Planeo Digital

Número 25

Centros Históricos en América Latina: entre la autenticidad y la renovación

Diciembre 2015

Entrevista a Víctor Delgadillo: “Los centros históricos, los barrios históricos no son museos a cielo abierto, no son parques temáticos, no fueron diseñados como tales, a pesar de que se despueblen y se terciaricen”

“Los centros históricos, los barrios históricos no son museos a cielo abierto, no son parques temáticos, no fueron diseñados como tales, a pesar de que se despueblen y se terciaricen”

Revista Planeo Nº 25  Centros Históricos en América Latina: entre la autenticidad y la renovación, Diciembre 2015.
[Por Pablo Wainer. Arquitecto UDP, Tesista en Magister en Desarrollo Urbano, IEUT, UC]

“Los centros históricos, los barrios históricos no son museos a cielo abierto, no son parques temáticos, no fueron diseñados como tales, a pesar de que se despueblen, a pesar de que terciarizan”

Victor Delgadillo Profesor e investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y docente en el programa de Maestría y Doctorado en Urbanismo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se graduó de arquitecto en la Universidad Autónoma de Puebla, posteriormente cursó una Maestría en Planificación urbana en la Universidad de Stuttgart y Doctorado en Urbanismo en la UNAM. Se desempeña también como miembro del Sistema Nacional de Investigadores – CONACYT. Dentro de su línea de investigación destacan los siguientes temas: Centros Históricos Latinoamericanos, políticas públicas y actores sociales, Gentrificación y Ciudad y Patrimonio Urbano. Paralelamente participa del programa Contested Cities; espacio en el cual, investigadores latinoamericanos y europeos, plantean enfoques críticos sobre la neoliberalización de la ciudad.

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Primero, nosotros pretendemos enfocar la entrevista hacia los centros históricos latinoamericanos y los distintos procesos relacionados a la renovación, el patrimonio, reurbanización, reconstrucción, etc. Entonces, para empezar queremos preguntar qué define los límites, quién los define y qué características debe tener un lugar para ser denominado como centro histórico.

En primer lugar, yo diría que el tema de los centros históricos es relativamente reciente en América Latina y Europa. Yo he encontrado apenas en la década de los cincuenta la invención del concepto “Centro Histórico”, y lo encuentro en una reunión de alcaldes en Italia. En México, he rastreado el uso del concepto Centro Histórico y por primera vez lo encuentro en 1967. En otras ciudades Latinoamericanas también lo encuentro en la década de los sesentas y los setentas. En aquella época este concepto de Centro Histórico coexiste con un lugar simplemente llamado el Centro. En otros casos coexiste también con conceptos llamados Ciudad Vieja y el Casco Histórico. Incluso hasta la década de los 2000, es interesante ver que ciudades como Buenos Aires o Montevideo hablan de Ciudad Vieja y Casco Histórico, en estas ciudades es mucho más reciente la adopción del concepto de Centro Histórico.

El concepto de Centro Histórico me remite a un tipo de patrimonio cultural, de patrimonio edificado que hace referencia a tejidos urbanos. En el pasado, lo que se patrimonializaba eran las grandes construcciones más antiguas. En cuanto a los tejidos urbanos, antes de que aparezca el concepto de Centro Histórico, yo he podido ver que a fines del siglo XIX en algunas ciudades europeas se comienza a reivindicar la arquitectura menor, la arquitectura de contexto donde se ubicaban las grandes construcciones; catedrales, palacios etc. Estas ideas son plasmadas en una reunión de expertos en patrimonio edificado que se realiza en Atenas en 1931, hay incluso una Carta de Atenas de 1931 que no podemos confundir con la de Le Corbusier de 1933, que es una declaración de guerra a la ciudad histórica. Bueno, en esta carta de Atenas de 1931, hay una figura que a mí me interesa mucho, un arquitecto urbanista, un visionario que se llama Gustavo Giovannoni. Él hizo un bellísimo libro que se llama “La ciudad vieja frente al nuevo Urbanismo”. En esa reunión de 1931 también participan arquitectos restauradores como Ignacio Torres Balbás, que había hecho restauraciones en varias ciudades españolas. Lo que yo destaco aquí es que estos arquitectos urbanistas restauradores, hablan de tener en cuenta los tejidos urbanos, y la arquitectura menor y de contexto, ya no sólo se trataba de preservar los edificios aislados.

