Tecnología y Ciudad

Septiembre-Octubre 2014

Ciudades (¿pre?) visibles

La mayor presencia de las tecnologías de comunicación e información  posibilita la interrelación de los espacios reales con el ámbito virtual, lo que constituye un riesgo si se  incorpora ingenuamente a nuestras prácticas y cotidianidad, sin reflexionar sobre sus ventajas y desventajas.
Revista Planeo Nº18 Tecnología y Ciudad, Septiembre 2014.

columna 1

Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki/Augmented_GeoTravel

 

[Por Juliana Carvalho. Analista de Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais, Brasil, y Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente por la Pontificia Universidad Católica de Chile.]

Es innegable que las tecnologías de comunicación e información están cada vez más presentes en nuestro día a día. Lo podemos observar caminando por las calles de los grandes centros urbanos. En las personas que caminan mirando al celular, enviando mensajes o usándolo para sacar fotos (y muy probablemente compartirlas en alguna red social). En las señaléticas indicando la existencia de redes wifi en cafés, bares, restaurantes, plazas públicas, museos y malls. En los códigos de lectura rápida (QRs) en afiches promocionales pegados en los muros o en las pantallas que difunden constantemente comerciales y propagandas. En los cajeros electrónicos. En los controles mecanizados para usufructo del transporte público. También lo podemos observar en los extensivos mecanismos de control, evidentes en las cameras de video instaladas para garantizar un monitoreo constante de algunos espacios.

Pero quizás una de las formas más increíbles de observar esta presencia ubicua de las tecnologías –que ha sido tomada con asombrosa naturalidad por muchos de nosotros, posiblemente por un creciente acostumbramiento con la diversidad y velocidad exponencial de los avances tecnológicos– es en la interrelación de los espacios reales con el ámbito virtual. Tal vez el mayor ejemplo de esta interrelación en la actualidad sea el Google Street View, que permite a sus usuarios recorrer varias ciudades del mundo, eligiendo en la malla digitalizada los trayectos a realizar en cada una de ellas. En efecto, en algunas de las localidades escaneadas y mapeadas por esta empresa, es posible salir de los trayectos recorridos por los vehículos (que fueron el principal medio para recolectar las imágenes panorámicas subidas al sistema) y adentrar a los edificios de museos o subirse a la vereda y acercarse a un mirador accesible a peatones. Bueno, a peatones y a internautas ahora.

Uno de los riesgos de percibir con naturalidad esta interrelación entre ciudades y virtualidades es el de incorporarla ingenuamente a nuestras prácticas y cotidianidad, sin reflexionar sobre sus ventajas y desventajas. Particularmente en el caso de la relación que cada uno mantiene con su entorno en las ciudades, si bien los recursos disponibles en la Internet pueden facilitar una serie de actividades, es importante tener en cuenta que ellos suelen homogenizar la experiencia urbana. Si uno consulta un mapa online interactivo sobre qué camino tomar para llegar del punto A al B, este mapa entregará la “respuesta” o “respuestas” de acuerdo a los datos e informaciones almacenados en su base de datos y su programación. En la actualidad, la mayoría de los sistemas de este tipo, entregan los mismos resultados, independientemente de quien hizo la consulta. Hay una tendencia a personalizar la experiencia en la red, trazando perfiles de usuarios y adecuando las respuestas a sus intereses. Indicios de este tipo de programación son bastante evidentes en las propagandas que aparecen cuando uno navega en la Internet. Una hipótesis sobre los avances de este tipo de programación fue trabajada de forma muy interesante en la película HER, en la cual personalización e inteligencia artificial moldean el desarrollo de los sistemas operativos.

Retomando el caso del Google Street View, si uno se fija en las imágenes que componen los panoramas, todas han sido tomadas durante el día. Es más, la avasalladora mayoría ha sido tomada en días soleados, de cielo azul, en horarios con poca sombra, sin congestión en las vías (aún que esta última característica sea más una consecuencia de la logística de captura de imágenes que un resultado de decisiones sobre cómo representar cada uno de los lugares). En este contexto, ayuda a hacer las ciudades más visibles, poniéndolas en el mapa y permitiendo recorridos virtuales a cualquiera con acceso a la red. Pero lo hace de una forma estandarizada. Pasteurizada. Es imposible, usando este tipo de herramienta, acceder a la experiencia de conocer a las “ciudades invisibles” que Marco Polo contaba a Kublai Kan[1]. Las ciudades visibles de Google son, en comparación, tácitamente indistinguibles. Recorrer y conocer una ciudad, sea como habitante o como viajero, siguiendo caminos predeterminados como yendo solamente a lugares recomendados por otros, es ser mucho más baudad que flâneur[2].

En este sentido, el riesgo de naturalizar la interrelación entre ciudades y tecnologías puede significar que uno deje de percibir las singularidades desde una perspectiva propia, que termine por abdicar, mismo que involuntariamente, la posibilidad de disfrutar de experiencias verdaderamente individuales. Siendo un riesgo tanto para nosotros como también para las ciudades, debido a que homogenizar la experiencia urbana significa perder pluralidad, diversidad e identidad. De todas formas, es importante subrayar que este riesgo no proviene de las tecnologías, sino que del uso que nosotros damos a ellas. Para lograr optimizar los beneficios generados por las tecnologías es importante mirarlas desde una perspectiva crítica, analizando cuando es conveniente buscar en el mapa una dirección y cuando es conveniente “perderse” por la ciudad. Es preciso equilibrar mejor el tiempo mirando virtualidades en pantallas y observando realidades en los entornos. Es de interés dejarnos sorprender por experiencias urbanas singulares e imprevisibles. En esta nota, para finalizar el argumento, dejo con un fragmento del cuento “El hombre de la multitud”, de Edgar Allan Poe:

Dicha calle es una de las principales avenidas de la ciudad, y durante todo el día había transitado por ella una densa multitud. Al acercarse la noche, la afluencia aumentó, y cuando se encendieron las lámparas pudo verse una doble y continua corriente de transeúntes pasando presurosos ante la puerta. Nunca me había hallado a esa hora en el café, y el tumultuoso mar de cabezas humanas me llenó de una emoción deliciosamente nueva (2002, pág. 133).

 


[1] Personajes del libro Ciudades Invisibles de Italo Calvino.

[2] Siguiendo la distinción propuesta por Víctor Fournel y posteriormente heredada por Walter Benjamin.

 

Referencias:   

Allan Poe, E. (2002). El hombre de la multitud. En J. Cortázar (trad), Cuentos (pág. 578). Madrid: Alianza. Disponible en: http://www.ead.df.gob.mx/cultura/circulo_lectura/sesiones/edgar_allan_poe/files/edgar%20allan%20poe%20-%20cuentos%20completos.pdf