La llegada reciente de diversos colectivos de inmigrante, proveniente principalmente de países latinoamericanos, se ha hecho evidente a través de un proceso de diferenciación en la estructura social y territorial de las comunidades chilenas, expresado en los modelos de integración y convivencia, en la vida cotidiana en los barrios de las comunas en donde se han asentado residencialmente.
Revista Planeo Nº 29 Fronteras urbanas y territoriales, Septiembre 2016.
[Por Daisy Margarit S; Doctora en Sociología Universidad Autónoma de Barcelona. Académica Investigadora Núcleo de Investigación en Migraciones – NIM- Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Central de Chile]
Resumen: La llegada reciente de diversos colectivos de inmigrante, proveniente principalmente de países latinoamericanos, se ha hecho evidente a través de un proceso de diferenciación en la estructura social y territorial de las comunidades chilenas, expresado en los modelos de integración y convivencia, en la vida cotidiana en los barrios de las comunas en donde se han asentado residencialmente. Asi dieron cuenta los estudios de caracterización de la población migrante que se llevaron cabo en el 2015 en las provincias de Magallanes, Cachapoal, y en la comuna de Quilicura[1], estudios que permitieron dar cuenta, en primer lugar de una aproximación a las condiciones de vida de la población inmigrante mediante una caracterización del fenómeno migratorio a través de una descripción del perfil sociodemográfico del inmigrante, la trayectoria migratoria, el papel de las redes en este proceso; como también los nudos críticos de la oferta pública mediante una descripción de los obstáculos administrativos, y la relación con la institucionalidad .En segundo lugar, se observó que las tendencias de localización de la población inmigrante, tienen una incidencia en los territorios, que a través de las prácticas cotidianas se dibujan fronteras territoriales que en algunos casos permiten identificar las zonas en las que residen ciertos colectivos de inmigrantes de acuerdo a su procedencia.
Palabras claves: Migración, territorio, integración, fronteras
- La inmigración en Chile
La inmigración extranjera que ha llegado a Chile en este último período se ha caracterizado principalmente por provenir de países latinoamericanos, por su gran heterogeneidad étnica, perteneciente a un rango etario activo en términos laborales y por ser eminentemente femenina. Además, llama la atención el gran dinamismo en este fenómeno migratorio de este siglo, representado principalmente en un crecimiento sostenido (Margarit y Bijit, 2014).
Según el Censo del 2002 (Martínez, 2003), en Chile viven 185.000 personas nacidas en el extranjero. De esta cifra, el 68% corresponde a inmigrantes sudamericanos, siendo la principal colonia la procedente de Argentina (26%), después la peruana (21%), la boliviana (6%), la ecuatoriana (5%) y la colombiana (2%). En menor número tenemos a venezolanos, brasileños, uruguayos y paraguayos. Del resto del mundo están presentes europeos (17%), norte americanos (6%) y asiáticos (4,2%), y en cifras muy pequeñas encontramos a personas provenientes de África y Oceanía. Estudios más recientes, nos confirman que este fenómeno ha ido en aumento, como lo señalan las cifras aportadas por el estudio realizado por Rojas y Silva (2016) a partir de los datos del Departamento de Extranjería y Migración, que dan cuenta que en el año 2014 se estimó cerca de 411.000 migrantes permanentes residiendo en Chile, lo que correspondería al 2,3% de la población nacional. De igual forma, los autores constatan que las comunidades con mayor presencia en el país, provienen de países latinoamericanos, como era la tendencia que daba cuenta el CENSO 2002.
Al analizar la distribución regional (DEM, 2009), el 64,8% se concentra en la Región Metropolitana y en las dos primeras regiones del norte del país, Tarapacá (5,81%) y Antofagasta (5,96%). La concentración en las ciudades podría explicarse en la oferta de empleo, la cual se complementa además con una serie de atractivos, como es el acceso a mejores equipamientos relativos a la escolarización y salud pública (Vinuesa, 1991).
Por otra parte, los datos de la CASEN 2013 nos indica que los colectivos con mayor presencia en Chile son los colectivos provenientes de Perú, Argentina, Colombia, Bolivia, Ecuador, y que la distribución regional de los migrantes según nacionalidad es para el caso de los peruanos, estos se concentran en la RM (78%), en Tarapacá (6%) y en Antofagasta (6%); mientras que los de origen argentino se concentran en la RM (48%), en la Araucanía (7%) y en Valparaíso (18%); y en el caso de los colombianos, estos se concentran en la RM (64%) y en Antofagasta (14%). Los bolivianos se concentran en las regiones de Antofagasta (32%), Tarapacá (28%), RM (18%) y Arica (15%), para el caso del colectivo ecuatoriano, las regiones en que se que concentran son RM (81,7%), en Valparaíso (4,9%) y Antofagasta (4,1%). Por último, la población de origen dominicana, si bien no está dentro de los colectivos con mayor presencia en Chile, llama la atención su rápido crecimiento y la distribución regional, por cuanto observamos que se concentran en la RM (80%), y en la región de Magallanes (10%) y en Araucanía (8.0%).