En la década de 1930, en varias ciudades latinoamericanas yo encuentro que también hay una reivindicación de los tejidos urbanos de las partes de las ciudades más antiguas. Así por ejemplo en México hay dos leyes, una de 1930 y otra de 1934, que reivindican los tejidos urbanos bajo la figura de Zona Típica, y así son decretadas como Zonas Típicas ciudades atípicas en México, y me refiero a ciudades mineras como Taxco o Guanajuato, que son ciudades que no guardan la típica traza urbana española de damero. Pero también bajo esta figura de Zona Típica es delimitado un pequeño territorio en el centro histórico de Ciudad de México llamado la Plaza Mayor, y son delimitados otros poblados que en ese tiempo no estaban físicamente unidos a la Ciudad de México, como Coyoacán. En un segundo momento yo encuentro que en los tejidos urbanos, antes de llamarse Centro Histórico, son reivindicados como lugares o sitios que vale la pena preservar, es decir, ser patrimonializados por valores históricos, artísticos, simbólicos, etc., asociándose a esos tejidos urbanos. Esto ocurre después de la segunda Guerra Mundial cuando ya era tarde para muchas ciudades que en Europa fueron bombardeadas. Es curioso ver que en lugares como Alemania, la población y sus académicos reconocen que su patrimonio urbano no fue destruido tanto por los bombardeos (que lo fue), sino sobre todo por la política de reconstrucción de tabula rasa, que acabó por destruir lo que quedaba para hacer todo nuevo. En la década de 1960, es curioso ver que un momento en que comienza generalizarse la reivindicación de los tejidos urbanos y la arquitectura de contexto, la famosa Carta de Venecia de 1964, conciba a los tejidos urbanos como la suma y concentración de muchos monumentos aislados.

Con respecto a la pregunta de quién delimita y cómo se delimita el Centro Histórico: en cada país y cada ciudad he encontrado distintos criterios para delimitar lo que se considera como un Centro Histórico. En la década de 1970, en varias ciudades latinoamericanas hay delimitaciones de cascos históricos, ciudades antiguas y centros históricos, y cada quien tiene criterios diferentes. Por principio de cuentas, quien patrimonializa las edificaciones provenientes del pasado, históricamente han sido élites y el Estado a través de los gobernantes. Ellos son los que tienen el poder de emitir una ley y después delimitar lo que es un Centro Histórico. En las ciudades europeas se tomó como Centro Histórico la ciudad intramuros, donde hay límites muy claros de la ciudad medieval que fue creciendo hasta el siglo XVIII y XIX, cuando llegaron los impactos de la revolución industrial y se hicieron obsoletas las murallas. Los europeos originalmente decidieron que el centro histórico era la ciudad medieval intramuros, a diferencia de los barrios burgueses u obreros que son expansiones urbanas con otro tipo de traza y otra morfología urbana, completamente diferente a la ciudad antigua.

En América Latina es más complicada la definición de los límites del Centro Histórico por las trazas urbanas de damero de la mayor parte de las ciudades, la ciudad colonial permaneció prácticamente sin expandirse hasta principios del siglo XIX, salvo excepciones como en Buenos Aires, tal vez en Santiago de Chile o Montevideo, que muy temprano sufrieron procesos de modernización derivados de los vínculos de las elites y las ciudades con el comercio internacional.

En México, por poner un ejemplo, desde la década de 1970 se usa una metodología para delimitar los centros históricos en dos zonas o perímetros, que parte de la lectura y análisis de planos antiguos y de la traza hispana. Un perímetro, el A, corresponde a la ciudad colonial, y el otro perímetro, el B, es una zona de amortiguamiento y transición entre la ciudad antigua y la moderna. Originalmente se tomó como perímetro A del centro histórico la expansión de la ciudad hacia fines del siglo XVIII. Sin embargo, yo no encuentro criterios para delimitar los llamados perímetros B de los centros históricos, se trata de delimitaciones sumamente caprichosas. Tengo mapas de la Ciudad de México de 1796 que coinciden con el llamado perímetro A de este centro histórico. Además, esta es la zona que contiene la mayor parte de inmuebles coloniales y decimonónicos patrimonializados. Por cierto que hasta la fecha, en México, el concepto de Centro Histórico no aparece en nuestra legislación vigente, lo que hay es una Ley Federal de Monumentos y Zonas de Monumentos Históricos, Artísticos y Arqueológicos, de 1972. Se trata de una ley decimonónica que concibe el tejido urbano como una zona que contiene muchos monumentos.

