Planeo Digital

Número 42

Ciudades Rebeldes

Enero 2020

ENTREVISTA A JAVIER RUIZ-TAGLE: «SI UNO QUIERE DETENER LA SEGREGACIÓN TIENE QUE HACERLO CON MEDIDAS FUERTES Y TAN FUERTES COMO LAS QUE GENERARON LA SEGREGACIÓN»

Revista Planeo Nº 42  Ciudades Rebeldes, Enero 2020


[Por Denisse Larracilla; editora Revista Planeo, estudiante del Magíster en Desarrollo Urbano de la Pontificia Universidad Católica de Chile]

 

Javier Ruiz-Tagle es PhD en Planificación y Políticas Urbanas por la Universidad de Illinois en Chicago (2014), Magister en Urbanismo (2006) y Arquitecto (2004) por la Universidad de Chile. Actualmente es profesor asistente en el Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Se ha especializado en temas de segregación residencial, políticas de vivienda, efectos de barrio, sociología urbana y estudios comparativos. Ha publicado, presentado y ganado premios con su trabajo en Chile, Estados Unidos y Europa.

 

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1. Las contingencias sociales que se han vivido durante los últimos meses en distintos puntos de Latinoamérica, y de manera particular en Chile, podrían considerarse manifestaciones de un descontento social cuyas variadas causas están relacionadas con la desigualdad y la precarización de la vida de la población. ¿En qué medida crees que las condiciones históricas y actuales de la ciudad han influido en este estallido?

Hay varias formas de responderlo, uno podría decir “claro, la ciudad es fiel reflejo de la desigualdad”, pero hay mucha de esta que no es visible en la ciudad y eso cuesta entenderlo también. A pesar de que es tremenda la desigualdad que uno puede mirar entre un Costanera Center y una parcela en La Pintana, es mucho más que eso en términos económicos. Por un lado, uno puede vivir algunos problemas urbanos que empezaron a ocurrir a propósito del estallido social, como la dependencia de que haya o no servicio de metro, que exista gente que se lleve ya no una hora sino dos o tres para llegar al trabajo y otros casos así. Lo otro, es ver cómo los elementos urbanos han construido y contribuido a esto, lo que también tiene otras dimensiones. El tema de los 30 pesos de la tarifa del metro es un tema urbano -de transporte público- y eso fue la gota que rebalsó el vaso respecto a los presupuestos familiares y al costo de la vida, pero en general, entre las cosas que más se hablan respecto del estallido social no están ni lo urbano ni lo habitacional metidos en el centro del tema. A mí me tocó organizar una actividad en la Universidad de Chile donde tratamos de abordar el asunto, tratando de autoconvencernos de porqué debería ser un problema, sobre todo la cuestión de la vivienda; pero si uno lo lleva a los números, este tema no abarca a toda la gente, como lo son las AFP (Administradores de Fondos de Pensiones) porque en este caso si no tienes un problema hoy lo vas a tener en el futuro, todos lo van a tener. Con la salud todos lo tienen -ya sea privada o pública- y con la educación también, o bien sucede con el tema feminista o medioambiental. Pero con la vivienda pasa que sólo el 25% se arrienda en Chile y es esta la que ha subido cada vez más de precio. El resto son propietarios a los que, por supuesto, les ha costado llegar a tener esa propiedad también, pero la tienen, entonces no es algo que les complique tanto. Ahora, ¿si existe explotación en la vivienda y a través de la vivienda? Por supuesto que sí. Hay gente que compra mucha vivienda y esas son las desigualdades económicas que no son visibles. El hecho de que existan personas que tienen un edificio entero o muchísimos departamentos aquí y allá no es algo que uno vea en la ciudad porque esos generalmente son edificios de clase media que se arriendan, de forma que no es tan perceptible. Así, hay mucha producción de desigualdad a través de lo urbano y lo habitacional que está poco visibilizada, porque no es tan tangible. Cuando la gente sabe que le suben los precios, pero no tiene tanta claridad respecto de porqué ni quién se ha beneficiado con esto, entonces ahí hay un foco por destapar que podría hacer que el tema urbano y el habitacional se metan en el centro de esto.

2. ¿Tienes conocimiento sobre si esta situación de alza de precios y de desigualdad urbana en Chile es muy distinta a la de otros países latinoamericanos? Si fuese así, ¿qué lo hace diferente?