Cabe señalar que la distribución territorial de los flujos de la inmigración extranjera en el contexto nacional, permite definir tendencias de localización de los colectivos de inmigrantes a una escala local, así como también identificar a futuro cuales son los principales factores explicativos de esa distribución y su incidencia en el territorio. Esta revisión permite adentrarnos en el análisis del impacto que conlleva la llegada de los migrantes en el país de destino, lo que repercute en cambios culturales significativos y crea nuevas visiones de la ciudadanía, de su relación con la territorialidad representada en el espacio local/barrial y su impacto en la calidad de vida de quienes las componen (Margarit y Bijit, 2014).
- El desafío de la integración en territorios con alta concentración de colectivos migrantes
La inmigración es consustancial a la ciudad, y ha sido una característica permanente de las ciudades desde el comienzo de la historia como señala Capel (1997), particularidad que se representa al observar las tendencias de localización residencial de los flujos migratorios en Chile.
El asentamiento de los migrantes en las ciudades, se caracteriza por concentrarse en ciertos barrios y zonas, dentro de las comunas con mayor residencia inmigrante, a colectivos que comparten una homogeneidad respecto del país de origen, expresada en prácticas cotidianas de convivencia, en relaciones sociales, usos del espacio habitado y público adyacente a la vivienda, gustos gastronómicos similares, entre otros. Todo ello ha conducido a un cierto mosaico urbano de mundos sociales (Hannerz, 1993) que tienen como consecuencia la demarcación de los espacios urbanos surgiendo fronteras que delimitan modos de vida, que en su relación con la población nativa puede producir fricción.
Lo interesante de lo anterior es que, en aquellos territorios con alta concentración de población inmigrante residente, se observan cómo los vecinos nativos manifiestan que el sentido de lugar, se ha perdido, alimentando el mito de la “invasión”, entendiendo que el sentido de lugar, está determinado por la estrecha relación entre el individuo y el medio, reflejada en la percepción colectiva del entorno y en el comportamiento de los ciudadanos incorporando elementos simbólicos que dan cuenta del vínculo de la persona con el lugar en donde se vive, variando en el espacio y en el tiempo y modificándose de unas personas a otras. (Zarate , 2003).
De este modo, diferentes estudios muestran como se van dibujando fronteras invisibles o líneas de división, en la relación cotidiana entre los nuevos y antiguos residentes de los barrios, estableciéndose zonas de tránsito con muy poco contacto entre colectivos y vecinos nativos, como por ejemplo una zona de comercio inmigrante de rubro botillerías, establecimientos de telefonía e internet (centrales de llamadas o envió de dinero, y parques de uso intensivo por parte de los colectivos inmigrantes; mientras que otras zonas propician espacios de encuentro en los que la integración se manifiesta como parte de la interacción cotidiana, como por ejemplo almacenes de abarrotes, ferias libres, etc (Monet, 2005; Aramburu, 2006; Margarit y Bijit, 2014).
Estos espacios de convivencia son instancias como señala Thayer (2007, en Thayer 2014), en que la presencia de los migrantes, se iguala a la de la población nativa y se genera una relación de competencia por la apropiación o trasformación de estos lugares.
Es en estos espacios en donde se tensionan las discusiones teóricas respecto de la integración, socio territorial, en la cual dimensión cultural y la identidad colectiva, estarían presente, teniendo como función cohesionar a la sociedad, generando un sentimiento de pertenencia, en donde los grupos se reconocen a sí mismos y son reconocidos por los demás como parte de una misma comunidad (Blanco, 1993).
Aparece de esta forma, el tema de la identidad y la cultura en relación a la integración de la población inmigrante. Delgado (1998) propone pensar la integración sociocultural no como la meta de un proceso, sino como un proceso en sí mismo donde las identidades negocian constantemente las relaciones que mantienen entre ellas, relaciones que desde la perspectiva del autor, esconden intereses de clase. Por lo tanto, el conflicto emerge por la lucha de intereses y no por el choque cultural. Siguiendo al autor, resulta interesante la distinción que desarrolla entre diferencia (referida a lo cultural) y desigualdad (referida a lo estructural), concibiendo a la integración como el derecho a la diferencia y el derecho a la igualdad. La primera hace alusión a la posibilidad de que cualquier grupo social y cultural tiene derecho a diferenciarse, al tiempo que acepta elementos mínimos de convivencia compartida, mientras que la segunda guarda relación con la garantía de la igualdad de derechos y acceso a todas las instituciones políticas de la sociedad de recepción.
En consecuencia, desde esta perspectiva, la integración sociocultural no tiene por qué ser entendida como el abandono de la identidad propia y la adquisición de los hábitos e identidad cultural y nacional de la sociedad de acogida (Schermerhorn, 1970). Al mismo tiempo, la integración sociocultural no significa necesariamente la superación de los conflictos, sino la constante negociación de las identidades y o relaciones entre grupos subordinados y dominantes, siendo las situaciones de integración aquellas en las que los actores involucrados se ponen de acuerdo como objetivos del proceso, elementos indispensables si buscamos generar comunidades más inclusivas en las que prime el respeto por la diferencia.