Dirección: Juan Pablo Ternicier, 2011
[Constanza Mujica Holley]
3:34, la película de ficción sobre el terremoto del 27 de febrero de 2010, es un poco un ejercicio de sanidad para enfrentar culturalmente el trauma de la catástrofe y otro tanto un entretenimiento superficial teñido de cliché.
Sicoanalistas, siquiatras y críticos culturales expertos en eventos traumáticos visualizan el trauma como una no-memoria, como “una ruptura en la experiencia mental del tiempo, del sí mismo (self) y del mundo —no es, como una herida en el cuerpo, un evento simple y curable, sino un evento que (…) es experimentado demasiado pronto, demasiado sorpresivamente, para ser completamente conocido y no está, por lo tanto, disponible a la consciencia hasta que se impone nuevamente, repetidamente, en pesadillas y acciones repetitivas del sobreviviente” (Caruth 4 [CM]). La voz del trauma se resiste a la narración porque todavía no es accesible a la conciencia. Es un recuerdo que escapa a la narración y que, por lo tanto, es difícil comunicar a otros.
La relación de los chilenos con los sismos parece bastante ajustada a esta definición. Pese a que nos definimos como un país de terremotos, la producción audiovisual contemporánea muestra escasas referencias a ellos. La película “La Frontera” hace referencia al terremoto de 1960, pero fuera de eso, poco más. Esa misma ausencia, pese a que al preguntárseles por los eventos históricos más importantes de sus vidas los chilenos suelen mencionar algún terremoto, sugiere un conflicto no resuelto.
En ese sentido, la insistencia de sus creadores en producir esta película y estrenarla a un año del 27-F, sugiere un intento de poner nuestra relación con los terremotos en perspectiva, integrarla en una memoria sanadora. El público puede ser un espectador de su propio trauma para hacerlo narrable.
La cinta narra cuatro historias que se cruzan a causa de la catástrofe. Un padre separado pasa los últimos días de vacaciones con sus hijos en Dichato, una familia residente en el edificio Alto Río de Concepción prepara el cumpleaños de su nieta, un recluso de Chillán recibe a un malévolo nuevo compañero de celda y un grupo de amigos cierra sus vacaciones en Constitución. Esta normalidad es rota por el terremoto, dolorosamente interrumpida.
La reproducción perfeccionista y detallada del momento del terremoto apoya la percepción de que la película pretende ser una reinstalación narrativa de esa ruptura. La oscuridad de la sala de cine parece un espejo de la oscuridad de la noche del sismo. La cinta propicia la contemplación patética al mostrar distintos relojes que marcan las 3:33, haciendo que los espectadores anticipen ansiosamente el horror de lo que sucederá un minuto después.
Sin embargo, este saludable ejercicio se ve temperado porque el tránsito de los personajes es guiado por un cliché: la catástrofe saca lo mejor y lo peor de cada persona. Ellos no viven esta experiencia desde los matices éticos de toda persona: son o totalmente heroicos o totalmente mezquinos.
Ese antagonismo es especialmente evidente en la historia de los reclusos, pero también es evidente en la de los jóvenes en Constitución que saquean un supermercado. Tras el sismo, la cárcel ha caído y los reclusos escapan, pero mientras el primero lo hace para asegurarse de que sus familiares están bien, el segundo, roba, intenta violar y asesinar a una mujer, en su camino para vengarse de quién lo delató y mandó a la cárcel. En el caso del “buen ladrón” su búsqueda es premiada con el rescate de su familia, aunque tenga que permanecer anónimo. La lucha del “mal ladrón” es resuelta con un deus-ex-machina que linda en el ridículo.
“3:34” puede ser definida, entonces, como una película importante en sus intenciones, aunque moderadamente exitosa en su resultado final. Logra poner en escena uno de nuestros grandes temores, pero en términos narrativos es una película poco memorable.
Constanza Mujica Holley
Profesora Escuela de Periodismo
Facultad de Comunicaciones
Pontificia Universidad Católica de Chile