No, no son muy distintas, de hecho, en otros países son peores. Ahí está el juego entre lo urbano visible y las cosas que están invisibles. Mucha gente dice que va a Bolivia, Brasil, Colombia y ve mucho asentamiento informal y de pronto ve una ciudad muy rica. En cambio, acá, como no parecieran haber muchos asentamientos informales, la gente dice que no estamos tan mal; sin embargo, la desigualdad está puesta en otros lugares. En términos de números, Latinoamérica es la región más desigual del mundo y Chile es el país más desigual de todos. Sólo que las desigualdades urbanas están puestas en otros lugares, como gente que tiene muchas viviendas y en diversos lugares de la ciudad y no necesariamente es que tenga un montón de viviendas grandes o mansiones. No pasa por tener muchas mansiones, sino por tener muchos inmuebles, viviendas, mucho negocio y que es algo no muy tangible de observar. Entonces sí, en Latinoamérica hay un montón de desigualdades en lo urbano y en lo habitacional, pues también está entrando fuerte el tema de los fondos de inversión en vivienda o del arriendo a propósito de los altos costos de la misma, es decir, son bastante generalizados los temas. Igualmente hay mucha corrupción a nivel de gobiernos locales -probablemente más que acá- con la entrega de subsidios, de títulos de dominio, en la formalización de tierras y de asentamientos informales, así como otros asuntos similares. Acá en Chile se ha ido escapando la corrupción en los últimos 5 o 10 años, pero en Latinoamérica hay historias más grandes respecto a eso.

3. En algunos de tus trabajos abordas los conceptos de integración y segregación. En términos generales ¿cómo consideras que se han entendido estos en las políticas urbanas de Chile? ¿Crees que deban replantearse en el contexto de un esperado proceso de transformación constitucional e institucional?

Sí, yo encuentro que se han abordado de manera muy superficial y demasiado tergiversada, y ahora pasa hasta con el concepto de derecho a la ciudad. Se ha tomado el término de integración simplemente como una palabra, como un discurso. Esto es un tema de manejo simbólico de un montón de discursos que está ocurriendo constantemente en el gobierno de Piñera y en gobiernos anteriores también. En el fondo se dice “sí, hemos escuchado a la ciudadanía, “sí, ya entendimos el llamado” y van y hacen lo mismo de siempre. Ahora plantean proyectos de ley o nuevos programas y hablan de “integración”, le ponen “la palabra”. Sin embargo, el resto es puro negocio inmobiliario con una nueva palabra y un nuevo simbolismo adelante, lo cual confunde mucho a la gente. No obstante, la gente está cada vez más despierta para no confundirse tan rápido con ese tipo de cosas. Ha sido muy mal tomado el tema de la integración, los conceptos han sido muy trastocados y llevados a su mínima expresión para transformarlos en negocio inmobiliario. Básicamente este último ha utilizado conceptos progresistas para su propio provecho y eso ha ocurrido en todos los países del mundo donde se ha tratado, incluyendo Chile.

4. ¿Cómo propondrías que fuera entendido este concepto?

Trataría de ser más radical. La ley de cuotas que tienen en Francia, por ejemplo, en donde cada municipio debe tener un mínimo de 20% de vivienda social es una idea de cancha que pone a todos en un mismo plano; todos tienen que cumplir esto y sino lo cumplen tienen que pagarlo. No estoy diciendo que sea algo ideal, pero es algo radical y fuerte. Así todos tienen que cumplir y tiene que funcionar, pero no con incentivos “por si a alguien se le ocurre ser buena persona y ojalá poner algo de vivienda social”, eso la verdad es que no funciona. Si uno quiere detener la segregación tiene que hacerlo con medidas fuertes y tan fuertes como las que generaron la segregación, que fueron muy fuertes.

5. Hace unas semanas publicaste -en colaboración con otros académicos- los documentos “Poniendo las cosas en contexto” I y II, en los que se exponen algunas cifras de los costos estimados por evasiones al metro, saqueos y daños al patrimonio entre el 18 y 25 de octubre, comparados con los costos históricos de “saqueos institucionalizados”, evasiones, elusiones, fraudes al fisco, colusiones y otras fuentes de desigualdad. Respecto a este último concepto abordas el caso de la vivienda que se adquiere como un mecanismo de inversión y ya no como un lugar para habitar, y que además en muchos de los casos se encuentra exenta del pago de impuestos. ¿Consideras que esta última situación es sostenible en el tiempo? En caso de que no ¿cómo debiera regularse esta situación?

