[por Karen Andersen C.]
La forma de planificar ciudades en Chile ha sido preferentemente a través de la creación de una serie de regulaciones que limitan la construcción de los suelos urbanos. Si por planificación entendemos la creación de los instrumentos adecuados para el mejoramiento de las condiciones urbanas, la planificación no tiene razón de fijar esta imagen-objetivo a la que la ciudad debe ajustarse a través de los años. La idea de imagen-objetivo, bien expandida dentro de la práctica urbana, considera la ciudad como un objeto a planificar, sin tomar en cuenta que este objeto ciudad es también una ciudad-sujeto.[1] Bajo un enfoque fenomenológico esta afirmación quiere decir que la ciudad es percibida, experimentada, vivenciada. Así la ciudad actúa, modificando las relaciones del hombre con su entorno. Es en este punto que basamos nuestra argumentaciones sobre los desafíos de la planificación “sustentable”.
La palabra “sustentable” ha sido un adjetivo extensamente utilizado las ultimas décadas en el dominio de la arquitectura y de la planificación urbana. Cuando esto ocurre es preciso detenerse y observar las implicancias de su uso. La noción de “desarrollo sustentable” a partir de los años 80’ adquiere una popularidad dentro de las disciplinas que trabajan con el territorio. Esta noción combina una dimensión ecológica, económica y social. Nos interesamos en este artículo en esta tercera dimensión, ya que a diferencia de las otras dos que comprenden la ciudad más bien como un objeto, ésta lo comprende como ciudad-sujeto e implica una dimensión cualitativa de la ciudad. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medioambiente y Desarrollo promueve los establecimientos humanos sustentables condicionándolos a la participación de los habitantes y a la cooperación de los poderes locales[2]. La participación de los diversos actores dentro de los planes sustentables no es nuevo. La pregunta es, cuál es el objetivo de esta participación y qué rol tiene la ciudad como sujeto vivencial y perceptible dentro de la participación en una planificación que se pretende sustentable.
Varios autores han estudiado el desfase entre la ciudad creada por arquitectos y urbanistas, y la ciudad narrada por las prácticas cotidianas de los habitantes. Este desfase es producto de una planificación que se basa en una representación de la realidad distinta a las representaciones de los habitantes. Los habitantes movilizan una serie de competencias y experiencias sensibles para construir sus representaciones que son obviadas en la práctica profesional. Decir “sensible” parece distante del campo de la regulación urbana, sin embargo la ciudad planificada será calificada y cualificada en la relación del habitante con su cotidiano. Nos referimos por ejemplo a su relación con los ruidos, con los vecinos, con su vivienda, con los diversos servicios o según como él viva y perciba su trayecto de la casa al trabajo y viceversa. La experiencia sensible de la ciudad implica la capacidad de percibir y de sentir el espacio, por lo que ella recurre a las cualidades sensibles del espacio en tanto materialidad y a las cualidades sociales en tanto que interacción propia de la vida urbana. En consecuencia, podemos distinguir, a partir de la experiencia del espacio, la interacción de tres dimensiones sensibles : una sensorial, una práctica y una afectiva. Sansot da una definición de lo sensible :: « Lo sensible, (…) es siempre eso que nos afecta y resuena en nosotros. »[3] Y agrega la imposibilidad de separar, en el análisis de lo sensible, lo real de lo imaginario.
En la práctica del urbanismo, los conflictos producto del descuido de estos aspectos por su carácter íintimo y ordinario, son evidentes cuando aparecen los productos de la planificación. Sobre esta distinción, Lefebvre[4] advierte cómo la planificación puede ser utilizada como un instrumento de poder, aumentando el desfase entre el espacio real que comprende el espacio de la práctica social y la representación del espacio que comprende el plan de urbanismo. Para superar esta diferencia, los habitantes realizan a través de sus prácticas cotidianas una rectificación o “recomposición social” [5] sobre el espacio planificado. Incluso, si pensamos que esta rectificación es inevitable, el objetivo de sustentabilidad no es cumplido si los espacios generados por la planificación deben ser objeto de una ardua tarea de rectificación y reparación en el cotidiano de los habitantes. Entender la experiencia del cuerpo y de los sentidos en el momento de planificar los espacios urbanos nos aporta también un saber local que permite recrear la cultura ordinaria, protegiendo las identidades diversas de ciudades y barrios.
Es por eso necesario entonces que una planificación sustentable disponga de instrumentos eficaces de planificación a nivel local que tomen en cuenta las prácticas de los habitantes e integre metodologías de implicación de los habitantes en las decisiones, apelando a sus competencias propias y no como un simple mecanismo de legitimación ciudadana del plan. Una planificación sustentable debiera comprender la mutabilidad de la realidad urbana como sujeto y disponer de instrumentos con una capacidad de adaptación a ésta.
[1] La ciudad objeto y la ciudad sujeto. (Mongin, O. (2005). La condition urbaine. La ville a l’heure de la mondialisation]. Paris, France: La Couleur des Idées/Seuil.)
[2] Capitulo séptimo y capitulo veintiocho del informe “Agenda 21” de la CNUED
[3] SANSOT, P., Les formes sensibles de la vie sociale. Éditions Presses Universitaires de France / Collection La Politique éclaté, 1986, P- 38.
[4] LEFEBVRE, H., La production de l’espace, Éditions Anthropos /Collection Ethnosociologies, 2000.
[5] SEMMOUD, N., La réception sociale de l’urbanisme, L’Harmattan, 2007.