“Me sentía triste cuando el parque estaba cerrado
y me entristecía rodearlo en vez de cruzarlo.”
Ernest Hemingway
[Por Pedro Bannen]
Así como Hemingway, Baudelaire y Verlaine, entre tantos otros, los jardines de Luxemburgo, abiertos como jardín público de París desde el año 1772, alojan en su día a día a numerosos ciudadanos y visitantes que construyen su rutina de trabajo o estudio u ocio, o inmortalizan en fotos de celulares una visita inolvidable. En su borde norte, el lugar aloja el palacio del mismo nombre, sede actual del Senado. Iniciativa original de la reina María de Médicis, quien inicia su construcción en 1621, cansada del palacio del Louvre y nostálgica de los palacio italianos de su infancia. Pero nunca llega a ocuparlo, el cardenal Richelieu la expulsa de Francia diez años más tarde. El lugar es prisión durante la Revolución y cuartel general nazi en la segunda guerra mundial.
Una extensión de alrededor de quinientos por seiscientos metros (es decir, unas treinta hectáreas) en el corazón del barrio latino se constituyen en pieza clave de un lugar densamente construido y poblado. Un número notable de árboles (encinas, castaños, plátanos orientales, olmos, manzanos y perales, entre otros) configuran bosques, explanadas de sombra, paseos y avenidas de un parque diseñado y rediseñado a través de toda su historia urbana y patrimonial, con esa capacidad del urbanismo parisino de estar actuando sobre los lugares permanente y persistentemente, sin traicionar el patrimonio conquistado pero a su vez, siendo siempre contemporáneos a su momento y su modo de vida.
En esa misma extensión que configura múltiples lugares exteriores en delicada continuidad, que acogen un sinnúmero de actividades formales, sociales, culturales y deportivas, van quedando esparcidas en todo su suelo de maicillo una cantidad igual de llamativa de unas sencillas pero fuertes sillas de metal pintadas verde.
A las horas de mayor uso del lugar aparecen colmatadas de ocupantes que las hacen escasas a pesar de su gran número. En una visita temprano cualquier día, la disposición de las mismas dan cuenta de las múltiples actividades y formas de uso del lugar como registro a la manera de las huellas sobre la escena de un crimen.
Apostadas a la sombra de los grandes árboles en pequeños grupos dan cuenta de reuniones sociales; en pares y en lugares más recogidos dan cuenta del paso de parejas o diálogos de amigos reservados; en multitud son el testimonio de actos culturales, programados o espontáneos que tuvieron lugar a alguna hora pretérita en el mismo punto de su despliegue actual; en largas hileras sobre los caminos principales de recorridos acompañan y entretienen mutuamente al que pasea y al que descansa, convirtiendo al ciudadano común y corriente en el protagonista del espectáculo urbano que acontece día a día en toda la extensión del que fuera un jardín de palacio.
Las sillas verdes de los jardines de Luxemburgo, sencillas y delicadas, constituyen el puente invisible entre el goce noble del parque imaginado por una reina para si hace cuatrocientos años, con el acontecer diario y cotidiano de cientos de parisinos que hoy construyen su normalidad entre los avatares, los turistas y las nubes grises que una vez más se avizoran en el horizonte europeo.
Santiago de Chile, diciembre de 2011