Pagando los impuestos que se deben. Hay toda una discusión respecto a los impuestos y eso pasa mucho en Latinoamérica en general, que los impuestos son muy regresivos. Por ejemplo, el impuesto al valor agregado (IVA): yo me compro un café y ese café me vale lo mismo a mí, que soy del 10% más rico, que a la persona que es del 10% más pobre. No hay ninguna distinción. Pagan el 19% ambas personas. Sin embargo, un impuesto progresivo es uno que se le cobra más al rico y menos al pobre. Una de las cosas que apareció, por ejemplo, en los referéndums comunales que se hicieron hace poco -los plebiscitos- era bajar el IVA a los bienes de primera necesidad. En realidad, hay muchos países que tienen un IVA muy bajo y para pocas cosas, y las cosas en general tienen precios más bajos, por lo que comprar algo en la calle o en el supermercado resulta más barato que acá. Entonces mejor poner impuestos a las cosas que sí marcan diferencias, por ejemplo, la propiedad. La persona que es más pobre no tiene propiedad, la persona que es más rica sí tiene propiedades y esos impuestos deben estar gravados para que los que tienen más, paguen más y los que tienen menos, paguen menos. En Chile pasa que hay dos formas de evadir impuestos, aunque en realidad no es que se estén evadiendo porque la ley igual lo permite, pero son formas muy regresivas. Una, que se eximen de impuestos las viviendas que están por debajo de los 33 millones de pesos de avalúo fiscal, y eso está pensado para quienes compran una vivienda barata y que se supone son los más pobres. Pero hoy en día hay gente comprando viviendas baratas para arrendarlas, personas que tienen muchísima plata, por lo que se transforma en un impuesto regresivo. Y otra, es el DFL2, que exime de impuestos a la vivienda ya no por su precio sino por el tamaño, asumiendo que las viviendas más chicas deberían pagar menos impuestos por 10, 15 o 20 años. Entonces pasa que hay viviendas de 139 m2 -que es un lujo gigante, enorme- que no pagan impuestos. Acá en Chile lo que uno más paga de impuestos es un 1% anual del valor de la propiedad, mientras que en los países que conforman la OCDE se encuentra entre 3 y 5%, y donde hay muy bajo IVA, pero muy alto impuesto a la propiedad. Es decir, un impuesto más progresivo y que debe hacerse de manera más radical porque si no en el fondo la gente va a seguir enriqueciéndose a costa de encarecerle la vida al resto. A nivel local, por ejemplo, el municipio de Santiago con el repoblamiento y la construcción de torres ha recibido un montón de población, pero como esos departamentos están exentos de impuestos -ya sean con gente que arrienda o que compra- la municipalidad recibe más población, aunque menos ingresos, por tanto la calidad de vida que puede ofrecer a los residentes es cada vez menor y no es sostenible en el tiempo. Y esto es el caso de un solo municipio, si se lleva a lo global el hecho de que se recauden pocos impuestos de los ricos y muchos impuestos que encarecen la vida de las personas -como comprar un café, fruta o verdura- es muy poco sostenible.

6. Respecto a lo que nos has compartido anteriormente, ¿consideras que en la academia nos estamos formando o estamos participando de manera efectiva frente a la producción de una ciudad desigual?

Uff, difícil decir eso. Con mucho oficio, porque de alguna manera nosotros tenemos la orientación de tener un impacto en lo público, sobre todo en el Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales. Y como queremos lograr algún tipo de incidencia trabajamos en “lo que se puede hacer”, en “lo que se puede cambiar”, en las pequeñas cosas que se podrían transformar. Pero meterse en ese tipo de racionalidad significa trabajar siempre “en la medida de lo posible”. Entonces cuando uno se mete en esta dinámica termina coartando su propia capacidad de imaginarse un país más justo, el país que debería ser. Lo que pasó ahora nos viene a remecer la idea de que en realidad lo que hemos hecho constantemente no ha sido suficiente y que hemos estado trabajando en la racionalidad que nos ha impuesto un Estado que está coartado por las leyes, la constitución, el neoliberalismo. De forma que no hemos tenido suficiente ambición como para dar un salto y pensar que en realidad lo que se necesita no es ir a hablarle a tal ministerio, municipio o persona, sino quizás ir a hablarle a la ciudadanía y que sea esta quien presione de manera mucho más fuerte para hacer los cambios que se necesitan, porque lo que se requiere es mucho más radical de lo que hemos hecho hasta ahora.

7. Finalmente, ¿cómo percibes el rol de la academia para este año ante los desafíos sociales, políticos e institucionales que impone el movimiento social?

Yo creo que tenemos tremendos desafíos, a lo que le tengo miedo es a la sensación -y a mí también me pasa- de querer “volver a la normalidad”. En el sentido de cuándo regresaremos a trabajar normalmente y seguir con la producción de conocimiento, alumnos, títulos, graduaciones. El tema es que debemos transformar eso y nuestra capacidad de poder hablar. Como lo que te comentaba recién, cada proyecto de investigación generalmente determina de qué forma se pretende impactar la política pública. Qué pasaría si decimos: en vez de querer impactar la política pública deseamos hacerlo con el movimiento social; no queremos hablar con el Estado porque nunca nos escuchó o para este tipo de cosas el Estado no nos va a escuchar, queremos impactar al movimiento social, deseamos entregarles elementos a ellos. Considero que salir un poco de esa mecánica y esa racionalidad en la que hemos estado metidos durante mucho tiempo nos va a costar, por más ambición que haya y por más discurso que exista ahora, porque siento que hay una gran inercia de mantenerse en lo que hemos hecho siempre y en lo que sabemos hacer. Entonces el desafío de auto-cambiarse, de poder dar saltos más grandes y de hacer cosas más ambiciosas y transformadoras es fuerte.