Claudia González Muzzio es arquitecto de la Pontificia Universidad Católica de Chile, realizó el Master in Science in Environment, Science and Society en University College London.
Revista Planeo Nº17 Resiliencia Urbana, Julio 2014.
[Por Pablo Wainer. Arquitecto UDP y Magister (c) en Desarrollo Urbano, IEUT, UC]
Claudia González Muzzio es arquitecto de la Pontificia Universidad Católica de Chile, realizó el Master in Science in Environment, Science and Society en University College London.
Actualmente se encuentra trabajando como consultora en estudios de planificación ambiental y territorial, enfocada en reducción de riesgos, medioambiente y participación comunitaria.
Hemos visto que el concepto de resiliencia urbana se presta para diferentes interpretaciones. Me gustaría saber cuál es tu visión frente al término.
El concepto de resiliencia da para mucho y ha sido ampliamente utilizado en Chile desde el terremoto de 2010, no siempre de manera adecuada. El término resiliencia en un contexto medioambiental proviene de la ecología, siendo acuñado por Holling durante la década de 1970, para referirse a la capacidad de los sistemas naturales de perdurar y reajustarse frente a perturbaciones o cambios en las condiciones de los ecosistemas, ya sea por causa natural o antrópica. Poco a poco el concepto fue aplicado a otras ciencias, incluidas las ciencias sociales, como la psicología y la geografía.
La resiliencia urbana se refiere a la capacidad del sistema urbano para prepararse, responder, adaptarse y sobreponerse a shocks o estreses provocados, entre otros, por la ocurrencia de desastres. La resiliencia urbana tiene diversos componentes, incluyendo las estructuras de organización social y política; la comunidad (sus características demográficas y socioeconómicas) y la sociedad civil organizada; las cadenas productivas y también el medioambiente construido (Resilience Alliance 2007). Para algunos autores (como Berkes, Holling y otros), se refiere también a la interacción del sistema social con los ecosistemas naturales, entendiendo la ciudad como un ecosistema de origen antrópico que funciona bajo las mismas reglas que los demás e interrelacionado con ellos.
¿Se ha considerado en algún momento el estudio de la resiliencia urbana como instrumento de análisis para la elaboración de políticas públicas?
No de manera sistemática hasta ahora. Los centros de estudio universitarios como el CIGIDEN (PUC) y el CIVDES (U. de Chile) están haciendo esfuerzos por incorporar la temática en el ámbito de la investigación académica, pero es un tema nuevo y la incorporación real en el ámbito de las políticas públicas – más allá del ámbito académico – tardará unos años.
El Marco de Acción de Hyogo, acordado por los Estados Parte de las Naciones Unidas en 2005, señala cinco tópicos sobre los cuales los estados y las comunidades debieran estar trabajando para mejorar la resiliencia de la población y las ciudades frente a futuros desastres, y hay esfuerzos en dicho sentido, pero aún sin muchos resultados visibles. Por ejemplo, la Política Nacional para la Reducción de Riesgos de Desastres se encuentra aún en estudio y ha habido poca participación de la sociedad civil en su formulación. En otros ámbitos hay más visibilidad, como es el caso de los códigos de construcción y particularmente la norma NCH433, que ha tenido cambios y mejoras tras los distintos eventos que hemos enfrentado como país.
También hay campañas a nivel urbano, como la impulsada por la UNISDR (la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción de Desastres) llamada “Mi Ciudad se está Preparando”. Hay 27 comunas que se han sumado a la campaña, la mayoría de ellas afectadas por el terremoto de 2010 o por el del norte de este año. Se trata de iniciativas de los respectivos alcaldes o bien de ONGs que han apoyado el desarrollo local. Sería bueno que se sumaran otras y que las que ya están participen activamente en la identificación y reducción de sus riesgos, de forma que los esfuerzos no se queden únicamente en el papel.
Frente a las catástrofes que Chile ha sufrido este último año, cuál es el rol de los afectados frente a planes de relocalización o reconstrucción. ¿Se considera algún tipo de consulta ciudadana?
No hay mecanismos formales de consulta, sin embargo, sí se aprecia que en el caso del incendio en Valparaíso la comunidad ha estado más involucrada, principalmente por iniciativa propia y la presión que diversos grupos han ejercido hacia las autoridades de nivel local y nacional.
En el caso del norte la influencia e involucramiento de la comunidad ha sido menor, aunque hay grupos organizados de vecinos, algunos de los cuales existían previamente y otros que emergieron tras el terremoto, lo cual es común que ocurra luego de un desastre.
En mi opinión, esta menor participación o grado de influencia de los damnificados del norte respecto de los de Valparaíso tiene que ver por una parte con la dispersión territorial de los daños, mucho más concentrados en Valparaíso. También influye la visibilidad del desastre a los ojos de la comunidad en general, muy superior en Valparaíso – una de las principales ciudades del país – y por su cercanía a Santiago. El nivel de autogestión de los pobladores de Valparaíso es también importante, y desde ese punto podría decirse que son más resilientes… sin embargo, la resiliencia urbana también implica la reducción del nivel de riesgo al cual está expuesta la población, lo cual no ha sido visualizado integralmente, al menos por quienes han reconstruido por su cuenta, ocupando nuevamente las quebradas en algunos casos.