En cambio, los porteños, los argentinos, tienen una metodología completamente diferente. La dictadura militar en 1979 decretó el Distrito U-24 para delimitar lo que ellos consideraban la “ciudad colonial”, que vendría siendo como una forma en “L”. Aquí ni siquiera es toda la traza fundacional de la ciudad. Los porteños siempre han omitido aquel lugar donde se formó la city, que es de la Avenida de Mayo hacia el norte. Ahí siempre ha habido un proceso de sustitución edilicia, pero ese lugar no lo tocan, no lo patrimonializan. Incluso en ese lugar está el mítico Teatro Colón, que es un monumento nacional, pero eso no lo consideraron como parte del Distrito U-24. Ellos consideraron una parte en torno a la Avenida de Mayo, después San Telmo, Montserrat hasta llegar al parque Lezama. Después los militares, cuando hicieron sus autopistas elevadas que llegan hasta el centro dela ciudad, redujeron el Distrito U-24. Después de la dictadura, el nuevo concepto con el que delimitan los tejidos urbanos en Buenos Aires es el de Áreas de Protección Histórica. Una de estas áreas, el Área de Protección Histórica número 1 (APH1), es justamente el antiguo Distrito U24, que equivaldría al centro histórico.

En otros lugares como Quito, que también he estudiado detenidamente, he visto cómo los ecuatorianos también tenían un perímetro A y un perímetro B, pero ahora en sus planes de manejo ya se olvidaron de éstos. Ellos tienen un área central donde están los comercios y las oficinas de gobierno, y después lo que tienen son barrios. Ahí las delimitaciones son cambiantes, a veces se incluye el cerro de El Panecillo y a veces lo quitan, o en ocasiones ensanchan la delimitación de centro histórico. Entonces, cada lugar tiene sus técnicas diferentes. Acá he visto que el centro histórico de Santiago equivale a la comuna de Santiago, a la parte más antigua de la ciudad.

Dentro de esta definición de centro histórico, considerando que estos procesos que se dan en él, procesos a veces puntuales o en barrios completos, están íntimamente ligados a una lógica mercantil, entendemos que con el fin de atraer capital foráneo. Entonces nos interesa saber cómo se da esta lógica a nivel internacional en la que las ciudades compiten por atraer este capital.

Vivimos en una era de incremento acelerado en los tipos de patrimonio, a diferencia del pasado, donde se patrimonializaba lo más antiguo y lo colonial. La idea de patrimonio también me remite a una idea de distancia con el pasado, me remite a la relación que los pueblos, sus élites y sus gobernantes tienen con el pasado distante o con el pasado cercano. Yo he analizado las clasificaciones de varias ciudades y me percato como siempre tiene que pasar un cierto tiempo para que vayan patrimonializando distintos pasados. Pero ahora en el siglo XXI, vivimos en una época de incremento de distintos tipos de patrimonio. Hoy día no se patrimonializan nada más los centros históricos coloniales, sino los barrios modernos decimonónicos o del principio del siglo XX, hoy en día se patrimonializa también la arquitectura moderna, los barrios obreros hechos por arquitectos conocidos que tenían una visión social. Por otra parte, también patrimonializamos las “antiguas salas de cine” que se volvieron obsoletas por las nuevas formas de consumo (multicinemas). Tengo colegas que buscan patrimonializar estas edificaciones que no tienen mucho tiempo que fueron decretadas obsoletas. Evidentemente que la idea de patrimonializar cada vez más objetos, más tejidos urbanos, más inmuebles, está directamente asociada al capitalismo globalizado neoliberal en el que vivimos. Es evidente que la fase actual del desarrollo capitalista implicó la desindustrialización relativa y absoluta en muchas ciudades, por cierto también hemos patrimonializado las industrias, unas muy antiguas y otras no tanto. Industrias que quedaron obsoletas apenas hace dos décadas. Muchas ciudades pretenden fortalecer su base económica local a través de los servicios, de las actividades terciarias como el turismo, y aquí evidentemente entra en juego el tema del patrimonio. Asimismo, como las ciudades compiten entre ellas para retener los capitales que tienen o invitar a nuevos capitales, el patrimonio seduce, se usa como algo distintivo, porque el patrimonio es diferente aquí en Ciudad de México de la ciudad de Puebla y de la ciudad de Querétaro, el patrimonio edilicio hace diferente a Santiago o a Buenos Aires. Entonces yo encuentro que evidentemente un motivo de la revalorización (en múltiples sentidos) de los centros históricos, de la “recuperación” como llaman en México (como si los centros estuvieran secuestrados por los pobres), es la mercantilización del patrimonio.

