Revista Planeo Nº1, Chile sin política, Santiago sin Plan.
[Por Roberto Moris]
Mucho se ha dicho sobre la impresionante transformación de Santiago que inició don Benjamín Vicuña Mackenna a fines del siglo XIX y de las condiciones singulares en que se dio, dado su poder político, riqueza y liderazgo. Sin embargo, en su libro «Transformación de Santiago» da cuenta de las restricciones presupuestarias, políticas y ambientales con que debió lidiar para promover el desarrollo de proyectos como el Camino de Cintura. Su visión política y su capacidad para trabajar con los principales actores de la época y manejar sus variables de interés en la promoción fueron clave para que sus ideas se concretaran. Su comprensión de la cruda realidad fue capaz de equilibrarla con la visión de desarrollo que proponía para la ciudad. Este horizonte claramente no fue alcanzado en el transcurso de su vida, pero es indudable que sentó las bases del Santiago de hoy, y probablemente, del Santiago que más nos gusta.
Esta necesidad de integración entre visión y pragmatismo también puede ser verificada en las actuales tendencias de planificación participativa. Un ejemplo de ello, es la experiencia de los cincos años de desarrollo del Plan Estratégico de la ciudad de Santa Mónica en Los Ángeles, California. En la opinión de Peter James, Senior Urban Designer de la ciudad, los últimos años de inestabilidad económica y política, han fortalecido a la planificación estratégica. A mayor inseguridad, mayor necesidad de disminuir los riesgos y asegurarse de que los recursos públicos estén siendo bien dispuestos. En este sentido, el plan ha requerido que los responsables conozcan los intereses y opiniones de cada vecino. “No podemos dejar que esto falle porque no se involucró a la gente”, indica.
Entonces esta relación entre más planificación y debilidad económica, debería llevarnos a prestar aún más atención a la actual crisis económica internacional que tiene a Europa y Estados Unidos como protagonistas. En especial cuando parte de los especialistas han indicado que por sus características, esta crisis se extendería entre 7 y 10 años. Esto se semejaría a lo ocurrido con la “crisis de la deuda” que dejó a Latinoamérica constreñida durante la década de los ochenta. El actual escenario podría significar oportunidades para el reposicionamiento de esta última en su relación con el primer mundo, pero también podría tratarse solo de un desfase en los niveles de impacto de la crisis.
Por nuestro lado, los últimos dos años han sido especialmente particulares y difíciles para el país. A pesar de haber sido aceptado como miembro de la OECD, existe cierto consenso de que esto ha venido a confirmar lo que nos falta para ser un país desarrollado. Más allá del prestigio, esta nueva condición nos ha obligado a compararnos con países que en casi todo muestran mejores indicadores. Esta necesidad de nivelarnos hacia arriba también ha debido convivir con el cuestionamiento al modelo que nos dejó en esta misma posición. De alguna manera estamos viviendo una inflexión en el desarrollo del país, todo esto cargado de incertidumbre y ansiedad por ver que estos cambios sean beneficiosos y duraderos.
En este contexto, la ciudad ha comenzado ha ser habitada de una forma distinta, con mayor presencia en las calles y mayor presión sobre la manera en que está siendo pensada, planificada y gestionada. Toda esta nueva efervescencia por la educación y las temáticas ambientales, sin dudas irá perneando en otros ámbitos como la salud y las pensiones. A quienes seguimos el desarrollo de las ciudades nos parece evidente que esta nueva sociedad que busca nuevos equilibrios de poder debería poner el foco en las ciudades. Foco en el territorio donde se dan todas estas transformaciones.
A pesar de lo anterior, pareciera que las ciudades chilenas y en particular la capital, están siguiendo una inercia de evolución. Está claro que no hemos tenido la capacidad de plantearnos con decisión si nuestras ciudades pudieran ser las bases de culturización y desarrollo de calidad de vida, más allá del soporte del desarrollo económico. En estos momentos, se vislumbra la generación de una nueva estrategia de desarrollo regional, del Plan Regional de Ordenamiento Territorial, del Plan Regional de Desarrollo Urbano, y la probable restitución de la modificación del Plan Regulador Metropolitano de Santiago. Si bien se pueden encontrar diversas opiniones respecto de los contenidos y pertinencia de cada uno de los instrumentos, de algo podemos estar seguros: en las condiciones actuales ninguno de ellos pueden ser entendidos como un Plan Estratégico para la ciudad y menos para una “ciudad OECD”. Los lineamientos estratégicos del primero, sin una adecuada correlación con los siguientes, probablemente dejarán a la ciudad con el mismo modelo que se ha venido implementando.
Como sabemos los principales instrumentos que marcan el desarrollo urbano en Chile han sido la Ley y la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones, junto con los distintos tipos de planes reguladores. Esta estructura ha sido muy conveniente para la promoción del desarrollo inmobiliario y el cumplimiento de metas de producción, empleo y soluciones habitacionales, pero cabe preguntarse si es suficiente. Durante décadas el principal instrumento de planificación de la capital ha sido el Plan Regulador Metropolitano, el cual como su nombre lo indica, está principalmente orientado a regular. Tomando distancia de la evaluación de los resultados que ha dejado, no podemos pedirle al instrumento más de lo que es. Aún podemos trabajar muchísimo en su perfeccionamiento, a pesar de las limitaciones que lo definen como tal. Esto implica preguntarse si una «ciudad OECD» de 7 millones de habitantes que ha vivido y sufrido masivas transformaciones, en especial, en los últimos 20 años, debería contar solo con un plan de estas características. Además del consabido déficit de gobernabilidad metropolitana, claramente hace falta un plan estratégico que defina las principales directrices del desarrollo a corto, mediano y largo plazo.
Por otro lado e intrínsecamente relacionado a lo anterior, este “país OECD” ha sufrido de la ya permanente falta de una Política Nacional de Desarrollo Urbano. En el año 2000 por orden del Presidente de la República, el Ministro de Vivienda y Urbanismo derogó la política que había estado vigente desde 1985. Esto con el objeto de abrir el camino de una de las siete reformas del Bicentenario que nos llevarían a ser un país desarrollado: la Reforma Urbana. Lamentablemente, esta iniciativa orientada a lograr ciudades más bellas, menos contaminadas, más expeditas, dignas, amables y cultas, no logró que contáramos con una política en la primera década del siglo. Al parecer, desde los inicios de la democracia ha sido más fuerte el interés por consultar y discutir una política que finalmente formalizarla e implementarla. Experiencias potentes como la generada en los gobiernos de los presidentes Aylwin y Frei, no lograron ver la luz, como tampoco el anuncio de política devenido en Agenda durante el gobierno de la presidenta Bachelet.
En momentos en que el gobierno ha dado señales de que se prepara para dar inicio a un nuevo proceso de consulta, cabe preguntarse si tendremos una nueva expresión de “El día de la Marmota”, donde todo vuelve a comenzar para volver a comenzar. Es difícil pensar que este nuevo país que se está perfilando en un contexto internacional cada vez más complejo, pueda seguir proyectándose sin asumir la necesidad de planificar su territorio estratégicamente. Hasta el momento, aquí estamos: Chile sin política, Santiago sin plan.