Bajo la estructura actual de las ciudades en Chile, ¿es necesaria la aparición de nuevos desastres para poder planificar ciudades más resilientes o hay forma de implementar medidas antes de que estos ocurran?
Siempre hay medidas que es posible tomar para aumentar la resiliencia urbana. Entre otras, poner atención en el desarrollo – e implementación – de estrategias de preparación; mecanismos y vías de evacuación; mecanismos de transferencia del riesgo como los seguros; el desarrollo de estudios de vulnerabilidad y capacidad; mayor incorporación de los riesgos en los instrumentos de planificación territorial y en el ordenamiento territorial en general; desarrollo de programas de educación; etc.
Lamentablemente tenemos mala memoria como sociedad, y sólo la recurrencia de los desastres nos recuerda de vez en cuando que somos un país altamente expuesto a diversas amenazas. No solo terremotos y tsunamis, sino también en varios casos inundaciones, sequías, incendios forestales, etc.
En este sentido, ya es hora de tomarse en serio la amenaza que significa el cambio climático para la sustentabilidad a nivel urbano. Los cambios en los patrones climáticos tanto de temperatura como de precipitaciones que ya se han identificado y que irán progresivamente en aumento, hacen necesario adoptar estrategias de adaptación que se relacionan directamente con el aumento de los niveles de resiliencia urbana. Por ejemplo, qué, cómo y dónde se cultiva; cuáles son los niveles de infiltración del suelo en las distintas áreas de una ciudad y su entorno; cuáles son las estrategias alternativas en cuanto a los medios de vida de la población en ciudades cuya base económica se restringe a pocas actividades y la relación entre el espacio urbano y rural, entre otros, son aspectos relevantes que también inciden en cómo podrán estos centros urbanos responder y recuperarse luego de un desastre. Una sequía o una nevazón intensa en lugares donde ello no ocurría ya no deben ser considerados como excepcionales, sino que hay que aprender a vivir con ellos y adaptar las ciudades y los medios de vida de la población para disminuir sus efectos negativos.
¿Existen casos en que se haya puesto a prueba elementos o espacios previamente planificados que mejoren la capacidad resiliente de una ciudad?
Un caso frecuente tiene que ver con el refuerzo de riberas de ríos para disminuir el riesgo de inundaciones o crecidas. Ello permite reducir el nivel de riesgo frente a la ocurrencia de algunos eventos y, principalmente, el grado de exposición de la población y los bienes respecto a dichos eventos. Lo que sucede es que dichos elementos, así como las barreras costeras, por ejemplo, se construyen considerando un determinado período de recurrencia. Es decir, contemplan un cierto rango posible de eventos. No siempre se construye considerando el “peor escenario” pues este es generalmente el menos frecuente y al mismo tiempo, el más caro. Un ejemplo de ello son las barreras costeras para mitigar los efectos de tsunami; las de Japón fueron diseñadas para un evento de magnitud menor a 9,0, por ello fueron sobrepasadas.
Un caso distinto ocurrió tras el terremoto de 2010. En varios los espacios públicos así como áreas naturales de acceso abierto a la comunidad fueron muy importantes tanto para la evacuación como para el uso de estos recursos durante el período de emergencia. Por ejemplo, el caso de varias lagunas en la región del Biobío, que fueron usadas para obtener agua para el baño e incluso para cocinar. Si bien estos espacios no estaban planificados para este fin, la posibilidad de acceder a ellos fue posteriormente valorada de forma tal que se está buscando la manera de protegerlos y limpiarlos, pues se reconocen ahora como “activos” en caso de un desastre.
Resulta importante contemplar estos y otros elementos en la planificación urbana, con el fin de mejorar la capacidad de respuesta y adaptación de la ciudad.
Para terminar, me gustaría saber tu opinión frente a los puntos altos y bajos de resiliencia urbana que poseen las ciudades Chilenas frente a catástrofes.
Diría que un punto alto se refiere a la calidad de la construcción, especialmente en las ciudades grandes. Sin embargo, al igual que respecto de otros temas urbanos, existe un nivel de vulnerabilidad diferenciado al interior del área urbana. Hay sectores donde predominan las construcciones antiguas, sin mantención, y otros donde hay mucha autoconstrucción no regulada. Coincide en muchos casos con áreas donde habita población vulnerable socialmente.
Respecto del sistema social y el capital humano, me parece que en las áreas que fueron afectadas por el terremoto de 2010 hay ahora una mayor preparación y la formación de grupos emergentes de vecinos, voluntarios y otros que aún siguen activos – algunos de los cuales incluso se han convertido en ONGs – implicaron un aumento del capital social que puede ser aprovechado para hacer frente a nuevos eventos.
Un punto bajo en muchas áreas urbanas tiene que ver con la preparación, así como la evaluación del nivel de vulnerabilidad y las capacidades del medio construido y de la población. La gente no es consciente de las amenazas y tampoco sabe qué hacer para enfrentarlas.
Desde el punto de vista de la planificación urbana, nuestro sistema es reactivo y efectivamente hay que hacer esfuerzos importantes por identificar elementos de la ciudad que posibilitarán una buena respuesta y posterior recuperación, y luego incorporar efectivamente dichos elementos a la planificación. Se requiere para ello cambios en la normativa y también – y de manera muy importante – cambiar la mentalidad reactiva por una preventiva, que incorpore la reducción del riesgo de desastres en los distintos ámbitos de la vida urbana.