Tengo un antecedente que vale la pena recordar. En 1967 la Organización de Estados Americanos realizó su cumbre en Quito. Es bien interesante ver el documento que se llama Las Normas de Quito, porque en aquella reunión los estados americanos, con excepción de Cuba, reconocen dos cosas: una, que las américas son herederas de un riquísimo patrimonio cultural que proviene de las culturas prehispánicas y de la época colonial. Pero se reconoce también que ese patrimonio no está suficientemente estudiado, reconocido e identificado, y que además está deteriorado. El otro gran reconocimiento que hacen es que las políticas de sustitución de importaciones y de industrialización (particularmente los países latinoamericanos), habían sido insuficientes para generar empleos bien pagados para sus habitantes, y por esto había mucha pobreza. Estas normas dicen que el patrimonio puede jugar un papel decisivo en beneficio del desarrollo y de los pobres. Aquí se dice que una vía hacia el desarrollo es invertir recursos para rehabilitar y para restaurar el patrimonio edificado (prehispánico, colonial, decimonónico, etcétera) y ponerlo al servicio del turismo. Así, en 1967 se encuentra el binomio perfecto en el que hay que invertir en el patrimonio para llevar el turismo de masas a los centros históricos y las ruinas prehispánicas. Para ello, hay que crear infraestructura adecuada: aeropuertos, puertos, carreteras, infraestructura hotelera, gastronómica para que los turistas consuman en el lugar y generen empleos. Así se suponía que la riqueza iba a venir en cascada, y que parte de esos recursos eran para el mantenimiento del patrimonio, para la rehabilitación, recuperación y revalorización de otros patrimonios. Esto no quedó solamente en una mera declaratoria, porque a partir de ahí, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) comenzó a aportar préstamos para la creación de polos turísticos. En aquella época surge el plan Copesco, que es un proyecto regional impresionante en Perú, donde vinculan el Cusco con Machu Picchu y se crea un aeropuerto, se recupera el tren, se crea infraestructura de hoteles. En Santo Domingo también hay un plan Exxon, en el que esta petrolera financia un plan maestro de recuperación del casco histórico para destinarlo al turismo, y estamos hablando de los años 60. Esto que parece tan reciente, tan del siglo XXI, tan neoliberal, como la turistificación de los sitios patrimoniales es algo que en las Américas proviene desde la década de 1960. Conozco muchos planes hechos por expertos españoles y franceses que llegaron a ciudades latinoamericanas a estudiar y hacer planes de recuperación de centros históricos, que consistían en la creación de circuitos turísticos. Hay un bellísimo plan del arquitecto español Ignacio de Valcárcel que está en un libro que se llama “Restauración Monumental de Ciudades”. Aquí viene el diagnóstico que él hace de Quito, donde propone vincular y remozar un circuito turístico, que simplemente vincula los grandes conventos con las construcciones monumentales. Él decía que había que remozar las calles, el espacio público, e identifica lugares que se podían transformar en hoteles y restaurantes. Estos mismos planes los conozco para las ciudades del noreste de Brasil, donde se exploran las ciudades que están deterioradas, que han sido ocupadas por los pobres, porque la población burguesa emigró hace mucho. Michel Parent, un experto francés, encuentra el bellísimo patrimonio urbano tugurizado de las ciudades nordestinas brasileñas y hace lo mismo: identificar circuitos turísticos.

