Revista Planeo Nº6, Sustentabilidad y Planificación, Agosto 2012
[por Jonathan R. Barton]
La celebración de la cumbre de Rio+20 en Junio 2012 fue un hito en el desarrollo del paradigma que ha tratado de reorientar las políticas públicas, planificación y prácticas privadas durante los últimos veinte años. La meta fue clara: reorientar el modelo de crecimiento urbano-industrial, energizado por materiales fósiles, hacia un modelo que desacoplaba el aumento en la calidad de vida, en forma más equitativa, con el consumo de recursos y la contaminación asociada.
El informe Brundtland de 1987 hablaba de la tarea de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer las capacidades de futuras generaciones en satisfacer sus propias necesidades. Sin embargo, tal vez las partes más importante del informe fueron justamente observaciones que son poco discutidas y que han sido minimizadas en los años posteriores. Aquí argumento que las debilidades del paradigma son consecuencia de este proceso de minimización selectiva, tomando como referente el acuerdo de la reunión Rio+20 (El futuro que queremos) y el insumo especifico de UN-Habitat.
La primera debilidad tiene relación a la inseparabilidad de los conceptos de medio ambiente y desarrollo. La introducción del informe Brundtland anota sencillamente que: “el ‘medio ambiente’ es donde vivimos; y ‘desarrollo’ es lo que hacemos para mejorar nuestra situación en ese lugar”. Estos elementos son indivisibles, en contraste con la común ‘triangulización’ del concepto de desarrollo sustentable en términos de conservación ambiental, equidad social y crecimiento económico, donde no existe claridad entre los nexos y el funcionamiento de las sinapsis de esta triada. La Comisión enfatizaba que sería un gran error enfocarse en temas ambientales ya que el medio ambiente no existe como esfera separada de lo humano. También comentaba sobre la connotación de ingenuidad asociada con el término ambiental en ámbitos políticos, cuando ésta era tratada en forma aislada. En referencia al concepto de ‘desarrollo’, criticaba el reduccionismo de la lógica de “lo que los países pobres deben hacer para ser ricos”, o simplemente “asistencia de desarrollo”.
La sección siguiente a la definición de desarrollo sustentable abarca el tema de equidad e interés común, y concluye (WCED, 1987, Artículo 26): “…nuestra incapacidad de promover el interés común en el desarrollo sustentable es a menudo un producto de la negligencia relativa a la justicia económica y social dentro y entre las naciones”; por eso el titulo del informe: ‘Nuestro Futuro Común’.
Estos dos temas – de construcción conceptual y de equidad – son claves para entender las ideas base del desarrollo sustentable. Sin embargo, la cumbre de Rio+20 eligió como tema marco, o bandera, ‘la economía verde’. Es precisamente este enfoque el que ha dominado la interpretación del informe Brundtland y las Declaraciones de Río 1992 y de Johannesburgo 2002; en este sentido, aparte del lema, existe una fuerte continuidad asociada al modelo de desarrollo neoliberal imperante desde los años 1980s. Para mostrar la relevancia del concepto de desarrollo sustentable en su momento, el Banco Mundial en su reporte anual de 1992 dedicó el contenido al tema de desarrollo y medio ambiente, hasta observar que una separación ‘desarrollo’ y ‘medio ambiente’ involucraba “una falsa dicotomía.” El Banco Mundial argumentó favorablemente para la integración de desarrollo y medio ambiente para superar el concepto de ‘trade-offs’ entre los dos. Sin embargo, para hacer eso, tomó una posición conceptual – de Arthur Moll y otros – que puede ser interpretada como una ‘modernización ecológica débil’. La modernización ecológica busca mejorar eco-eficiencias en términos de la relación entre insumos, emisiones y descargas, y la producción (‘desarrollo’) misma. El informe (1992, 25) enfatiza que los países: “…pueden elegir políticas e inversiones que motivan el uso eficiente de recursos, la sustitución de recursos escasos y la adopción de tecnologías y prácticas que generar menos daño ambiental.”
En sus nueve capítulos, no hay discusión sobre el significado de equidad, y es evidente que la conceptualización dominante de desarrollo es crecimiento económico, solamente con algunas políticas ambientales agregadas a esta noción. En el resumen del informe (1992, 2), un sub-título transmite claramente esta idea de continuidad: ‘Policies for Sustained Development’, y no Policies for Sustainable Development. Desde una perspectiva pos-estructuralista, la terminología y su adaptación no es menor en este proceso. En redefinir los conceptos y la orientación en este informe y otros parecidos – ej. los principios del World Business Council for Sustainable Development –, el concepto de eco-eficiencia dentro del modelo imperante, toma fuerza. Los temas de equidad y nociones sistémicas que cuestionan diversas formas de capitalismo contemporáneo, y patrones de consumo y producción asociada, son minimizados. En contraste con la posición reformista adoptada por organizaciones adherentes a la modernización ecológica débil como guía, emerge la posición radical que cuestiona precisamente si un desarrollo más sustentable puede surgir desde sistemas de acumulación capitalista (o comunista), según los parámetros de crecimiento actuales que no distingue entre tipos de crecimiento (el PIB, por ejemplo, no se refiere a la composición del consumo).
