caído bajo el nuevo dominio todo el territorio inca, aunque la constatación de su extensión demore algunos años. Almagro avanza hacia el sur en las claves de su cultura de conquista europea que confía del borde costero como el derrotero por excelencia, cruzando un desierto de aridez insospechada y topografía accidentada que diezma la empresa. El paso por el valle de Santiago es casi accidental, ocurre de mar a cordillera y es incapaz de detectar la riqueza mineral que ostenta el lugar. Valdivia con pretensiones más ambiciosas y capacidad de leer los códigos locales del paisaje antes elaborado, emprende el mismo viaje por el pie cordillerano, es decir, por el camino del inca, establecido hace un siglo y con abastecimiento de agua y alimento en toda la extensión de su territorio dominado. La voluntad de llegar donde funda la ciudad de Santiago es establecer un punto a medio camino entre Cuzco y el Estrecho de Magallanes, su verdadero objetivo, del que pretende ser su administrador como capitán general en representación del rey, zafando su talento estratega de la pugna por dominar Cuzco. La llegada al valle de Santiago la hace por el camino preexistente y se asienta definitivamente sobre el tambo, hoy supuestamente bajo la catedral. Contacta al representante del inca, único habitante del valle que no somete a su dominio, el cual está establecido a los pies occidentales del actual cerro San Luis, es decir, en el punto con las mejores napas de agua subterránea del valle hasta hoy. Larga será la conquista del territorio pretendido inicialmente, que se encuentra parcialmente dominado por la cultura mapuche, la que será confrontada en guerras interminables y ofrendando la vida del conquistador, por modificar el poder sobre el territorio, y soslayada con la conquista del extremo sur por mar consecuente al sentido de su fin último, controlar la navegación mundial por el paso austral.

Para consolidar la conquista es necesario tanto someter las culturas anteriores activas en el lugar, como controlar la geografía que desbarata tanto las pretensiones de constituir un territorio como conformar un paisaje de cobijo. A modo de ejemplo, el torrente del Mapocho, hipotético proveedor del agua necesaria para los requerimientos de la ciudad y los cultivos y ganadería de sus alrededores, se debate entre las furiosas crecidas del invierno y los largos ciclos de sequedad de verano y otoño de cada año. Esfuerzos paralelos de construir defensas contra las crecidas, y de trasvasar aguas del Maipo hacia el cauce cercano, tomarán siglos para su culminación. Al momento de lograrlo, la ciudad es ya una capital republicana, donde el territorio nacional configura un dominio de poder y el paisaje del valle central es la expresión que acuñará por décadas, desafíos, sueños, privilegios y postergaciones que a dos centurias del evento se sigue intentando superar, al menos, de forma parcial. Razones tiene Parra para considerarnos apenas paisaje, cuando el territorio de país se hace difuso en los convulsos cambios de modelos que perpetúan las distancias (no geográficas) para alcanzar el noble rango de ciudadanos por todos sus habitantes. Y a cambio de configurar nuevos paisajes para el mismo lugar, donde se replican reconfiguradas las mismas limitaciones para verdaderamente hacer historia.

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Bibliografía

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FAVERO, Marcos. “Urbanismo Infraestructural”. In: Revista Prumo. v. 2 n. 3 : Cidades Latino Americanas, 2017. Disponible en: https://issuu.com/revistaprumo/docs/prumo_3__vers__o_final___04_07_2017

LERNER J. Acupuntura urbana. Edit. Record. Rio de janeiro, São Paulo, 2011.