Bajo esta idea de la recuperación de los centros que están secuestrados por los pobres, vemos también que bajo una lógica, en un contexto del derecho a la ciudad, los planes que se dan dentro de los centro históricos terminaron no generando beneficios para la gente pobre sino que más bien los desplaza por un tema de rentabilidad.

Sí, ahí hay muchísimas contradicciones, es un tema complejo, pero evidentemente yo identifico desde la década de 1990 la emergencia de un nuevo modelo de “recuperación” (así le llaman a veces en muchos lugares) de los centros históricos. Porque en el pasado, en los 70 u 80, estaba la idea de restaurar los grandes monumentos, las plazas más pintorescas, pero en los 90 encuentro un quiebre, hay un cambio de modelo, que en el discurso dice que es para todos porque además es patrimonio de la humanidad. En muchos lugares, en los 90 se lucha, se trata de que la UNESCO, la lista mágica de la UNESCO, reconozca a los sitios como patrimonios de la humanidad porque eso les da un plus, les da estatus, lo pueden turistificar. Estas políticas que ocurren desde los 90 privilegian la participación del sector privado, además este nuevo modelo dice que el modelo anterior es obsoleto, porque el modelo que le asignaba al Estado la tarea de recuperar, de rehabilitar los centros históricos, era un modelo equivocado porque los Estados nunca tuvieron suficientes recursos para ello, tenían que atender otros problemas en las periferias, no les destinaban suficientes recursos a los cascos históricos. Este discurso dice que además las legislaciones eran inadecuadas, operaban en sentido contrario de lo que se proponían, que era conservar el patrimonio urbano. Porque estas legislaciones cargaban en las espaldas de los propietarios la tarea de mantener las edificaciones de propiedad privada y no le dan suficientes incentivos. Entonces se promueve la participación del sector privado, y por otro lado, los Estados toman la tarea de sentar las bases para ello e invertir en infraestructura de punta, recuperar los espacios públicos y esto se acompaña de políticas que justamente tienden a expulsar lo que ellos consideran usos indignos del patrimonio y los usos “incompatibles” con el patrimonio. Conozco muchísimas de estas ideas desde hace más de 50 años, en donde se dice incluso que los pobres depredan el patrimonio, que los pobres no pueden quedarse a vivir en el patrimonio, que solamente lo deterioran, no lo cuidan. Y que en el caso de que el Estado intervenga y mejore el patrimonio, los pobres nunca van a tener suficientes recursos para darle mantenimiento y lo van a terminar por deteriorar. Hay excepciones que tal vez después podemos comentar, como los sismos de 1985 en México, que arraigan la función habitacional, rehabilitan una gran cantidad de inmuebles con valor patrimonial y los destinan para los residentes de bajos ingresos.

Bueno pero me regreso a las políticas que acompañan la revalorización de los centros históricos, estas políticas les declaran la guerra a los ambulantes, a los indeseables, a la población de situación de calle y además estas políticas se van haciendo cada vez más complejas. Y además, encuentran la forma de legislar esto, hay políticas como en Ciudad de México la Ley de Cultura Cívica, que es una ley punitiva, es una ley que en el discurso dice que el espacio público es de todos y que el centro histórico es de todos y es de la humanidad, pero que entonces nadie se lo puede apropiar en beneficio propio. Uno lee esa ley y es evidentemente que ésta está dirigida contra el indigente, los niños en situación de calle y los vendedores ambulantes. En muchas ciudades se practican programas de reubicación de vendedores informales, en algunas otras ciudades como Puebla –de donde yo soy- a los pobres los expulsan a las periferias, construyen 7 mercados periféricos, quitan a los vendedores ambulantes pero también quitan a los locatarios, a los comerciantes de un mercado bellísimo que parece decimonónico aunque es del siglo XX, el Mercado la Victoria. Ese mercado fue convertido en un centro comercial. Hay otras ciudades, como Ciudad de México, donde los vendedores ambulantes tienen organizaciones corporativizadas clientelares, estrechamente vinculadas con gobernantes y con partidos políticos, y ellos se resisten a ser reubicados en las periferias urbanas. Entonces en estos lugares los ambulantes son reubicados in situ, en el mismo centro histórico se crean plazas comerciales, bueno, a algunos los puedes reubicar en el perímetro B. Pero como para cerrar esta pregunta, es evidente que se trata de la construcción de nuevas centralidades, de nuevos centros históricos dirigidos a una población de otros estratos socioeconómicos, con otra capacidad de ingresos, paulatinamente lo que se trata es de expulsar a los pobres del centro.