En 2012, el documento de acuerdo El futuro que queremos, se inicia con los valores base que se pueden ver en el informe Brundtland y consideraciones parecidas en las Declaraciones de Río y Johannesburgo. Allí (Secciones I y II) se encuentra énfasis en equidad, participación y principios base. No obstante, cuando se acercan las acciones para conseguir los objetivos del desarrollo sustentable se plantea que ‘la economía verde’ es el vehículo principal. En artículo 56, explica que la economía verde “debería contribuir a la erradicación de la pobreza y el crecimiento económico sostenible (sic), aumentando la inclusión social, mejorando el bienestar humano y creando oportunidades de empleo y trabajo decente para todos, manteniendo al mismo tiempo el funcionamiento saludable de los ecosistemas de la Tierra.”
En esencia, el concepto de desarrollo sustentable se realiza con ‘la economía verde’. Pero, si uno quisiera averiguar sobre qué es la economía verde, esto no aparece en el acuerdo. Para más información uno debe referirse a los documentos preparatorios de la cumbre, ej. UNDESA (2011) Transition to a Green Economy: Benefits, Challenges and Risks from a Sustainable Development Perspective (Nueva York, UN). Este informe enfatiza que no existe una definición única de la economía verde pero que el concepto destaca las dimensiones económicas de la sustentabilidad. Además, subraya que (2011,4) “hay un reconocimiento que alcanzar la sustentabilidad depende casi exclusivamente en arreglando la economía” (´getting the economy right`).
Una vez más se puede detectar el reduccionismo economicista que indica que hay que adaptar la economía neoliberal para acomodar mejor los aspectos ambientales y reducir la pobreza, pero no hay indicios de que quizás la esencia del modelo está en cuestión. Se agrega que (2011,7): “…la transición hacia una economía verde involucra nada menos que una revolución tecnológica.” El discurso de la modernización ecológica débil prevalece. Cualquier discusión sobre equidad está reducida a una tasa de descuento para la equidad inter-generacional: una ‘solución’ económica que se ha mostrado ineficaz en frenar la degradación de recursos naturales durante los últimos veinte años.
El optimismo asociado con la economía neoliberal y su capacidad de integrar consideraciones socio-ecológicas en su complejidad temporal y espacial carece de sustento. Los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (1990, 1995, 2001, 2007), la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (2005), y los avances hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2015 apuntan a tendencias poco alentadoras en temas de recursos, pobreza y equidad. Mientras que las cifras del ‘Banco de Datos de Pobreza y Equidad’ del Banco Mundial indican que las personas viviendo con menos de $1,25 por día bajó desde 1,909 (1990) a 1,289 (2008), es importante considerar que las tasas de mortalidad siguen altas en muchas partes del mundo: un tercio de los países en África mantienen tasas de longevidad de menos de 50 años. Los problemas de distribución intra- e internacionalmente persisten a pesar de – o por consecuencia de – la liberalización comercial de la OMC. Todos los datos apuntan a una priorización del crecimiento económico y la reducción de la pobreza (entendida como sobrevivencia, no calidad de vida), con poca consideración de factores de distribución: de ingresos, servicios y recursos. Tal vez el llamado para construir Metas de Desarrollo Sustentable en Rio+20, después de 2015 cuando cierra el proceso de las Metas del Milenio, será una nueva oportunidad de aterrizar los conceptos claves para juzgar los procesos de desarrollo actual y las políticas públicas que los orientan.
La experiencia de la planificación urbana dentro de la conceptualización de la economía verde (UN Habitat, 2011) también indica las carencias conceptuales y en términos de consideraciones de equidad. Equidad casi no figura en las siete prioridades para oficiales locales (la palabra ‘crecimiento’ aparece 23 veces, en particular la idea que la economía verde es ‘pro-crecimiento’; ‘equidad’ solamente aparece 3 veces). Una planificación urbana para el desarrollo sustentable, es la ciudad compacta con (2011, 1): “la promoción de clusters de industrias y empleos verdes (sic).” Son planteamientos válidos, que construyen por sobre las ideas iniciales de Agenda 21 (capitulo 7 sobre asentamientos humanos), y otras iniciativas internacionales, tales como los acuerdos de Santa Cruz de la Sierra para América Latina (1996, 2006) y los principios de Melbourne para la sustentabilidad urbana. No obstante, la planificación urbana ha sido dominada por otro paradigma, con la consideración de desarrollo sustentable escondida dentro de una noción limitada de eco-eficiencia.
El desarrollo sustentable es un paradigma nebuloso porque ha sido construido así. La posición dominante, a pesar de las consideraciones éticas con que se inician las declaraciones en 1992, 2002 y 2012, es eco-eficiencia y minimización de la pobreza, pero también una minimización de las preocupaciones de equidad y de las criticas del modelo neoliberal. Es una minimización intencionada, no casual. El desarrollo sustentable en su esencia conceptual y equidad, es un paradigma potente que amenaza los fundamentos del paradigma hegemónico construido durante los 1980s por el Consenso de Washington, y Reaganite y Thatcherite economics: neoliberalismo. Son antagónicos, no compatibles. La única forma de asegurar una pantalla de compatibilidad es a través de la modernización ecológica débil con su énfasis en la eco-eficiencia. Sin embargo, durante veinte años esta posición reformista del desarrollo sustentable ha fallado. Muy parecido a las conferencias internacionales sobre comercio (OMC y la ronda de Doha) y sobre cambio climático (los COP), la inercia evidente en Rio+20 revela una ‘dicotomía falsa’, pero no la dicotomía identificada por el Banco Mundial en 1992, sino la relación entre un modelo de acumulación que ha definido el desarrollo global desde los inicios de los 1980s y la condición socio-ecológica de diversos sistemas panárquícos que evidencian mayor fragilidad.