Los días pasan y los indígenas urbanos siguen llegando a las ciudades. La planificación se hace desde arriba y los olvida. Tejido Manigua recupera y propicia el apropiamiento de estos foráneos con su nueva realidad, la ciudad. La planificación, entonces, se vuelve de todos.
Revista Planeo Nº 28 Territorios Indígenas y Planificación, Junio 2016.
[Por Pablo Andrés Rodríguez Bothe; Diseñador Industrial, UJTL. Tesista Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, PUC.- Laboratorio de Diseño Territorial y Estilos de Vida, Comba Internacional, Colombia.]
Resumen: En nuestra diversa y multicultural región latinoamericana ha venido creciendo el desplazamiento forzoso de la población indígena desde sus territorios ancestrales hacia las grandes ciudades. Esto ha traído complicaciones y desafíos en el ejercicio de planificar ciudades más integradoras, razón por la cual, proyectos de distinta índole han sido ejecutados sin la espera de acciones del gobierno, con la pretensión de ofrecer acompañamiento y herramientas de fortalecimiento a estos colectivos étnicos en un sistema social que por ratos los discrimina, por ratos los ignora. El proyecto Tejido Manigua- Culturas Vivas rescata el pensamiento colectivo de los indígenas urbanos y promueve una mejor calidad de vida de éstos en las ciudades por medio de espacios de intercambio cultural que reconozcan el patrimonio material e inmaterial que cada cultura es capaz de ofrecer y beneficien tanto económica como espiritualmente a las comunidades indígenas en los territorios urbanos.
Palabras clave: Indígenas urbanos, intercambio cultural, ciudades integradoras.
Los indígenas que migran hacia los centros urbanos por causa del desplazamiento forzoso de sus territorios ancestrales se ven enfrentados a diversas y complejas realidades (Valenzuela, 2014). Este artículo hace énfasis en dos problemas relacionados con la migración forzada de población indígena a la ciudad; el primero, entendido como la incapacidad que tienen de satisfacer sus necesidades o alcanzar su bienestar en las ciudades, pues no hay ecosistema más lejano y hostil en comparación a su territorio que las urbes contemporáneas; el segundo, hace referencia a la inmensa dificultad que enfrentan para poder adaptarse y participar de un sistema social que se diferencia, a todas luces, de su cultura y tradiciones.
La sensación de supervivencia, entonces, se deriva de estos problemas y genera instancias donde estos colectivos buscan volver a su lugar de origen o al menos transitar entre su territorio y la ciudad. De esta manera, la comunidad indígena se ve impulsada a ofrecer lo aparentemente “poco” que posee e interesa la sociedad consumidora: las conocidas artesanías u objetos de su cultura material capaces de ser comercializados (Imagen 1). Por lo mismo, no es de sorprenderse cuando, por efecto de lo anterior, se encuentran centenares de indígenas comercializando artesanías en las calles, playas o andenes, con el objetivo conseguir los ingresos diarios para subsistir en el entorno urbano.
Im1. Venta de Artesanías en espacio público. Fuente: elaboración propia
En vista de esta situación, algunas organizaciones han venido trabajando para garantizar condiciones de vida dignas a estas comunidades que poco conocen las dinámicas urbanas pero que las padecen en el día a día. En Colombia se ha venido construyendo un espacio que brinde apoyo para la integración y empoderamiento de estos colectivos étnicos frente al sistema capitalista vigente en los centros urbanos. Desde ACDI-VOCA, operador de USAID (United States Agency for International Develpmente por su sigla en inglés) en el país y Comba Internacional, consultora asociada, se ha desarrollado el proyecto Tejido Manigua – Culturas Vivas, propuesta que surge del diálogo entre varios grupos indígenas urbanos apuntando a la construcción de una nueva realidad que surge de las expectativas que dichos pueblos originarios tienen de la vida en la ciudad e indaga sobre cómo apropiarse e identificarse con este nuevo territorio urbano al que se enfrentan.
Im2.Taller con comunidad indígenas. Fuente: elaboración propia
Este proceso ha integrado elementos del necesitar (buscar el pan de cada día) pero también del soñar. Por un lado, se trata de buscar instancias donde se fomente y genere una innovación respecto a los productos que ofrecen las comunidades indígenas para su sustento, garantizando que éstos sean lo suficientemente atractivos como para que puedan competir en un mercado y logren beneficiar en términos económicos así a las personas de la etnia. Por otra parte, se promueve la generación de espacios de intercambio cultural (imagen 2), donde además de aprender de los demás saberes y tener la posibilidad de usar dicho ejercicio como valor agregado en el diseño de productos y servicios innovadores, se refuerza el sentido de identidad cultural por medio del fortalecimiento de la relación con el territorio originario y sus dinámicas ancestrales. Una de las estrategias utilizadas es propiciar el diálogo, la conversación y la enseñanza mediante el tejido, actividad que los vincula con sus tradiciones pero que también les permite construir lazos con el entorno urbano en el que ahora viven.
Sin olvidar el territorio, este proyecto ha fomentado el diálogo entre los beneficiarios directos, es decir los indígenas urbanos, y las comunidades con las que permanecen en contacto en su lugar de origen. Esto facilita involucrar a otras personas con el proyecto en cuestiones como la incorporación en la cadena productiva, pero también devuelve cercanía y posibilidad de reencontrarse con el territorio que permite satisfacer sus necesidades tanto físicas como espirituales, que fortalece sus lazos afectivos y genera bienestar (Tuan, 2007). La ciudad se vuelve entonces una expansión de las localidades que constituyen la red simbólica territorial de los indígenas y se empieza a percibir como un espacio que antes que despedir y excluir, logra invitar.
Hoy por hoy, la migración de grupos indígenas a las ciudades ha sido un problema para los gobiernos locales de América Latina, y por tanto, es una cuestión que no debe ser pasada por alto en el momento de desarrollar urbes más integradoras y justas, capaces de facilitar, ojalá desde los gobiernos, instancias de reconocimiento multicultural y darle cabida a paradigmas distintos que puedan no sólo incentivar formas de vida alternativos como el de las comunidades ancestrales, sino que también puedan beneficiar la diversidad cultural latinoamericana.
Tejer y entramar las relaciones socio-culturales con los territorios originarios y los entornos urbanos es un acto de diseñar el territorio, de transitar entre las localidades que sustentan la red simbólica de cada pueblo (González, 2015) y de fortalecer, tanto material como inmaterialmente, el patrimonio cultural de las comunidades indígenas (Torres, 2009). Por todo esto, es imperante planificar para la integración y la generación de espacios que brinden calidad de vida y bienestar para los distintos estilos de vida y así fortalecer una sociedad que pueda ser capaz de trabajar, desde la diversidad de conocimiento, por los distintos objetivos de un mejor desarrollo territorial.