¿Qué sucede cuando este tipo de actores –como en el caso de los pobres o los vendedores ambulantes- forman parte de la escenografía del centro histórico? Comentábamos hace un rato por ejemplo el caso de Cuzco, donde los vendedores ambulantes forman parte de ese escenario que busca como atractivo turístico y entonces se vuelven parte del escenario del ideal de centro histórico. Además es notoria la inversión que existe dentro de un límite muy acotado que es el centro histórico, porque fuera de ese centro, el nivel de deterioro que existe es muy notorio.

Así es, cuando uno investiga o ve al detalle en qué han consistido las políticas de recuperación de los centros históricos, nos percatamos de que esta recuperación es selectiva, no actúa en todo el centro histórico, actúa sólo en una pequeña parte. Hace unos 20 o 21 años viví en Salvador de Bahía y en efecto, el rescate del Pelourinho, parecía una isla de renovación en un mar de decadencia. Uno pasaba de una calle a otra y estaba el deterioro evidente. En Ciudad de México, en Puebla igual, las políticas cíclicamente rescatan una pequeña parte de centro histórico. En México no se ha practicado, pero sí que ha habido propuestas de incorporar a cierto número de vendedores ambulantes, de integrarlos al consumo de los turistas pero a través de su exotización. Éstas han sido las ideas, y estas ideas han permeado por ejemplo a guías de turistas vestidos con indumentaria colonial.

De hecho el centro histórico tiene una zona con una policía especial para la seguridad de los turistas.

En la Ciudad de México, el gobierno local de izquierda invitó a Rudolph Giuliani, el promotor de la cero tolerancia, para que lo asesorara en seguridad pública. Además de poner una gran cantidad de cámaras de video-vigilancia en la parte bonita del centro, a la que yo le llamo la Ciudad de los Palacios (no las pusieron en la ciudad de los tugurios). Pero ahí por ejemplo, disfrazaron a la policía de charros, en la Plaza Garibaldi hay policías pero están disfrazados de mariachis o charros. En San Miguel Allende los policías están disfrazados de insurgentes, de los que se liberaron de los españoles, los que hicieron la revolución de Independencia contra España. Bueno ha habido el interés de disfrazar a algunos vendedores ambulantes para que vendan productos típicos, que atraigan a los turistas disfrazados de Marías, disfrazados de mexicanos. Conozco guías de turistas vestidos de Panchos Villas, Adelitas (mujeres dela Revolución de 1910) o policías disfrazados de mariachis pero no vendedores informales. En otros centros históricos hay colegas como Daniel Hiernaux que comentan que en Querétaro cierto tipo de ambulantes no son mal vistos, son incorporados a los circuitos turísticos.

Por último para cerrar, yo preguntaría una opinión suya ¿qué líneas son las que deberían tomar las nuevas políticas en relación a los centros históricos y la conservación y de gente de distintos estratos sociales? Un poco trazando entre la línea de la conservación y la habitabilidad, no solo de viviendas, sino de habitar el centro histórico no como consumo económico, pero entendiéndolo como el uso del espacio público del centro histórico. Un equilibrio entre la problemática social y el desarrollo económico.

