Revista Planeo Nº2, La participación en disputa. Abril 2012.
[Por Loreto Rojas Symmes*]
Recientemente hemos sido testigos de una serie de prácticas ciudadanas en el espacio público, manifestaciones con un nuevo sentido y objetivos claros. Acciones que surgen desde la ciudadanía, propositivas, novedosas, con amplia convocatoria y con la convicción de la importancia del aporte de los ciudadanos en la gestión de su ciudad. Ejemplos recientes son los carnavales de Ñuñoa y los malones urbanos del Barrio Bellavista.
El Carnaval de Ñuñoa es definido como un despertar social inédito, que muestra la decisión de la ciudadanía de poner en práctica la participación y el trabajo comunitario. El escenario son las calles, la plaza, la estrategia es un carnaval, el trasfondo es el encuentro de la comunidad “puertas afuera”, haciendo uso del espacio público, con el objetivo de mejorar la calidad de vida de su territorio.
El Malón urbano de Bellavista por su parte, es una táctica urbana, una acción de corto plazo, que busca gatillar un cambio de largo plazo en la forma de habitar el barrio. El escenario de esta acción es la calle, el barrio, la estrategia es la colaboración centrada en compartir (algo para comer en mesas en la calle) y donde el real sentido es dialogar sobre lo que se quiere conservar, proteger y resguardar del barrio, todo ello dentro de un propósito más amplio: la declaración de Zona Típicade Bellavista.
Estas acciones nos ponen frente a ciudadanos que intervienen en la construcción y gestión de la ciudad, que revalorizan el espacio público como escenario natural para la participación, trayendo a la discusión pública temas claves para la ciudad y sus habitantes: patrimonio; sustentabilidad ambiental; movilidad y tantos otros que nos hablan de la necesidad de un urbanismo más inclusivo temáticamente.
La emergencia de estas nuevas prácticas ciudadanas cobra mayor sentido en un escenario de ciudad donde el espacio público está cada vez más debilitado, donde no es fácil definir los territorios cotidianos, el esquema de barrio, la identificación con el espacio residencial, esto producto de una forma de hacer ciudad donde lo privado predomina sobre lo público, los flujos sobre los lugares y la homogeneidad sobre la diversidad.
Nuestra legislación urbana evidencia el sentido limitado que se entrega al espacio público. La Ordenanza General de Urbanismo y Construcción define espacio público como un “bien nacional de uso público, destinado a circulación y esparcimiento entre otros”. Esto no solo muestra una definición que se limita a un concepto jurídico, dejando fuera su dimensión socio-cultural (lugar de relación, de contacto entre las personas, de identificación, de expresión de ciudadanía), sino que además da cuenta de la funcionalidad del concepto, al asignarle principalmente usos específico (por ejemplo, vialidad), sin considerar otras dimensiones claves para las personas que habitan la ciudad.
Ampliar la definición de espacio público, significa reconocer la gran variedad de funciones que éste aporta a la ciudad y a las personas, nos lleva a identificar su valor en la recreación, en lo social, cultural y ambiental. Nos hace reconocer que así como el espacio público puede otorgar un escenario natural para la participación, como señala Jordi Borja “la dinámica propia de la ciudad y los comportamientos de sus gentes pueden crear espacios públicos que jurídicamente no lo son, o que no están previstos como tales (…) ya que lo que define el espacio público es el uso y no el estatuto jurídico”.
Ejemplos como los carnavales de Ñuñoa, los malones urbanos de Bellavista y tantos otros que suceden en nuestra ciudad, relevan el valor del espacio público en su definición más amplia, pero principalmente, en palabras de Borja, nos recuerda que la calidad del espacio público se podrá evaluar sobre todo por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales que facilita, por su fuerza mixturante de grupos y comportamientos y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración cultural.
Sin duda faltan más carnavales, más malones, más expresiones culturales en las calles, más prácticas ciudadanas, en fin, más gestión de los espacios públicos. Tal vez éstas son las mejores herramientas complementarias a la dotación de infraestructura y equipamiento, de manera de lograr espacios públicos en su definición más amplia. En esta tarea la participación ciudadana puede ser un gran aporte, vale la pena abrir la puerta a esta posibilidad.
*Urbanista y Directora de la ONG Ciudad Viva **Imágenes: Ciudad Emergente