La vida ha dejado de ser barrial pasando a tener un rol más sistemático y funcional. Desde las modernas residencias que aíslan a las personas, como las amplias casas de la periferia o los “mini” departamentos , hasta los flexibles mercados laborales que limitan la interacción en las relaciones personales a los viajes diarios hogar-trabajo, el concepto de barrio se ha quedado simplemente en una división y visión territorial característica pero carente de identidad.
Revista Planeo Nº19 Barrio y Ciudad, Noviembre 2014.
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[Por Daniel Moreno. Economista, Universidad Externado de Colombia. Estudiante Magíster en Desarrollo Urbano IEUT-Pontificia Universidad Católica de Chile. Ayudante de Investigación CEDEUS.]
La vida en la ciudad ha dejado de ser barrial y ha pasado a tener un rol más sistemático y funcional. Desde las modernas residencias que aíslan a las personas, como las amplias casas de la periferia o los “mini” departamentos centrales, hasta los flexibles mercados laborales que limitan la interacción en las relaciones personales a los viajes diarios hogar-trabajo, el concepto de barrio se ha quedado simplemente en una división y visión territorial característica pero carente de identidad.
En la actualidad la unidad física primordial de supervivencia, es decir la vivienda, ha dejado en un segundo plano las relaciones que se establecen con el entorno de ésta. Por relaciones no sólo se deben entender que éstas son exclusivas de los vínculos personales establecidos, sino con el mismo lugar próximo al “dormitorio”. Cuando se encasilla a uno o más individuos en un cubo abierto al mundo por las nuevas tecnologías de información, pero cerrado a su entorno inmediato, se rompe la riqueza y fortaleza que se mantiene marginalmente en algunos barrios de ingresos y densidades menores. Así mismo, es curioso cómo el establecimiento de lazos con el barrio aunque sea gratuito, no se aprovecha y lo que realmente tiene un costo y constante demanda, es el acceso a bienes y servicios que parecen suntuarios e innecesarios.
La periferia no escapa al señalamiento de pérdida de identidad, salvo algunas zonas que son rurales pero que no demoran en ser “fagocitadas” por la gran ciudad. Es correcto emplear ese término utilizado en la biología, ya que la acción del suelo urbano cuando absorbe, destruye las relaciones establecidas en los barrios rurales. La especulación derivada de la expansión urbana y el mercado del suelo, hace que se desarrollen conjuntos habitacionales similares a los ubicados en los suburbios norteamericanos, los cuales ya han sido bastante criticados por su ineficiencia. Cuando se añade la fragmentación social con esa ineficiencia, solo se puede esperar el surgimiento de externalidades negativas objetivas y abstractas. Objetivas porque se generan mayores tiempos de viajes, congestión y contaminación ante la necesidad del uso del automóvil, y abstractas porque no se establecen comunidades ni convergencias sociales.
En vez de establecer un modelo dual de desarrollo urbano, es decir, de expansión urbana horizontal y vertical, debe existir uno que unifique los conceptos adecuados y coherentes a la sostenibilidad del barrio en la ciudad. La densidad es un inconveniente-conveniente, en la medida que se ha sobreexplotado para maximizar la eficiencia del espacio y la infraestructura en las zonas centrales de la ciudad, generando al mismo tiempo la destrucción barrial tradicional. La solución podría estar en el diseño de un nuevo sistema habitacional que al menos articule y enfrente (de manera positiva) a las personas, obligándolas indirectamente al establecimiento de relaciones con su entorno.
De forma similar, se puede establecer un sistema que genere comunicación en los viajes diarios al trabajo. Esta idea puede alejarse del plano físico y consolidado del barrio como tal, pero al menos en el punto de partida de esos viajes, tanto de ida como de vuelta, se puede crear integración social. El comportamiento “antipático” se puede asociar al miedo o timidez típicos del ciudadano común, el cuestionamiento en esta parte es cómo romper la barrera invisible del trato humano hacia las personas desconocidas.
Sin embargo, antes de arrojarse al vacío por el establecimiento de prácticas y proyectos estratégicos y decisivos por la mantención de la escala barrial humana, se debe experimentar y vivir la micro-comunidad urbana. En este punto, se debe recoger la riqueza del argumento de Jane Jacobs (2011) que defiende la comprensión y entendimiento de la ciudad antes de realizar cualquier planificación y materializarla, ya que entender el funcionamiento de las ciudades en la vida real, permite conocer los principios que estimulan la vitalidad social y económica. A esta idea, se le debe añadir la importancia que tiene el barrio para los habitantes de la ciudad, porque dentro de él se encuentra la vitalidad social y la identidad comunitaria. Infortunadamente, el método para crear planeación y vivienda siempre ha estado encaminado hacia la expectativa de obtención de los mejores resultados: rentabilidad máxima o de minimización de costos.
Dentro del crecimiento horizontal y vertical de la ciudad, se debe pensar antes de actuar para asegurar los resultados que realmente se quieren materializar. Pero por resultados se debe considerar al barrio como un ente valioso y no sólo como un territorio definido. Las desatenciones de la planeación urbana se deben a sus escalas de intervención, donde la más desarticulada es la escala micro-barrial dentro de un desordenado macro-sistema urbano.
Referencias:
Jacobs, J. (2011). “Muerte y vida de las grandes ciudades”. Madrid, España: Capitán Swing, pp. 488.