Por principio de cuentas yo tengo clarísimo que las políticas públicas son política, y la política es disputa por el poder entre fuerzas distintas con visiones distintas. Cuando yo me quejo de las políticas públicas en México, mis colegas me dicen: dime que correlación de fuerzas tienes, o sea dime quien gobierna, y te diré qué políticas públicas tienes. Sin embargo, a pesar de esto yo defiendo la idea de que los centros históricos, los barrios históricos no son museos a cielo abierto, no son parques temáticos, no fueron diseñados como tales a pesar de que se despueblen, a pesar de que terciarizan, porque las actividades comerciales y las oficinas pagan más que la vivienda y las vayan desplazando. Yo parto de la idea de que los centros y barrios históricos son lugares habitados y son lugares vivos y como tales había que mantenerlos en primerísimo lugar para sus residentes actuales y en primerísimo lugar para la población más vulnerable. Pero al otro lado yo también estoy de acuerdo con que los centros históricos fueron ciudades en algún momento, fueron toda la ciudad, que los centros históricos alojaron a una gran cantidad de estratos socioeconómicos, alojaron a ricos, a pobres, a inmigrantes, a residentes de toda la vida, y por lo menos en la teoría, yo defiendo que los centros históricos deberían ser para todos. En este sentido las políticas públicas, insisto, deberían en primer lugar garantizar la permanencia de la población residente. Si la política pública está revalorizando el centro histórico y esto implica el incremento de las rentas urbanas, tiene que haber necesariamente políticas y subsidios para arraigar a la población que permanece en esos lugares. Además también la población residente debería ser partícipe de las ganancias que se generan a partir del aprovechamiento de un patrimonio histórico que es de todos. Algunos se apropian, lucran, con un patrimonio que es de todos y yo estoy en contra de este modelo de gestión de los centros históricos.

En América Latina tenemos básicamente dos modelos o tal vez uno intermedio: uno es el de los cubanos que es irrepetible en otros lugares, porque ellos tienen una entidad pública que se encarga de la gestión del centro histórico, el modelo cubano invirtió –como decimos en México- la tortilla. Hace 40 años el centro histórico dependía de dádivas que el Estado le daba para rehabilitar uno o dos inmuebles, hoy día los cubanos desarrollaron un modelo de aprovechamiento de su centro histórico que es para turistas. Pero las plusvalías, las ganancias, las capta el Estado, y ahora invirtió la tortilla ya que no solamente no le pide al Estado recursos para rehabilitar edificios, plazas, espacios públicos sino que es al revés; parte de las ganancias que genera el turismo se le entrega al Estado y el Estado lo distribuye a la Educación, a la cultura o al mismo lugar. El caso extremo es en ciudades de México en donde la fuerte inversión pública para rescatar, para revalorizar los centros históricos es apropiada por inversionistas privados. Hay lugares intermedios, qué sé yo, en Quito está lo que llaman el Fondo de Salvamento en donde un porcentaje de impuesto sobre la renta que se genera en el municipio y se destina para crear un fondo de recursos para rehabilitar inmuebles públicos y espacios públicos patrimonializados.

Bueno además yo sostengo que arreglar la casa para los turistas es una decisión personal, si los mexicanos y los santiaguinos quieren arreglar su centro histórico porque están orgullosos o porque necesitan divisas es una decisión de ellos. Nada más que un centro histórico no es una casa de uno sino que es una casa de muchos. En este sentido yo reivindico que los distintos actores tendrían que participar en la toma de decisiones de hacia dónde va el centro histórico. Yo sé que los turistas no piden permiso, uno mismo es turista y aunque estoy de académico aquí (en Chile) después me voy con mi cámara de fotos a lugares donde no me invitaron, a lugares que no están preparados para que lleguen los turistas. Pero yo reivindico un tipo de planeación social participativa que involucre a los actores para hacerlos partes de la explotación turística que parece irremediable, de los centros y barrios históricos.

Los centros históricos fueron ciudad y yo reivindico el derecho a la ciudad, yo sé que las ciudades que tenemos no tienen nada que ver con la ciudad que reivindico, tal vez esa ciudad nunca existió en México. Hay que construirla. Y en los centros históricos yo alcanzo a ver atributos que reivindico para la ciudad del futuro. Yo veo que los centros históricos son lugares construidos en escala humana, son lugares que mezclaron distintos estratos de población, no nada más en la ciudad sino a veces incluso a nivel del mismo edificio. No sé si conocen la canción mexicana, un bolero, “Por vivir en quinto patio”, que justamente habla de la diversidad socioeconómica de estratos que había entre el primer patio y el último patio de una antigua casa. En los centros históricos yo también reivindico la mezcla de funciones, la mezcla de usos del suelo, que yo no tengo en las periferias distantes, que yo no tengo en los nuevos artefactos urbanos, en las ciudades o condominios cerrados. En los centros históricos yo encuentro también espacios de encuentro, un rico sistema de espacios públicos, físicos y abiertos: plazas, plazoletas. Éstas son las cosas que yo reivindico de las ciudades antiguas que a mí me gustaría trasladar, no sé de qué forma, también a las periferias.